En la calle Tucapel de la población Los Olivos de Arica un hombre robusto, alto y canoso se encuentra parado en la puerta de una casa con fachada de piedra. Se llama Manuel, más conocido como Colo Colo Muñoz, tiene 89 años y no es fácil entablar conversación con él. "No hablo con los periodistas porque siempre ponen cosas que no digo. Y tampoco quiero hablar de Colo Colo, porque fueron unos malagradecidos. Así que no me hable más. Disculpe". Es un símbolo en el planeta albo, una institución en la XV región, historia pura. Pero finalmente, al cuarto intento, el ex mítico delantero chileno, armado de mejor humor, acepta el diálogo: "Cabro, me has hueveado tanto, que hablaré contigo".

Colo Colo Muñoz ganó los títulos de 1953 y 1956 con el cuadro albo. Criado en el barrio Matadero de Tocopilla, cuna de Alexis Sánchez, no tuvo zapatos de fútbol hasta los 13 años, cuando, después de trabajar junto a su padre en el carbonero del puerto, reunió dinero y pudo comprarse un par. "Éramos pobres, no teníamos ni un peso, pero todo el sacrificio y lo dura que ha sido mi vida, me enseñó mucho", dice.

Su relación con la estrella del Arsenal es nula: "Una vez, cuando Alexis tenía 10 años, vino a mi restaurant, pero no se debe acordar. Lo dejo invitado para que me venga a ver, porque yo no tengo ni plata ni avión para viajar". Su voz transmite sabiduría y sus manos reflejan esfuerzo. Están moradas y tienen un par de costras. Su mujer se encuentra enferma y no sale de la cama. Colo Colo Muñoz lo sufre más que nadie. "Hace tres años que mi viejita no se puede levantar. Hay tantas cosas que me gustaría hacer, como ir al mar, nadar, pero no la puedo dejar sola", dice resignado. Pero todo ese sudor arrancó en la pobreza del norte cuando corría detrás de una pelota y se entretenía metiéndose al mar en busca de mariscos.

Tocopilla es una zona precaria. Sus hogares son construcciones livianas. "Hasta los 12 años, anduve a pies pelados. Éramos ocho hermanos, más dos tíos que vivían con nosotros. La única entrada económica que tenía mi madre era de trasladar muebles en una carreta. Desde chico aprendí a hacer todo. Barrer, cocinar, hacer las cosas de la casa. Soy el mayor de los hermanos, cuatro ya muertos. Siempre me tocó trabajar desde chico", recuerda sentado en el patio de su hogar.

Esa dura infancia la ligó con el fútbol defendiendo los colores de Sporting Tocopilla. Muñoz ya tenía 20 años y destacaba en los partidos amateur: "Un día, jugando contra Iquique, me fijé que había un señor medio chato de estatura parado a un costado del arco con las manos en los bolsillos. Ganamos 3-0 y yo hice los tres goles. Me saqué los zapatos, me fui descalzo corriendo al camarín y el señor se me acerca. 'Hola, negrito, eres bueno para la pelota, ¿por qué no te vienes a Colo Colo?', me dijo. Era el Ratita Rojas, puntero derecho albo".

Un mes después del encuentro, parecía que todo había quedado en nada: "Pero un día tocó el timbre de casa una persona que parecía detective. Tenía una gorra con visera que tapaba sus ojos. Era Alejandro Torres, dirigente de Colo Colo. Mi mamá salió y le dijo: 'Mi hijo no ha hecho nada'.

Desconfiaba de mí, porque llegaba tarde en las noches. Pensaba que en algo estaba metido. Y el señor contestó: 'Yo vengo a buscar a su hijo para llevarlo a jugar fútbol a Santiago'. Mi mamá se quedó quieta y sólo le dijo: 'Manuel no se va a ninguna parte, así que no venga más para acá".

Uno de los hechos que más le duelen a Muñoz es que su padre nunca pudo verlo jugar. Era investigador marítimo. Trabajaba desde muy temprano hasta la noche. Del talento de su hijo, nunca supo nada: "No tenía tiempo. Mi padre era de mucho esfuerzo. Hasta que murió y no me vio jugar. No tenía idea de que yo era rápido y bueno. Sólo recibía comentarios de mí por los amigos del trabajo. Le dijeron que me habían venido a buscar de Colo Colo. No entendía nada. Llegó a la casa y le pregunto a mi mamá si era verdad que un hombre me había venido a buscar para llevarme a Santiago. Ella respondió que sí, pero que yo no me iba".

El padre asumió el mando. Le dijo a Manuel que tomara su ropa y que se fuera a Santiago: "Le soy sincero, no me llamaba la atención para nada jugar en Colo Colo. Pero partimos nomás. En Santiago tenía una tía en el Paradero 2 de la Gran Avenida, calle Rancagua 028. Nunca se me olvidó la dirección. Los primeros días en Colo Colo entrenaba en calle Balmaceda. Por fuera pasaba un tren que iba al norte", cuenta. De sus recuerdos con el cuadro albo prefiere no hablar. Sigue molesto: "Cuando Colo Colo me despidió, no me regaló ningún banderín. Tengo rabia todavía con el club. Leonel Sánchez, muy amigo, una vez vino y me dijo: 'Oye, hueón, reclama, tú eres símbolo'. Hasta Julio Martínez me declaró símbolo de Colo Colo. Están los ídolos, pero yo más arriba".

Muñoz prefiere recordar lo que pasó después, su corta experiencia en el gremio del marisco: "Un dirigente de la FIFA y de la AFP, Juan Antonio Goñi, vendía camiones. Cuando me retiré, hablé con Goñi y le dije que quería uno. Ahí me puse a trabajar trasladando mariscos y pescados entre Talcahuano y Santiago. Me transformé en el proveedor para los feriantes. Pero un día, venía llegando a Rancagua y volqué. Perdí absolutamente todo. El camión quedó destrozado. Me quedé dormido mientras manejaba. Yo tomaba pastillas para no dormir, porque trabajaba harto. Cuando le conté a mi señora, lloraba como una niña".

Así que partió a Arica, donde montó el restaurant que aún hoy, al cuidado de sus hijos, representa la única fuente de sus ingresos: "No tenía en qué trabajar. No había más. Pedí autorización a la Municipalidad y comenzamos con un kiosko chico". "La idea del restaurant es que estamos pegados a una cancha de fútbol donde juegan los viejos cracks. Terminan el partido y acá hacen el tercer tiempo", cuenta Jacqueline, una de sus hijas. El local, de sabrosas empanadas y que lleva el nombre de Colo Colo Muñoz, luce una inequívoca mística futbolera, con innumerables fotografías de de jugadores. Es un clásico de la zona.

A unos 10 kilómetros del restaurant, Manuel descansa junto a su señora: "Yo trabajo aquí en la casa. Todo ese patio que usted ve, lo construí yo. Hay días que ando bajoneado y me siento a tomar un trago sentado. Pueden ser las dos de la mañana y sigo ahí sentado. El restaurant es por la única parte donde entra dinero. Me paso los días haciendo empanadas para que el fin de semana se vendan en el local". El día a día en Arica de un mito albo, el esfuerzo, la tristeza y la resignación del cacique olvidado.