La última secreta picada de la capital
En un señorial departamento, en la Plaza de Armas, hay una picada-restorán que se transmite de boca en boca desde hace años: el Sindicato de Folkloristas. Comida chilena casera, cuecas y, de postre, metafísica interplanetaria.
Ver el ajetreo de la Plaza de Armas, el epicentro de Santiago, al ritmo de la cueca y comiendo pantrucas, produce un cierto escalofrío en el ADN nacional, un asombro que un turista de Vancouver -a quien minutos antes un guía le explicara que, ahí mismo, el soldado Pedro de Valdivia fundó Santiago haciendo una X en la tierra- sintetizó en forma precisa: "Como si existiese una eternidad en la gente, lo mismo que hay una eternidad del tiempo y el espacio", dice. No pude levantarme para que me autografiara la libreta. Otro ansioso comensal habría ocupado rápido la mesa, en el casino del Sindicato de Folkloristas y Guitarristas de Chile, la última, secreta y chilenísima picada del centro de Santiago.
Desde sus mesas con mantel de hule, pocillo con pebre y pan en canasta, la vista es única: el caballo de Pedro de Valdivia, el forado de la palmera que cayó hace unas semanas, la municipalidad, el Correo, la Catedral…y sobre todo la gente: hombres, mujeres y tumultos oyendo a los humoristas, predicadores, los ajedrecistas bajo el odeón, minuteros, pololos, rufianes, familias, funcionarios, extranjeros...
Ahí almuerzan charquicán, lentejas o tallarines personajes como Pedro Mesone, Jorge Yáñez, el diputado Alvaro Escobar, el actor Luis Dubó, el multifacético Daniel Muñoz… Justo debajo de las fotos de Los Hermanos Campos, Ester Soré, Lalo Parra, Segundo Zamora y muchos afiches y recuerdos. Todo, mientras la cueca suena en los parlantes o, a veces, en vivo. Pero siempre cueca.
"El dato se transmite de boca en boca como la picada de los folkloristas", dice Iván Vidal, secretario del sindicato y que oficia como administrador del restaurante. No es una picada de tragos pintorescos como La Piojera, eso sí. "Acá es la vista", dice Vidal, "la vista a la plaza lo que atrae clientes. A la hora de almuerzo se produce una congestión, mientras esperan las mesas que dan a las ventanas, que miran a la Plaza de Armas. Se las pelean".
Son nueve sencillas mesas ubicadas en el que fue el living de un departamento de 200 m2, en el segundo piso del edificio de Phillips 16, en la esquina de Estado con Monjitas. Dos pisos más arriba vivió Jorge Alessandri. El departamento perteneció a la descendencia del pionero del salitre, José Santos Ossa, hasta 1978, cuando lo compró el Sindicato de Folkloristas en la módica suma de $ 150.000. En el living y bajo una clásica lámpara de araña, el conocido cuequero Pepe Fuentes y su mujer María Ester Zamora (que participaron en varios discos de Alvaro Henríquez), empezaron haciendo sándwiches de pernil para los músicos que iban ahí a ensayar. Luego progresaron a los almuerzos y cazuelas al mediodía. "Pero siempre fue algo limitado a los socios", dice Vidal. "En esa época, aquí también se guarecía mucha gente que participaba de las protestas contra Pinochet y aprovechaban de comer algo", agrega el escritor Jorge Alvarado, que retornó en esa época del exilio. "El comedor estaba siempre pasado a lacrimógenas", dice.
Hasta que en una fecha imprecisa, cercana al 2000, Pepe Fuentes abrió su propia casa-picada cuequera en Av. Matta y el sindicato quiso mantener el rito culinario y, por el eterno problema de falta de recursos, lo abrieron al público. "Sin carteles ni avisos, sólo de boca en boca", dice Vidal. Hoy, en el pasillo contiguo al salón, se congrega una pequeña multitud tras la leche asada casera, la especialidad de la casa.
En la única oficina, la del presidente del sindicato, come la plana mayor y los socios invitados, al amparo de la maqueta del monumento a Violeta Parra que es el leit-motiv del gremio: "Durante el 2007, reunimos 200 mil firmas para pedir el monumento, pero hasta ahora ningún gobierno lo ha concretado. La más grande folklorista chilena tendrá película, pero no estatua", asegura el presidente Miguel Luna.
Un viernes de cada mes suelen hacer una tertulia de folklor y vino navegado, que llega hasta la noche. Sólo el día miércoles, la picada de los folkloristas está reservada. A las 7 de la tarde llega Humberto Baeza, más conocido como Tito Fernández, "El Temucano". Emerge desde el metro Plaza de Armas y enfila hacia la picada. Una veintena de personas lo espera con ansias en el comedor. Uno pensaría que se va a armar la peña del siglo, pero no: "El Temucano" desembolsa unos libros y se apresta a dar una de sus charlas de estudios metafísicos, su segunda afición desde 1974, cuando en una gira por el norte se le apareció una luz en el cielo. Una que le dictó un libro hermético en semisueños.
"El Temucano" prefiere no profundizar en este tema que considera privado. "Ya me estoy desapareciendo y creo que debo dejar esta enseñanza, eso es todo", dice con su voz inimitable, mirando desde el segundo piso lánguidamente hacia la plaza. Afuera, el inigualable ajetreo chileno no cesa.
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