A primera vista la obra de Erwin Olaf puede confundirse con un afiche publicitario: mujeres y hombres de belleza clásica protagonizan estilizadas escenas donde no hay espacio para el caos ni la suciedad. Sin embargo, más allá de los decorados y la impecable iluminación, en las fotos del holandés se cuelan historias que poco tienen que ver con la vida perfecta y sí con los problemas del hombre contemporáneo. La imagen de un hombre de camisa y corbata, arrodillado en su oficina y secándose las lágrimas, habla del éxito económico versus el fracaso, o la de una mujer sentada sola en una mesa donde hay dos platos servidos representa la incomunicación en las relaciones humanas.
Erwin Olaf se hizo conocido a fines de los 80 con provocativas campañas publicitarias para Diesel y Lavazza, para luego ir acercándose cada vez más a las artes visuales. La evolución de su trabajo va aparejada a su vida personal, dice. Si a los 20 años su obsesión era el sexo, y a los 30 se sentía cada vez más ambicioso y arriesgado, hoy, a los 54 años, vive las consecuencias de su éxito profesional, con viajes y exposiciones internacionales, que han acercado su obra a temas como la soledad, la vejez y la espera.
"Se puede ver cómo mi trabajo ha pasado desde un enfoque hacia el interior, cuando era más joven, hacia lo que está pasando en la sociedad ahora. También el lenguaje de mi fotografía cambió desde un enfoque más provocativo hacia gestos más delicados. Son las pequeñas emociones las que me interesan en este momento", explica el fotógrafo a La Tercera.
Bajo el título El imperio de la ilusión, la obra de Olaf aterriza en Chile y desde el 5 de septiembre se podrá ver en el MAC de Quinta Normal. La muestra, curada por el español Paco Barragán, reúne 20 fotografías y 10 videos: en los últimos años el artista se ha dedicado a contextualizar sus escenas congeladas, con imágenes en movimiento, dotándolas de una narración más compleja. "Olaf tiene una poco convencional sofisticación a la hora de abordar los sentimientos más íntimos impregnados de una latente tensión dramática", escribe Barragán en el texto de la muestra.
Cercano a la línea estética de otros prestigiosos fotógrafos, que también van y vienen entre la moda y el arte, como David La Chapelle, Annie Leibovitz y Gregory Crewdson, Olaf ha exhibido su trabajo en museos como el Centro Pompidou de París, el Reina Sofía de Madrid, el Hermitage de San Petersburgo y el Rijkmuseum de Amsterdam. Sin ir más lejos, en 2011 recibió el Johannes Vermeer, premio estatal para las Artes en Holanda.
No es extraño, entonces, que el fotógrafo se sienta vinculado a la obra de grandes pintores. "Tengo la influencia de muchos artistas del siglo XVII, Rembrandt, Vermeer, Caravaggio y otros más recientes, como Hopper y Norman Rockwell. Siempre me gustó mucho trabajar en publicidad, fue una gran llave de entrada en el pasado y todavía tengo algunos clientes, pero ahora me he concentrado en mi trabajo artístico, donde soy capaz de explorar mejor mis ideas y me siento más cómodo", señala Olaf.
La exposición en el MAC reúne sus últimas series fotográficas, en las que predominan los espacios privados, hogares, oficinas y habitaciones de hotel y que él mismo ha bautizado con sugestivos títulos como Separación, Aburridos, Esperanza y Pena. "Me gustaría que el espectador reflexionara en torno a estos temas, creo que es una de las tareas del arte, provocar la reflexión y llevar las obras más allá de su valor nominal", dice Olaf.
Lejano a cualquier tipo de trabajo documental, el holandés elabora sus fotos como si fuera un marionetista: hace las producciones en estudios cerrados donde puede controlar todos los factores. También suele usar técnicas digitales para corregir detalles de luz y color. "Es una herramienta fantástica para mejorar todas las cosas que no se pueden hacer en la vida real. En este momento, eso sí, me gustaría volver a un tipo de fotografía menos retocada. Creo que es una ola, después de hacer lo imposible con Photoshop, uno quiere volver a la fotografía real, que se siente más auténtica", resume el artista.