Durante más de dos décadas, John McAfee (68) fue una relevante figura de la industria tecnológica, gracias al antivirus que lleva su apellido, el primero desarrollado para usuarios finales, y que hasta hoy se mantiene entre los tres más populares del mercado.

Pero a mediados de los 90, y como la mayoría de los emprendedores tecnológicos, decidió vender su participación en la empresa, recaudando más de 100 millones de dólares.

Fue el inicio de un sendero lleno de despilfarros y malas decisiones, que lo llevaron a Belice, en el Caribe, donde en 2012 sería acusado de asesinar a su vecino.

Dos años después, y luego de una cinematográfica fuga a Guatemala, McAfee reapareció el lunes en Portland, donde actualmente vive, anunciando el lanzamiento de una nueva aplicación de mensajería.

Dedicado a escribir su autobiografía y subir videos a YouTube explicando cómo desinstalar su antiguo software -que hoy se llama Intel, por sus actuales due-ños-, el empresario lanzó Chadder, sistema, que de acuerdo a su testimonio, permite conversaciones realmente seguras en el celular. Según McAfee, el proceso de envío y recepción del mensaje es encriptado. Sin embargo, algunos críticos señalan que, a pesar de estas garantías, los mensajes pasan por un servidor y, debido a los últimos pasajes de su vida, no están seguros qué tan buena idea sea.

Tras la venta de su programa, el alguna vez ingeniero de la Nasa, que se convirtió en maestro de yoga y en un aficionado a las armas, generó un estrecho vínculo con el gobierno de Belice, al que solía hacer generosas donaciones. El vínculo se solidificó al punto que McAfee fijó residencia en el país, donde vivía en una aparente tranquilidad, hasta que en 2012 fue acusado de asesinato.

La historia se remonta a noviembre de ese año -ya en abril había sido acusado de posesión ilegal de armas y fabricación de drogas-, cuando su vecino, el también norteamericano Gregory Viant Faull, murió por un disparo. Ambos habían discutido por los perros que McAfee tenía y que un día aparecieron envenenados.

Como principal sospechoso, evadió la acción policial enterrándose en la arena, para luego huir en lancha hacia Guatemala junto a Samantha Vanegas, su novia beliceña de 20 años.

Detenido y ante una orden de extradición, pidió asilo político, pues argumentó que el asesinato fue una estrategia de Belice tras haber congelado sus donaciones, luego de enterarse de que mucho del dinero fue robado.

Tras denegarse la solicitud, y ante una inminente orden de expulsión, fingió un ataque cardíaco, que le dio el tiempo suficiente a su abogado para que la orden de extradición no prosperara y pudiera regresar a EE.UU., donde hoy se reinventa como empresario tecnológico.