Las dos caras de la experimentación animal
Es un debate que muchos prefieren evitar porque fácilmente se pone violento y en el que todos invocan a la ética. Los animalistas dicen que es moralmente inaceptable mantener animales en cautiverio y hacerlos sufrir en nombre de la ciencia. Los investigadores, que si dejan de hacerlo, estaríamos renunciando a importantes avances médicos en el futuro.
Hace un año, Nikos Logothetis, un destacado neurocientífico del Instituto Max Planck de Cibernética Biológica en Tübingen, Alemania, sorprendió a sus pares con una carta en la que informaba que dejaría de usar primates en sus investigaciones. Para su trabajo, centrado en entender los mecanismos neuronales de la percepción y el reconocimiento de objetos, hacía experimentos con macacos Rhesus, razón por la cual tanto él como su familia habían sido blanco de violentas amenazas por parte de grupos animalistas.
Científicos de todo el mundo lamentaron que abandonara “una prolífica línea de investigación”. Algunos acusaron a los activistas de terrorismo y alegaron que a menudo sus acciones quedan sin castigo. Por su parte, Logothetis agregó que es urgente que las organizaciones científicas y gobiernos tomen medidas efectivas para proteger a los investigadores que hacen experimentos con animales.
En la última década, grupos animalistas le enviaron cartas bomba al neurocientífico Colin Blakemore de la Universidad de Oxford; un grupo de enmascarados le dio una paliza al esposo de una bióloga de la Universidad de California y el Instituto de Investigación Biomédica de la Universidad de Hasselt en Bélgica sufrió un ataque incendiario. En Chile, en noviembre de 2012, el Frente de Liberación Animal se atribuyó la quema del vehículo de un científico de la Universidad de Concepción.
Pese a lo anterior, y aunque este no sea un tema del cual a los investigadores les guste hablar, la mayoría de ellos se niega a dejar de experimentar con animales. La pregunta es por qué.
Los avances
La investigación con animales ha contribuido a entender el origen y las características de muchos males, a prevenirlos y a desarrollar tratamientos o curas. De hecho, prácticamente todos los protocolos actuales para el control de enfermedades (antibióticos, transfusiones de sangre, diálisis, trasplante de órganos, vacunas, quimioterapia, cirugías ortopédicas) se basan en investigaciones realizadas en seres vivos.
Algunos ejemplos: la insulina, que es la hormona que regula el azúcar en la sangre, fue descubierta en perros en la década de 1920. Antes no había tratamiento eficaz para la diabetes y la gente con esta enfermedad generalmente moría joven. Estudios con animales ayudaron a dar con las vacunas contra la viruela, polio, difteria y sarampión e identificar el VIH para desarrollar terapias como los antirretrovirales. La investigación del virus del papiloma humano en perros y conejos demostró recientemente que con una vacuna se podía impedir el desarrollo de cáncer de cuello uterino en las mujeres. El trasplante de órganos y la cirugía a corazón abierto también fueron desarrollados usando modelos animales, los que además ayudaron a entender las bases biológicas del rechazo de órganos y cómo superarlo.
Actualmente, en el mundo se utilizan animales para millones de investigaciones en enfermedades como el cáncer, la epilepsia o el alzhéimer. La finalidad de realizar estos ensayos no es demostrar si un medicamento es seguro y efectivo en humanos, ya que no pueden hacer eso, sino que ayudan a decidir si este debería o no ser testeado en la gente y entregan una idea bastante certera acerca de la dosis a usar. Si una droga pasa la prueba, es entonces testeada en un pequeño grupo de humanos antes de los ensayos clínicos de larga escala. En cambio, si la droga genera efectos adversos en los animales o en el pequeño grupo de humanos, es descartada.
La postura de los grupos animalistas
Al mismo tiempo, en las últimas décadas ha crecido mucho la conciencia en torno a los derechos de los animales, por lo que su uso como modelos de experimentación ha comenzado a ser cada vez más discutido. Los detractores sostienen que los animales son diferentes a los humanos y no sufren las mismas enfermedades, por lo que experimentar con ellos es inútil. También afirman que actualmente existen métodos alternativos como modelos computacionales o cultivos celulares para realizar las pruebas. Pero sobre todo consideran que es un acto de extrema crueldad y moralmente inaceptable mantener en cautiverio y hacer sufrir a otro ser vivo. Muchas veces, estos grupos utilizan el término de “vivisección”, enfatizando la idea de seccionar o usar técnicas invasivas en animales vivos.
Así, han surgido instituciones como la Organización Internacional para la Protección de los Animales, la Coalición Europea para Terminar con los Experimentos en Animales, la Asociación para la Defensa de los Derechos del Animal (ADDA) y Personas por el Trato Ético de los Animales (PETA), entre muchas otras.
