"Hoy es miércoles. Si te digo: ¿Vamos a bailar? A las 11 de la noche. No hay dónde. O te invito a salir el viernes, vamos a bailar a las 10.30 de la noche. Es complicado. Yo creo que nos marcó mucho la dictadura, nos marcó mucho en que colectivamente queremos vernos como guardianes de una moral, muy rectos, muy probos. Por mí que hubiera muchos más lugares para bailar, muchos más bares para ir, que estén todas las terrazas llenas de gente, el centro de Santiago tomado por bares y restoranes.
¿Cuándo fue la última vez que subiste el cerro Santa Lucía? Tenemos dos cerros maravillosos en Santiago y no los pescamos. Aparte que no hay nada, a qué podría subir un turista el cerro Santa Lucía, si tiene el mirador del Costanera Center. Hay que tener otro tipo de mirada. Yo subí el jueves pasado el San Cristóbal con mi hijo en coche, a las 9.30 de la mañana. Entre que subí, bajé y estuve arriba, me topé con 800 personas y no había ni un solo lugar abierto en el mirador. No había dónde tomarse un café o comerse un pedazo de pan con algo. Incluso, los baños estaban cerrados. Decimos que queremos disfrutar la ciudad, hablamos de que Chile ha cambiado, pero la verdad es que quizás eso puede ser desde la comunidad y la empresa privada, pero desde el Estado -la tercera pata de la mesa- se sigue en el siglo XIX.
Me da rabia de cómo nos hemos puesto. Ganamos la Copa Centenario un domingo, el lunes era feriado y el martes parecía como día normal. Yo hubiera cerrado la Alameda, hubiera hecho una concentración en el Parque O'Higgins, un festival con todas las sonoras. Un carnaval, aunque los jugadores no estuvieran. Porque es increíble.
Quizás lo que nos pasa con el fútbol es lo que nos pasa con la comida, con nuestras cocinas, y algo que pasa en las empresas que hacen un trabajo para romper la desigualdad. Porque teníamos ciertos aspectos de algo que nos avergonzaba en Chile. El fútbol hace 20 años nos daba vergüenza. Si bien ha cambiado con las cocinas un poco, nos avergüenza nuestro pasado. Decir que somos un país mestizo, que no fuimos imperio, ni virreinato. O las personas en situación de discapacidad, también incomodaban. Y de esas tres cosas hiciste un tránsito al orgullo. Nos juntamos a gritar por el fútbol. Ayer teníamos una espera de 35 personas en el local de Luis Thayer Ojeda, un martes, para comer pollo al pil pil con borgoña. Hay un tránsito desde la vergüenza al orgullo, y ese tránsito es el que hace crecer a un país. El que te da un sentido de hablar en plural.
En la provincia se vive un Chile que es absolutamente real y el irreal lo vivimos en Santiago. Lo que tuve la oportunidad de ver grabando Plato Unico (C13), de Colina hasta Arica y de San Bernardo hasta Punta Arenas se come bien, se vive tranquilo, la gente es muy vital, muy sensible. La provincia esta más viva que nunca. Tan viva como las cocinas de Chile, donde se vive la estacionalidad de los alimentos y su territorialidad. Ese cruce. Y, por cierto, la comunidad que vive sobre ese cruce. En Santiago no tenemos eso, es todo parejo.
Gran culpa de lo que pasa en el Chile de hoy la tiene el Estado. No el gobierno; yo soy de Revolución Democrática, pero soy un bacheletista puro, me encanta la Presidenta. Sus reformas tienden a poner sobre la mesa la discusión sobre la desigualdad en Chile. Ese es el gran tema.
Nos tenemos que poner de acuerdo, Estado, comunidad y empresa privada. Los tres habitamos en Chile. Tenemos que ponernos de acuerdo en cómo administramos esto. Para hacer de Chile un país más justo, un país mas entretenido, para hacer el país más seguro.
La seguridad será el tema que la romperá en las elecciones municipales, lamentablemente. Va a ser un tema que va a poner la derecha, y pareciera que la Nueva Mayoría se tiene que defender. Yo no sé si en realidad la Nueva Mayoría realmente está convencida de dar derechos de género o preocupada de los niños muertos del Sename, ni creo que la derecha sea campeona de la seguridad. En el gobierno de Sebastián Piñera era la gran promesa y no lo pudo cumplir. No porque no quisiera, sino porque no tenemos las herramientas. Es algo que tiene que ver con la educación, que parte con la pobreza, con la igualdad.
