La independencia de Escocia le crearía un grave problema a la flota británica de submarinos nucleares. En caso de que el 18 de septiembre los electores de Escocia voten a favor de la separación de Reino Unido, la base naval de Faslane, de los submarinos Trident, en las tranquilas aguas de Gare Loch, debería emigrar sin un destino claro. Eso en momentos en que aumenta la tensión con Rusia, por la crisis en Ucrania. No por nada el ex secretario de la OTAN general George Robertson, escocés, dijo en un discurso en Washington este año, citado por The Washington Post, que un voto por la independencia sería "catastrófico" para la seguridad occidental y sacar a los submarinos nucleares de Escocia equivaldría a "desarmar el resto de Reino Unido".
Pero esa sería sólo una de las consecuencias de un triunfo del voto "sí" en el referéndum donde se preguntará "¿Debería ser Escocia un país independiente?". Una de las más destacadas es el tema de la moneda. Una Escocia soberana debería optar por una moneda propia, por el euro o seguir con la libra. La primera opción sería un duro golpe a una economía que ya tiene que adaptarse a una vida independiente. Adoptar la moneda comunitaria se da por descartado, porque no es posible surgir como país dentro de la Unión Europea y menos en la zona euro. Y mantener la libra es algo que ha sido rechazado por las autoridades de Londres. En consecuencia, un tema para nada resuelto.
La disolución del vínculo de tres siglos entre Reino Unido y los escoceses pondría a estos últimos fuera de la Unión Europea, aun cuando buena parte de los británicos tampoco quiera formar parte de las estructuras comunitarias. De todas formas, según una estimación del gobierno de David Cameron, si Escocia fuese parte de la UE debería aportar al presupuesto europeo entre 2.200 y 4.300 millones de euros al año más de lo que aporta actualmente como parte de Reino Unido. Sin embargo, ese es un horizonte muy lejano, porque las autoridades del nuevo Estado deberían negociar su ingreso a la Unión desde afuera.
En términos administrativos, la independencia obligaría al establecimiento de fronteras en el nuevo país, con el freno al movimiento de bienes y personas, incluso para aquellos que quieren viajar a visitar a sus familiares desde Escocia a Reino Unido o viceversa. Eso, sin contar los problemas y trabas que podrían surgir para las empresas que están instaladas a uno u otro lado de la nueva frontera internacional que surgiría en la isla de Gran Bretaña. Incluso, debería establecer su propio servicio exterior: la red diplomática británica cuenta con un equipo de 14.000 personas en 267 embajadas, altos comisionados, consulados y otras oficinas en 154 países y 12 territorios en todo el mundo.
Además, la ministra del Interior británica, Theresa May, advirtió de que una Escocia independiente afrontaría mayores riesgos de seguridad, ya que no tendría acceso "automático" a la información de inteligencia del Reino Unido. Así se recordaba el atentado terrorista contra el aeropuerto de Glasgow en 2007. Pero Blair Jenkins, de la campaña a favor del "sí" en el referendo, replicó que "la seguridad es sobre todo un asunto de cooperación internacional" y que espera que "los servicios de seguridad escoceses jueguen su papel", como lo juegan los del resto de los países.
En el concierto internacional, esta nueva Escocia no formaría parte del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas como miembro permanente y no podría estar representada como miembro individual en el G-7, el G-8 y el G-20.
Los independentistas destacan, en tanto, que una vida independiente pondría a su país como uno de los países "más ricos" del mundo. Eso, porque Escocia tiene un PIB per cápita que la ubicaría en el puesto 14 en un ranking de este tipo, por encima de algunas de las economías más grandes del mundo, como Francia, China e incluso Reino Unido.