En los 80, Gabriel García Márquez, escritor colombiano y uno de los amigos más cercanos de Fidel Castro, viajaba junto al comandante cubano en el avión presidencial cuando una mujer de la comitiva se acercó a saludarlo. Fue una breve y educada conversación, donde ella le comentó que le gustaban mucho sus libros. Después, el escritor se enteró que la mujer era nada menos que la esposa de Fidel: Dalia Soto del Valle. "El nunca me la había presentado, ni siquiera me la mencionaba. La conocí esa vez que se me acercó", relató el colombiano.

Castro fue el gobernante de Occidente que más celosamente guardó su vida personal durante los 47 años que gobernó la isla. En ese período, casi sin excepciones, los cubanos nunca tuvieron información de sus mujeres, sus hijos, ni el lugar donde residía. Menos de sus casas de veraneo. Tampoco fue posible predecir sus movimientos y horarios, aunque fue famosa su costumbre de pasar la noche trabajando o conversando. Todos sus visitantes tuvieron la experiencia de ser citados en un lugar y a una hora determinada, para ser recibidos en otra parte y varias horas, o días, después. "(Fidel) tenía el gusto y la afición a lo repentino y secreto", escribió Jorge Edwards.

Sobreviviente de decenas de intentos de asesinato, Castro vivió los últimos 30 años de su vida en un barrio reservado de La Habana, donde todo peatón que pasaba por ahí con certeza pertenecía a la seguridad. Ubicada en el sector de Jaimanitas, al oeste de la capital, la residencia cuenta con amplios jardines, piscina, generadores eléctricos especiales, un búnker antiatómico y un túnel secreto que conecta la casa con un aeropuerto militar.

Fidel vivió en este lugar junto a Dalia Soto del Valle, su esposa hasta el último de sus días, y sus hijos. Aunque también tuvo otras viviendas en varios puntos de la isla. Para sus amigos, como García Márquez o Hugo Chávez, destinaba diversas casas de protocolo, donde revelaba rasgos de su lado más íntimo. "Tres horas son para él un buen promedio de una conversación ordinaria, trata de permitirse un mínimo de seis horas de sueño, es uno de los raros cubanos que no canta ni baila, escribe él mismo sus discursos, una vez que agota un tema lo archiva para siempre, es un lector voraz y su táctica maestra es preguntar sobre cosas que sabe para confirmar sus datos", escribió García Márquez sobre Castro.

Según relata en sus memorias Régis Debray -intelectual que colaboró con la Revolución Cubana- desde los 70 Castro se movilizaba en tres Mercedes Benz blindados, mientras un centenar de hombres se desplegaban en las calles adyacentes y todos los semáforos se ponían en verde para su paso, el cual era seguido por una ambulancia especial.

Dueño de uno de los mejores servicios de seguridad del mundo, Castro siempre temió -y con razones más que justificadas- que un atentado acabaría con su vida. Pocas veces dejó de usar un chaleco antibalas y según cuenta el escritor y ex miembro del círculo íntimo de Fidel, Norberto Fuentes, sus escoltas llegaron al extremo de pasear un maniquí de Castro al interior de uno de los automóviles por las calles de La Habana.

Así como sus desplazamientos eran cautelosos, los que accedían a su despacho en el tercer piso del Palacio de la Revolución también debían respetar una serie de normas. Debray relata que, tras dejar sus armas en la oficina del ayuda de campo, se ingresaba a un pasillo iluminado, donde el visitante era observado a través de cámaras. Una vez chequeado, se le informaba por micrófono al gobernante, tras lo cual Fidel abría desde adentro y con un control remoto la puerta corredera que comunicaba con su despacho. "Por disposición reglamentaria, cuando se encontrara en su presencia (debía) mantenerse a 10 pasos del comandante en jefe, firme, con los ojos bajos. Está obligado a esperar que le dirija la palabra para abrir la boca", escribió Debray.

Hasta el día de su retiro, desde su escritorio y silla giratoria de modelo italiano, y de espaldas a un mueble repleto de libros, Castro tomó sus más importantes decisiones, la mayoría de las veces de noche. Y siempre mantuvo la costumbre de redactar en una máquina de escribir o de puño y letra.

