Marcelo Nilo cuenta aquella historia al iniciar esta entrevista, luego la repasa una que otra vez en el curso de la conversación y, por sobre todo, la utiliza como un pequeño comodín que demuestra una amistad invulnerable a las ausencias. "No creo que vaya a tener con otra persona una relación como la que tuve con el Nelson, porque tuve la opción de construirla. Lo que pasó ese día grafica mucho como él forma parte de mi vida. Es muy simbólico".

Y si, lo es: "Cuando estábamos en su funeral en Concón, con mucha gente, yo en un momento fui al baño. Justo iban a partir la ceremonia y escucho a la señora de Nelson decir en broma: 'no, no, todavía no, falta el viudo, que fue corriendo al baño y volvía' ".

Nelson Schwenke y Marcelo Nilo se conocieron en 1978 en la Universidad Austral de Valdivia y formaron uno de los dúos más representativos de la música chilena durante los 80, quizás la expresión más lúcida y reflexiva de la generación del canto nuevo que resistió al régimen de Augusto Pinochet. Por lo demás, un conjunto fiel hasta el nuevo siglo a ese ideario establecido en las líneas que abren su composición mayor, El viaje: "Señores denme permiso/ pa' decirles que no creo/ lo que dicen las noticias/ lo que cuentan en los diarios".

Una faena que recibió su golpe más duro hace un lustro, el 22 de julio de 2012, cuando Schwenke falleció a los 55 años luego de ser atropellado el día anterior en Providencia. Fue un mazazo dramático, irreversible y que en la mayoría de los casos aceleraría el final de cualquier sociedad artística bautizada con los apellidos de sus fundadores. Pero no: la otra de sus mitades ha continuado desde ese año presentándose bajo el nombre de Schwenke & Nilo, sin partir en dos su denominación de origen, como si la tragedia fuera sólo un duro paréntesis de un destino que no se resigna a los quiebres.

"Todos los días Nelson forma parte de mi vida. En las decisiones que tomo, en todas las reflexiones que hago. Porque todo lo que soy es producto de haberlo conocido y de haber construido mi persona en complicidad con él. Compartíamos todo y, estando solo, se me vienen a la mente las conversaciones que teníamos, donde están las claves de las cosas que voy a decidir hacer o no.

Lo conocí cuando tenía 18 años. Si hubiese llegado a la conclusión de que debía seguir tocando solo, como Marcelo Nilo, habría dejado de tocar. A la gente le cuesta entenderlo, porque te dicen 'rehace tu vida'. Pero a veces uno no necesita rehacer ni cambiar nada".

El también decano de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano decidió que todo debía mantenerse casi intacto el mismo día de la partida de su compañero, cuando un amigo lo telefoneó en la noche para decirle que el grupo tenía que seguir en marcha. "Yo en mi interior sabía que íbamos a seguir, nunca lo puse en duda. Lo que no sabía era ni cómo ni por qué".

La respuesta definitiva vino una semana más tarde, cuando recibió un correo electrónico de otro insigne de esos días de peñas y guitarras de palo, el cantautor Hugo Moraga. Ahí el artista le enviaba una canción que recién había escrito en homenaje a Schwenke.

"Lo sentí como un recado del Nelson, porque hay muchas estrofas y claves que yo interpreté claramente. Por ejemplo, habla de la donación de órganos que realizó la familia, aunque lo único que no pudieron entregar era su corazón, porque había sufrido muchos infartos. En la primera estrofa decía: 'Dejo mi corazón/ si logran darle cuerda/ seguirá de nuevo subido en la rueda'. Y ahí fue como: ¡paf!, este es el Nelson".

Aunque si se trata de mensajes significativos, el más estremecedor de todos estuvo antes. Precisamente en la semana anterior al fallecimiento del músico. Enterado del cáncer que sufría el hermano de un amigo -y atendiendo a que él mismo había superado un cáncer linfático a los 27 años, cuando estuvo desahuciado-, Nelson Schwenke fue hasta la clínica donde estaba internado e intentó sintetizar su apoyo en una frase: "Mira, a estas alturas, yo ya no me morí de enfermo. La única posibilidad que tengo es morirme atropellado".

El nombre da igual

Marcelo Nilo no describe con dolor tales escenas, porque recalca que su conjunto siempre debió convivir con la idea de la muerte. "Partiendo por haber vivido en dictadura y por recibir amenazas cuando teníamos 20 años", agrega.

Ante el hostigamiento, el propio Schwenke decidió partir a Alemania en 1982. Pero en esos mismos años, el hoy profesor también aprendió una técnica de sobrevivencia que se ha vuelto fundamental ante la ausencia de su camarada. Cuando una vez tuvieron que viajar a EE.UU. y a uno de los guitarristas de su conjunto de acompañamiento le negaron la visa, la dupla solucionó el entuerto grabando un video del músico interpretando sus partes, el que presentaban ante la audiencia como un enlace vía satélite con Santiago.

Hoy naturalmente el truco no es tan artero, pero funciona: en algunos temas intercalan antiguos videos de Schwenke cantando los estribillos. Su amigo, quien se sigue presentando junto a la banda soporte que posee desde hace varios años, sigue: "Entonces, cada vez que vamos a tocar nos encontramos con él ahí. Por eso nunca fue necesario reemplazarlo, poner a otra persona al lado mío, yo no lo hubiera aceptado. Nunca me he sentido sin él al lado. Además, nunca le pusimos nombre al grupo, la gente nos empezó a poner así en los afiches y así quedamos. Nunca inscribimos la marca ni fue tema. Y eso se retribuye, porque lo que hacemos hoy la gente lo entiende como un profundo acto de amor".

De alguna forma, la eternidad de Schwenke & Nilo es una excepción en una escena local dominada por instituciones fracturadas en bandos antagónicos, como Inti-Illimani, Quilapayún y Sol y Lluvia: esas experiencias donde los actos de amor tuvieron fecha de vencimiento.

Pero Nilo prefiere observarlo desde otra vereda, en un argumento que mezcla historia, música y amistad, todas las dimensiones que en algún punto explican la decisión de no arriar su bandera.

"A diferencia de nosotros, los Inti o los Quila vivieron en el exilio. Cuando volvieron a Chile empezaron los problemas por el hecho de reinsertarse a una sociedad distinta a la que dejaron. Sus relaciones nunca más fueron las mismas. Yo los considero víctimas, del exilio y de la vuelta. Puede que ellos sean más conocidos, pero nosotros somos más felices. Y no los culpo, más bien los comprendo, porque nosotros no cargamos con ese nivel de ruptura con los amigos. Por el contrario, los amigos se mueren y nosotros hemos seguido con ellos".