La gran justificación para explicar lo que sucedió el martes en

se resume en dos números y una edad: 86 años. Con ese argumento -el de la figura octogenaria al que sólo le basta una juventud gloriosa para pararse sobre un escenario- los organizadores del espectáculo y un porcentaje mayoritario de los

cinco mil asistentes

olvidaron el bochorno y aplaudieron sin grandes cuestionamientos la vuelta de

al país, recital donde el músico

olvidó los acordes de sus himnos y mostró que hoy está sumergido en una agonía artística sin retorno.

Pese a la compasión, el desprolijo espectáculo del pionero del rock and roll asoma como un caso aparte. Casi una excepción: en la última década, varios insignes que ya sortearon las ocho décadas de vida han levantado tours voluminosos y presentaciones que aún despuntan excelencia. O también han escogido seguir en la ruta, pero bajo estrategias que dosifiquen su avanzada edad con las obligaciones de la rutina en vivo.

El ejemplo más notable es

, con los mismos años que Berry y que el 8 de diciembre ofreció en el

uno de los mejores recitales de la temporada, desplegando un timbre vocal aún impecable y con una banda sobria y elegante. Ahí surge la primera gran diferencia: mientras la voz de

I left my heart in San Francisco

se apoya en sólidos músicos de sesión, de escuela en el swing y el jazz, el viejo Chuck opta por sus hijos y un par de instrumentistas reclutados en bares, apenas competentes para una instancia masiva. Además, Bennett se da el lujo de terminar su presentación cantando a capella.

¿Otra diferencia? "Yo me he rodeado de muchos músicos jóvenes y he trabajado en duetos con ellos; es una forma de mantenerme vivo", comentaba el crooner por esos días a La Tercera, en una refacción situada en las antípodas del hombre de

Roll over Beethoven

: ahí donde el neoyorquino abre su legado para colaboraciones diversas, Berry se ha mostrado alérgico al abrazo con las nuevas generaciones, recalcando en entrevistas que si un veinteañero deseara grabar con él, tendría que partir por desembolsar una tajada importante de su cuenta corriente. En lo inmediato, este año Bennett tiene 21 fechas que rematan en el

es otro nombre cercano. Con 88 años, ha usado su perdurabilidad escénica para perpetuar, de manera desmedida, el concepto de gira del adiós. De hecho, en 2008 y 2010 aterrizó en Latinoamérica advirtiendo que la jubilación amenazaba de cerca. Falso: el hombre de Venecia sin ti luce nuevas fechas en la región y

pasará el 18 de mayo por el Movistar Arena.

Pero si se trata de rastrear paralelos más precisos con Berry, el más categórico es

(80), otra cría salvaje de la era dorada del rock and roll. Aunque ha moderado el número de shows desde 2007, debido al uso de muletas por un problema en su pierna izquierda y a una operación en la cadera, desde el año pasado decidió aparecer sólo en eventos estelares, como la cumbre Viva Las Vegas Rockabilly Weekend que se hizo en marzo. Antes, en un show en Washington, efectuado en 2012, la revista Rolling Stone le regaló un puñado de elogios: "Aún está lleno de fuego, sigue siendo un showman maestro, cargando su voz de poder y obscenidad".

El plan de Richard -prepararse durante meses sólo para apariciones mediáticas y de mayor perfil, evitando la vergüenza- ha sido replicado por otros emblemas de la música de los 50, como Fats Domino (85) y Lloyd Price (80); el héroe del sonido calypso, Harry Belafonte (86), quien lucía actuaciones constantes hasta 2003; y el gran referente folk Pete Seeger (93).

Por su parte, B.B. King, con 87 años, también asoma como un sobreviviente de agenda completa: sólo en 2013 luce 37 fechas en EE.UU., alzándose como uno de los artistas más activos de ese país. En el apartado femenino, las inglesas

Vera Lynn

(95) y

Petula Clark

(80) todavía editan nuevos singles y ofrecen presentaciones aisladas en Europa. Por el lado latino, el tanguero

Mariano Mores

(95) recién se retiró en 2011, mientras que la cubana

Omara Portuondo

(82) gira sin mayores sobresaltos. De hecho, vuelve el 3 de mayo con

. En un código similar, la chilena

Carmen Barros

(88) tampoco tiene problemas en situarse bajo los focos, aunque prioriza su labor como actriz.

Para

Claudio Castro

, productor responsable del concierto de Chuck Berry, una de las diferencias fundamentales al momento de las comparaciones radica en el estado de salud del estadounidense: sufre una sordera severa y sólo entiende cuando le hablan fuerte al oído o a través del movimiento de labios, técnica que manejan con destreza los dos hijos de su banda. Además, en su paso por la capital, estuvo en todo momento acompañado de una asesora que le va explicando lo que no escucha a su alrededor. "Está tocando de memoria y eso es muy valorable para que se gane nuestra reverencia", asegura el promotor.

De paso, sepulta otro mito que ha sobrevolado sus shows sudamericanos: el propio Berry funciona como su propio mánager y se encarga, personalmente, de coordinar y cerrar todos sus contratos. O sea, según Castro, su familia, apuntados como

oportunistas explotadores de una estrella ya senil,

sólo acatan sus órdenes. De hecho, el ejecutivo local debió viajar hasta su residencia en Saint Louis, EE.UU., para entrevistarse con él y acordar las cláusulas del trato. Entre ellas, Berry exigía un Mercedes Benz manejado por su staff, una marca de amplificadores que no hay en el mercado nacional -y que debieron reemplazar por otros- y que todo lo que él y su tropa consumieran en el hotel lo debía pagar la productora.

En la tarde del martes, incluso obligó a los organizadores de su venida a escribir una carta donde se comprometían a hacerse cargo de los gastos secundarios, la que fue redactada, con el cantante presente, en pleno lobby del hotel. En la noche, salió a escena, miró que todo estuviera en orden y tocó sin un setlist fijo. Fiel a su estilo.