La primera esposa

Fue su obsesión por la seguridad lo que llevó al líder cubano a mantener a su familia alejada de toda figuración pública. "Castro nunca se permitiría mezclar su vida privada con la pública, con lo que garantizaba espontaneidad y autonomía en ambas", sostiene Claudia Furiati, autora de una biografía "consentida" sobre el líder cubano. Por ello, fue la esposa de su hermano Raúl, Vilma Espín, quien ofició durante décadas como Primera Dama.

Castro tuvo al menos nueve hijos con cuatro mujeres. Su primera esposa fue Mirta Díaz-Balart, a quien conoció en los 40, época en la que él estudiaba Leyes en La Habana. Mirta, en ese entonces una acomodada estudiante de Filosofía, rubia y de ojos claros, pertenecía a una familia de hacendados de derecha y tenía un hermano que llegó a ser ministro de Interior de Batista. Ambos se casaron en 1948 y pasaron su luna de miel en EE.UU. Al año siguiente nació el primer hijo del futuro gobernante: Fidel, quien tras estudiar física en la Unión Soviética se convirtió en el único de sus hijos con algún rol oficial. Entre 1980 y 1992, "Fidelito", de gran parecido físico con su padre y por años el único hijo oficial del Presidente, fue director del programa nuclear de la isla.

Su madre y Castro se divorciaron en 1954, un año después del fallido asalto al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba contra el régimen de Fulgencio Batista. Durante esa misma época, Castro mantuvo dos relaciones sentimentales, a raíz de las cuales nacieron otros dos hijos. La primera fue con Natalia Revuelta, también proveniente de una familia acomodada, cuyo romance quedó registrado en la larga correspondencia que le envió Fidel desde la prisión en Isla de Pinos entre diciembre de 1953 y marzo de 1954. De ese romance nació en 1956 Alina, la llamada "hija rebelde".

La segunda relación fue con María Laborde, una activista del Movimiento 26 de Julio, con quien tuvo a Jorge Angel, hijo que fue concebido en la misma época que Alina. Jorge Angel, de profesión químico, se mantuvo en el anonimato. Años antes había nacido Francisca Pupa, otra hija de Fidel y que fue presentada en Miami en 2009, por la hermana del comandante, Juanita.

Guerrillera y política

El hombre que más años gobernó en el mundo en el siglo XX sentía debilidad por el vino blanco, el té de manzanilla sin azúcar, la natación, el cordero a la plancha, el bacalao dorado, las pastas y el helado, la pesca submarina y el básquetbol. Adicto al trabajo de madrugada, Castro vistió casi toda su vida uniforme verde olivo. Sólo en los últimos años cambió las botas por zapatillas deportivas marca Reebok y por una tenida deportiva. En sus ratos libres disfrutó jugando ajedrez o dominó y también viendo películas en un gran televisor. Pese a todas sus aficiones, los cubanos casi nunca pudieron ver una fotografía de Castro fuera de sus labores como "Comandante en Jefe".

Quienes conocieron a Fidel desde su juventud sostienen que la mujer que más influyó en su vida fue Celia Sánchez. Con ella tuvo una larga amistad en los días de la Sierra Maestra y luego como su secretaria y consejera. De acuerdo con Furiati, ambos "se amaban, aunque fuera de los esquemas tradicionales". Tan profunda fue la relación que Castro se casó con Dalia en "segundas nupcias" recién en 1980, un año después de la muerte de Celia, quien falleció a causa de un cáncer pulmonar.

Los hijos "A"

Recién en 1999 Dalia Soto se dejó ver oficialmente en un partido de béisbol en La Habana. En 2001, Fidel permitió que su mujer fuera fotografiada por los corresponsales extranjeros durante la Fiesta del Habano, aunque ella guardó silencio oficial. Dalia, llamada "La compañera" por los miembros de la seguridad, profesora de profesión, de buen vestir y cuyo "pasatiempo" favorito fue dedicarse al hogar -cubierto de árboles y enredaderas- había vivido hasta entonces en en el más completo anonimato.

Castro la conoció en 1961, durante la campaña de alfabetización en la Sierra del Escambray. "Fidel la vio en un recorrido, la montó en un jeep y se la llevó". Así describieron algunos cercanos el encuentro con la madre de sus cinco hijos, cuyos nombres empiezan con la letra A: Alex, Alexis, Alejandro, Antonio y Angel. Esta "coincidencia" se dio porque el nombre favorito de Castro es Alejandro, símbolo de guerra y de victoria-como Alejandro Magno, a quien admiraba-, y también fue la "chapa" que usó en la Sierra Maestra.