En Chile, la aprobación de una ley de protección animal en el 2009 supuso un avance en términos de regulación. Sin embargo, hay grupos que se quejan de que la ley tiene poca aplicabilidad ya que, aunque reconoce a los animales como seres vivos, el Código Civil los sigue considerando como objetos, dándoles a sus dueños la potestad de utilizarlos a su arbitrio. Rodrigo Gil, abogado y profesor de Derecho Civil en la Universidad de Chile, está interesado en desarrollar una disciplina ya instaurada en Estados Unidos y varios países de Europa: el Derecho Animal, que discute acerca del estatus jurídico de los animales. Gil señala: “Decimos que nos basamos en la capacidad de raciocinio para darles o no personalidad jurídica, pero ¿qué pasa, por ejemplo, con un recién nacido o un anciano con demencia senil? Ellos son igualmente considerados sujetos de derecho tan sólo por pertenecer a la especie humana; es una mirada totalmente antropocéntrica. ¿Y si de pronto apareciera una nueva especie más evolucionada que la nuestra? ¿Por qué no basarnos en la capacidad de sentir en vez de en la de razonar?”.
El caso más polémico
La mayoría de los experimentos con animales incluyen conejos, cerdos, moscas, gusanos, peces y sobre todo roedores. Pero por lejos los casos más controvertidos son los que involucran primates. El año pasado en Nueva York se discutió si unos chimpancés, que estaban siendo usados para estudiar la evolución del bipedalismo en humanos, tenían o no personalidad jurídica. Pese a que la jueza finalmente se las negó, la Universidad de Stony Brook decidió liberarlos. Dos meses después, los chimpancés fueron incluidos en la lista de animales en peligro de EE.UU. y se prohibió su uso como modelos de experimentación biomédica.
Chile no ha estado exento de este tipo de controversias. En 2008 la Universidad Católica cerró el Bioterio en el que mantenía a 88 monos capuchinos. La Facultad de Ciencias Biológicas argumentó que mantenerlo en condiciones adecuadas era un esfuerzo técnico y monetario muy grande y que se podía disponer de otros modelos de investigación. También contribuyó la serie de protestas que organizaron durante varios años los grupos animalistas.
Elba Muñoz, directora del Centro de Primates de Peñaflor, al igual que muchos otros activistas alrededor del mundo, opina que es mucho más grave experimentar con monos y simios que con otros animales por su gran parentesco con los seres humanos. Sin embargo, precisamente este es el argumento que utilizan científicos para respaldar su uso como modelos experimentales, sobre todo en disciplinas como la neurociencia, en la que permiten analizar procesos cognitivos complejos, y la inmunología, en la que se utilizan para estudiar virus como el VIH y el Ébola.
Muñoz, por su parte, tiene una mirada bastante escéptica sobre la utilidad de la experimentación animal: “Hace unos años denunciamos unos experimentos en monos que se estaban haciendo en la Universidad de Chile, por las crueles condiciones en las que los animales se encontraban. También descubrimos que el investigador ya había hecho los mismos experimentos en Estados Unidos, es decir, ya sabía el resultado, pero los repetía para obtener su doctorado acá. Es un abuso”. Además, Muñoz sostiene que se deberían usar voluntarios humanos o modelos computacionales en las investigaciones del VIH puesto que, pese a que llevan años experimentando con chimpancés, aún no se ha encontrado una cura. “El problema es que hay instituciones que ganan plata vendiendo animales y mucha gente vive de eso. Es todo un gran negocio”, sentencia.
La respuesta de la comunidad científica
“Es un hecho indiscutible que si queremos progresar en áreas centrales de la medicina o de la biología necesitamos usar modelos animales”, dijo John O’Keefe, al día siguiente de recibir el premio Nobel de Medicina 2014 por sus investigaciones sobre la manera en que nos orientamos, basadas en numerosos experimentos con ratas. Pero también llamó a tener un debate abierto sobre este tema.
Los científicos varias veces han señalado que, si bien es cierto que los animales se diferencian de las personas en muchos aspectos, son muy similares en otros. Por ejemplo, pueden desarrollar muchas de las enfermedades que aquejan a los humanos, como la hemofilia, diabetes y epilepsia. Además, son susceptibles como nosotros a diversas bacterias y virus, tales como ántrax, viruela y malaria. A la vez, las diferencias también pueden entregar pistas relevantes en una investigación: si una enfermedad no se desarrolla en un animal o no lo afecta de la misma manera, se puede estudiar la base biológica de esta resistencia y contribuir a dar con una cura o terapia.
Los investigadores agregan que, aunque existen métodos alternativos que deben ser empleados cada vez que sea posible, hay interacciones entre moléculas, células, tejidos, órganos, organismos y el ambiente que son demasiado complejas para que las modelen incluso los computadores más sofisticados. El cuerpo es mucho más que una simple colección de sus partes, por lo que algunas preguntas –por ejemplo, cómo interactúa el sistema digestivo con el cardiovascular bajo cierta condición– simplemente no pueden ser respondidas usando cultivos celulares o de tejidos.
