Queda inaugurada la 55 edición de la Bienal de Venecia, cita clave para entender qué viento sopla en el mundo del arte en la época actual. "¡Que el arte hable por sí sola!", zanjó el presidente Paolo Baratta, en una ceremonia escueta y rápida. Pocos discursos, muchos asistentes, colas en las taquillas y ríos de personas cargadas de mapas, libretas y folletos explicativos. En un día, por fin soleado, el primero de una primavera que demora en llegar a Italia.
El pueblo de los expertos y aficionados volvió a surcar los pabellones de los Giardini, del Arsenale y los múltiples espacios esparcidos por la ciudad. Un catálogo de pinturas, instalaciones, videos, esculturas que es un crisol cultural del mundo y quedará abierto hasta el 24 de noviembre. El Palacio enciclopédico, titular y tema que recorre como un lazo rojo todas las exposiciones, cuenta con la contribución de unos 160 artistas de 37 países sólo en la exhibición principal, orquestada por el comisario Massimiliano Gioni. Dice: "El sueño de un conocimiento universal y total atraviesa la historia y acerca a personajes exéntricos muy distantes entre ellos".
Guiada por esta estrella, la muestra principal se transforma en un apasionante museo-muestrario de objetos, señas, imágenes, sugestiones que se repiten de forma a veces obsesiva, variación tras variación. A la recopilación de Gioni, se añaden los pabellones de 88 naciones, algunos que estrenan este año, como por ejemplo la Santa Sede, las islas Tuvalu o Bahamas.
Jaar y Weiwei
Es la primera vez en la Bienal también para Angola: su pabellón, con 23 pósters fotográficos de Edson Chagas, mereció el León de Oro a las participaciones nacionales. El mismo premio al mejor artista fue para el británico Tino Sehgal, de 36 años. La organización también otorgó el León de Plata a la joven artista francesa, de 34 años, Camille Henrot.
Mucho éxito en los días de inauguración cosechó la instalación de Alfredo Jaar en el pabellón chileno. Venezia, Venezia reconstruye dentro del espacio (en el antiguo Arsenale) un puente, sobre el cual yace un estanque metálico de cinco metros lleno de agua opaca, del verde típico de los canales venecianos. Cada tres minutos una maqueta fiel de los Giardini de la Bienal emerge de la laguna y sube a la superficie. Se queda brillando y goteando justo el tiempo de sorprender y ser reconocido, para volver a hundirse.
No sólo de pabellones y de exposición oficial vive la Bienal. El arte invade iglesias, palacios históricos, jardines, rincones poco conocidos con una telaraña de eventos colaterales. El más prestigioso es quizás la personal del chino Ai Weiwei, visible hasta el 15 de septiembre en la iglesia de Sant'Antonin, un templo casi desconocido en la parte menos turística de la ciudad, en el barrio de Castello. Con su nuevo trabajo S.a.c.r.e.d. (Super, Accusers, Cleansing, Ritual, Entropy, Doubt) el artista disidente, obligado a quedarse en su país, pone en escena su encarcelamiento de la primavera de 2011.
Comer, pasear, lavarse, ser interrogado, ir al baño, dormir: son las seis acciones que resumen cada uno de los 88 días que pasó en una cárcel secreta del régimen. Un dolor contado por imágenes, como por fotos tridimensionales, dentro de sendas cajas de plomo pesadas y angostas. En cada una de ellas, estatuas de 70 centímetros representan al mismo artista y a dos guardias en uniforme y mirada firme. El visitante se mueve frente al altar mayor de la iglesia entre estos cubos de hierro de metro y medio de altura y espía las escenas que hay adentro a través de una pequeña fisura lateral y de otra en la parte de arriba. El recorrido se convierte en un vía crucis dramático y claustrofóbico también para quien mira. Ante la imposibilidad de apariciones públicas del artista chino, a la Bienal llegó su madre, Gao Ying.