Hoy, lo políticamente correcto es ser odioso. Y ser revolucionario es hoy ser bondadoso. Pero el innovador hoy está preocupado de otra cosa, da empleo, está pensando en las capacidades, crea de manera colaborativa. He visto una nueva camada en el empresariado chileno, a la que le gusta llamarse emprendedores, pero son empresarios también. Son jóvenes, más chascones, ven al empleo de una manera distinta. No generan estructuras piramidales donde ellos son los jefes, y eso es súper entretenido.
Claudio Muñoz, de Telefónica, dice que el empleo como nosotros lo conocemos va a cambiar en los próximos cien años y yo también creo en eso, sin duda. Cada vez habrá menos lugares físicos donde trabajar, se viene una segunda revolución industrial, que va a ser la introducción tácita de lo digital al trabajo. Creo que hay un grupo fuerte hoy trabajando eso, veo ahí al Bernardo Matte, a la Ale Mustakis. El otro día me invitaron a dar una charla con ella y era un día martes, con un frío atroz, había taco, dije quién va a llegar. Llegaron 600 personas, de gente que sólo fue a escuchar de qué se trata trabajar, de qué se trata crear, de qué se trata tener empresas.
Asi como hay en la empresa una nueva camada, hay otra en la política. Lo que representan Revolución Democrática, Giorgio, Boric. Creo que también en el Estado debería estar más eso, que debería haber más personas ahí que quisieran reformular el Estado. Se habla del G90, pero cuándo será el día que saquemos al G60, que se tomó las empresas, la política, ¡se tomó a Chile! Que se vayan para la casa. Y dejen a estos nuevos cabros, estos nuevos chilenos.
Yo he estado en muchas marchas en los últimos años. He ido a la por la igualdad, por la educación, a algunas del 1 de mayo y voy todos los 11 de septiembre al Cementerio General. Pero hay una diferencia fundamental de lo que nos tocó vivir en los 80 y esta generación. Nosotros teníamos un profundo respeto por lo público, incluso cuando lo público estaba tomado por una dictadura asesina y sangrienta. Respetábamos por la gente. Acá no. Me acuerdo de principios de enero del 85, el entierro de la Matilde Urrutia. Pasamos por la Catedral, y se nos tiraron encima los pacos, por nada, porque era la mujer de Neruda. Yo iba con la bandera, delante del féretro. Nos escondimos en la Catedral. La iglesia era un refugio, cómo se te ocurre entrar a sacar una cruz y romperla. Qué pasa por tu cabeza, no se me ocurre. Nos resguardábamos ahí y los pacos podían entrar, pero algo les pasaba, porque estaba la puerta abierta, y ellos se quedaban fuera del umbral. Era como un gran collar de ajos (se ríe). Ese umbral lo pasaron estos chiquillos, muy equivocadamente.
No se si echarle la culpa a que estos niños poco menos que son malcriados, como dijo un cura. No sé si se puede criar bien dentro de la pobreza, y dentro de la injusticia social, y dentro de padres trabajadores y mujeres sin posnatal. No sé si es culpa de los padres
Soy profundamente ateo. A pesar de que como que he sentido una cierta simpatía por alguna gente de la Iglesia últimamente. Vi en la tele que había una lavandería industrial, con puros chicos con síndrome de Down trabajando. Dije: 'Mandamos a lavar todo para allá'. Busqué la página web, no me fijé en nada y le escribí. Me llegó un mail de respuesta a los 10 minutos, diciendo que encantado trabajaba con nosotros, los chicos felices, pero el traslado iba a salir un poco caro, porque esto quedaba en Concepción. Firmaba Fernando. Le dije que pucha, perdonara, y que lo felicitaba. Nos hacemos conocidos, nos escribimos. Y ahí recién cacho que es Fernando Chomalí, el arzobispo de Concepción. La gente sorprende. Siempre hay algo más de lo que uno pensaba. Quizás con Fernando yo podría tener miles de discrepancias, pero alguien que quiera trabajar y emprender con chicos Down tiene todo mi respeto y admiración. Como que tengo un amigo cura, es raro (se ríe).