Además, ellos destacan que están sometidos a muchas regulaciones y políticas con respecto a la experimentación animal, y que existen organismos y comités nacionales e internacionales encargados de velar por su cumplimiento. Así ha surgido la bioética animal y el principio de las 3 R: Reemplazo, evitar el uso de animales cada vez que se puedan emplear otras alternativas; Reducción o disminución de la cantidad de animales usados; y Refinamiento, es decir, mejorar las condiciones de experimentación para evitar el sufrimiento animal.
En países como EE.UU., Alemania e Inglaterra, donde ha habido un especial énfasis en reducir este tipo de experimentación, los organismos y comités de bioética realizan visitas (concertadas o de sorpresa) a los laboratorios para supervisar sus métodos. Se han establecido muchas normas y protocolos para la evaluación temprana de dolor o daño en animales provocados por los experimentos o drogas a testear y se ha introducido el concepto de “punto final humanitario” y la eutanasia para evitarles el sufrimiento prolongado. Del cumplimiento de estas regulaciones depende si un laboratorio recibe o no aprobación y financiamiento para sus investigaciones. Como resultado, en el Reino Unido el número de animales utilizados en investigación ha disminuido casi a la mitad en los últimos 30 años.
Sin embargo, las normas y el rigor con que se aplican varían de país en país. En Chile, la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (Conicyt) publicó un documento titulado “Aspectos bioéticos de la experimentación animal”, en el que señala con gran preocupación que, aunque existen laboratorios en nuestro país muy bien acondicionados, esa no es la realidad general y en muchos casos los centros no cuentan con dependencias para la crianza o mantenimiento de animales de laboratorio en condiciones óptimas que garanticen tanto su bienestar como la confiabilidad de los resultados obtenidos a partir de ellos. Los laboratorios nacionales han ido incorporando poco a poco los métodos usados en lugares con mayor trayectoria en este tema, impulsados en gran medida por las colaboraciones existentes con investigadores de otros países, y el deseo de optar a financiamiento de agencias extranjeras y de publicar en revistas internacionales. Pero el proceso ha sido lento e insuficiente, sobre todo debido a una falta de recursos.
Por otra parte, algunos investigadores han señalado que el número de animales usados en experimentación es “relativamente pequeño” en comparación a la cantidad de animales sacrificados anualmente. Por ejemplo, en EE.UU. el número de animales usados en estudios científicos es de unos 26 millones al año, mientras que en el mismo país la gente consume anualmente más de nueve millones de pollos y 150 millones de vacas, cerdos y ovejas.
Otros investigadores apelan precisamente a la ética que defienden los activistas: ¿Sería ético permitir que humanos y animales sigan sufriendo de enfermedades que podrían ser aliviadas o curadas a través de la experimentación animal? En ese caso, alegan estos científicos, la inacción sería moralmente injustificable. Hace menos de un siglo, los padres de niños diabéticos o que necesitaban el trasplante de un órgano debían resignarse a verlos morir, pero hoy en día existen soluciones. ¿Estaríamos dispuestos a renunciar a estos avances en el futuro?
Asimismo, cada vez son más los científicos que reconocen que la falta de información en un tema tan controversial como este puede provocar intranquilidad en la población y facilitar la aparición de visiones erradas, por lo que es importante aumentar la participación y la visibilidad que tienen en la sociedad. Por ejemplo, Understanding Animal Research (Entendiendo la Investigación Animal) es una organización inglesa sin fines de lucro que tiene el propósito de transparentar la realidad de la experimentación animal, y tiene una página web con información disponible en varios idiomas (en español: http://www.animalresearch.info/es/). Desde que recibió ataques de los animalistas, el neurocientífico Colin Blakemore se convirtió en un decidido promotor de este debate y ha sostenido esta visión en varias oportunidades: "Creo que tenemos una obligación. Si los científicos somos siempre figuras anónimas tras bambalinas, entonces el público tendrá razón en desconfiar de nuestros propósitos".
Animales y cosméticos
En 1933, la máscara de pestañas llamada Lash Lure dejó ciegas a más de una docena de mujeres e incluso le provocó la muerte a una de ellas debido a una infección bacteriana. A partir de ese momento comenzaron a aplicarse estrictas regulaciones para probar la seguridad de los productos antes de ponerlos a la venta y, hasta la década de los 80 la única manera de hacerlo fue con animales, hasta que se introdujeron métodos alternativos como cultivos celulares o de tejido. Hoy, aunque todavía hay productos como bloqueadores, champús, pastas dentales y cremas que son probados en seres vivos, la práctica es cada vez más impopular y ya está prohibida en la Unión Europea y en Nueva Zelanda.
En Chile, la organización No Más Vivisección lidera actualmente una campaña para prohibir la comercialización de productos cosméticos testeados en animales y, en enero de este año, diputados de la bancada por la dignidad animal presentaron un proyecto de ley con el mismo fin.
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