Intensidad. Recuperación rápida del balón en el campo rival. Dinámica. Todos conceptos que ha intentado impregnarle Ángel Hoyos a la U en estas cinco semanas. Un libreto que también abrazó la dupla Castañeda-Musrri, obviamente que sin éxito. Ni hablar de la etapa de Beccacece, que intentó hasta el cansancio de transmitirle al equipo este cúmulo de ideas que en el papel pueden parecer muy bonitas, pero que en la práctica no resultan fáciles de verse traducidas en la cancha.

La U suma 14 meses tratando de llevar a cabo un plan futbolístico confiable. Pero más allá de las buenas intenciones, todo queda en nada. Ni los intérpretes, en este caso los jugadores, ni el director de orquesta, llámese director técnico, parecen entrar en sintonía. A esta altura, da la impresión de que por más buenas intenciones que vengan desde la banca, en la cancha no se ven grandes cambios. Al cuadro azul le cuesta generar peligro y lo que es peor aún, no sabe qué hacer cuando recupera el balón. Más allá del poco tiempo que lleva Hoyos al mando del equipo, esto ya resulta sintomático. Porque también se vio en 2016, sin importar quien fuera el entrenador.

Así las cosas, la U, en la cancha, es un desorden total. Donde todos corren, pero nadie piensa. Donde la mayoría quiere salir a presionar a zonas indebidas, pero cuando tiene el balón en los pies, no sabe qué hacer. Claro, en partidos como ante Temuco, un rival discreto, de poco vuelo ofensivo y poca presión en mediocampo, puede bastar una genialidad inesperada o un error del rival, en este caso de Marín en el inicio del partido, para terminar abrazando tres puntos.

Pero con los argumentos que ha mostrado el equipo de Hoyos en 180 minutos, el futuro no asoma auspicioso. Al contrario, habrá más sufrimiento que festejo. Ante Temuco, la U volvió a padecer de los mismos problemas del pasado reciente. Poca fluidez con el balón, más allá de dominar la posesión. Una cosa es tener la pelota y otra muy distinta es hacerla circular correctamente. Y hoy los azules fallan en la toma de decisiones, especialmente en los últimos metros de la cancha. No por nada, el equipo se genera tan pocas chances para anotar. Salvo el gol, en realidad un autogol de Marín, hubo un par de arranques de Benegas que obligaron a un par de estiradas del portero visitante. Y eso sería todo. Muy pobre para un equipo que tiene en ataque al propio ariete argentino, la Gata Fernández, Lorenzetti, Ontivero, entre otros.

Curioso el caso de Ontivero. Movedizo mientras le duró el físico, el argentino dejó huellas de su habilidad en el primer tiempo. Claro que mucho de lo que insinuaba, se terminaba diluyendo en maniobras individuales poco efectivas para el equipo. Su salida, que provocó pifias en el público, le permitió a la U recuperar el control del partido, más allá de que ese dominio no se tradujo en situaciones de riesgo.

El pitazo final de Francisco Gilabert alivió en parte la tensión de un equipo que terminó agotado de tanto correr sin rumbo. De no saber qué hacer con el balón. Y que todavía busca una carta de navegación para saber si realmente puede pelear el campeonato o quedará rápidamente fuera de carrera por sus carencias futbolísticas. La tarea de Hoyos no parece fácil. Los jugadores poco lo ayudan también.