Cuando los cinco chicos que lo llamaron "Negro Triste" por primera vez lo vieron, él llevaba quemaduras en el lomo, cenizas en algunas partes de su cuerpo y heridas en la parte baja del hocico. Ninguno de ellos tuvo tiempo de asistirlo.
Esa mañana, el perro pululaba con los primeros voluntarios que se instalaron en el lugar a pocas horas de que Santa Olga, que era una especie de cerro con piso de tierra, ardiera completamente.
El perro husmeó a los militares con armas que custodiaban los lugares que aún ardían, ingresaba a las pocas paredes de concreto que quedaron en pie, se lamía sus patas delanteras medio heridas y le pasaba su lomo a uno que otro habitante del pueblo que iba a llorar las cenizas de lo que, aunque hecho polvo, todavía les pertenecía.
Abajo del lomo, en una cancha que fue utilizada durante tres meses por los militares -que tenían como misión resguardar el lugar y apoyar a los habitantes de la zona y a voluntarios- se refugiaron los pocos perros que quedaron vivos y que ese día esperaban moribundos alejados de la extrema y tóxica humareda. Ellos fueron los sobrevivientes que el Negro Triste visitaba, pero que pronto abandonaba para ser el único en su especie en recorrer el lugar que desde la noche anterior, era un lugar perdido, hediondo, que nunca más recuperarían.
El camino estaba repleto de animales que murieron calcinados. A los habitantes de Santa Olga se les avisó tres días antes que había que desalojar la zona. En esas 72 horas, muchas familias dejaron encerrados a sus animales y mascotas, y se fueron. El camino del Negro Triste es el resultado de esa acción; gallinas carbonizadas, algunos gatos y muchos perros con cadenas en sus cuellos que los amarraron a sus casas hasta que los atrapó el fuego. El perro, lagañoso, se les acercaba, los olía, y seguía su camino.
En las horas más críticas, el Negro Triste se arrimó a a periodistas y voluntarios que posteriormente lo buscaron. Salió en algunos medios de comunicación -incluso con una campaña en las redes sociales de La Tercera-, en el que pedían avisar si es que sabían sobre su paradero. Personas de diferentes regiones se conmovieron con su historia y querían adoptarlo, pero de él no se supo nada hasta que una chica afirmó por redes sociales haberlo recibido en el refugio para animales habilitado en el Estadio de Santa Olga –que hoy es el lugar en el que se instaló el colegio Enrique Mac Iver del incendiado pueblo-.
La noticia de su aparición se masificó. En el refugio que lideraba la veterinaria Loreto Ramírez –y donde se encontraban muchos animales extraviados, heridos y en riesgo vital-, el Negro Triste se convirtió en el perro emblema del incendio e incluso llegó una oferta de Canadá para adoptarlo, plan que no se concretó. Estuvo carca de un mes viviendo en un cubículo de madera del que arrancaba o salía porque voluntarios querían dar un paseo con él. Ya no estaba triste.
"Yo me enteré del Negro por mi novia, Marcela. Ella vio una nota en Facebook y me lo mostró, probablemente pensando en que me gustaría saber de él puesto que tengo tres perras negras", cuenta Nicolás Pizarro (36). Inmediatamente, el joven santiaguino se puso en contacto con los veterinarios que estaban en terreno y partió a buscarlo al día siguiente. "Llegué al refugio durante la tarde del día siguiente. Él andaba jugando con los voluntarios. Era el único perro que andaba suelto. Preguntando por él, me comentaban que dormía con los voluntarios y jugaba con ellos", recuerda.
El dueño del Negro Triste vivía en una casa color naranjo en Santa Olga. Reclamó una vez por él, aunque decidió dejarlo en el refugio. Era un perro de calle y, tras el incendio, difícil iba a ser que pudieran trasladarse juntos. Además, pese a tener heridas menores respecto a otros animales del refugio, necesitaba supervisión médica. Pizarro siguió el protocolo de rigor para adoptarlo y se lo llevó a Santiago.
"Desde un primer minuto fue como si fuéramos amigos de la vida. Me saltó encima a saludar, se subió corriendo a la camioneta y me acompañó a ayudar a Nirivilo. Ahí pasamos la tarde terminando de montar otra clínica veterinaria", recuerda Pizarro quien tenía un único plan para el can: buscarle una casa donde tuviera atención y espacio absoluto.
La pareja de Nicolás publicó las fotos del Negro Triste sin mayores aspavientos en su fama y solo con el título de "rescatado del sur". Los interesados fueron varios y tenían que pasar un largo casting para poder quedarse con él. "Después de esperar un tiempo, apareció la persona adecuada; con una casa grande, patio amplio, experiencia con perros grandes y una familia ávida de tener un perro cariñoso", cuenta Pizarro.
La persona elegida fue Máximo Valdivia, funcionario de la Universidad Católica de Valparaíso. Un hombre que había perdido hace poco a su perro de años por un ataque al corazón. "Mi perrito murió de viejo", dice él. Viven en Quilpué, en una casa de patio amplio y donde solo vive él, aunque con la visita frecuente de su pareja y sus cinco hijos. "El Negro Triste fue rebautizado a Carolo, porque mi hija mayor de 43 años me incentivó a adoptarlo y ella se llama Carola", cuenta Valdivia.
Solo conversando con Pizarro es que se enteraron de la historia detrás del ahora Carolo: "La historia es muy linda, pero triste. Es curioso que el perro es terriblemente cariñoso. Abraza y hay que sacárselo de encima", dice el hombre.
El día en que fueron a dejar al ahora Carolo, su adoptador y adoptante conversaron durante más de una hora. "Cuándo nos fuimos el ex Negro Triste ni siquiera fue a despedirse. Estaba contento. A poco más de un mes de su adopción definitiva, le hicimos seguimiento, constatando que nuestra elección fue la correcta", reflexiona Pizarro.