El 3 de noviembre del año pasado fue el primer gran llamado de alerta: la cantante Taylor Swift, estrella del pop juvenil y una de los nombres más rentables de la última década, decidió retirar todos sus discos de la plataforma de streaming Spotify. La figura del momento le declaraba la guerra a la aplicación de música más popular de estos años. ¿La razón? Ella misma la dio en el portal Yahoo: "No estoy dispuesta a contribuir con el trabajo de mi vida a un experimento que no compensa de manera justa a los creadores".
Según la cantante, la compañía no le está pagando lo suficiente ni menos estaría al nivel de las ganancias que debería arrojar su éxito. Según cálculos de Spotify, las regalías de la artista rematarían en US$6 millones al finalizar 2014, pero, en el último trimestre, su sello declaró que los pagos apenas alcanzaban los US$ 500 mil, lo que, en el mundo físico, corresponde a comercializar sólo 50 mil discos.
De hecho, 1989, el último trabajo de la estadounidense, ha logrado posicionarse por ocho semanas consecutivas en el número uno de su país, y en noviembre, a pocos días de su lanzamiento, logró convertirse en el segundo mayor debut femenino -el primer puesto aún lo ostenta Britney Spears-, con 1.287.000 ejemplares. O sea, Swift selló el llamado de alerta demostrando que no necesitaba de Spotify para triunfar.
DARDOS Y DEFENSA
Otra superventas, la británica Adele, también es un buen ejemplo. En 2012 pidió que sus álbumes estuvieran disponibles solo para usuarios con versión pagada de la plataforma -denominada Premium-, petición a la que los ejecutivos se negaron.
Thom Yorke, por su parte, también forma parte de la lista de quienes no pretenden volver a subir su material a esta red. Sus razones: la mala paga por parte de la plataforma, además de considerar que es una pésima vitrina para artistas emergentes.
Desde EE.UU., la vocería de la firma sale al paso y declara a La Tercera: "No ser parte de Spotify no está directamente relacionado con vender más discos, ya que muchos de los fans vuelven a la piratería y esto no paga ni un centavo a los artistas".
De algún modo, la empresa defiende un modelo económico altamente cuestionado (ver columna). El mismo que funciona de una forma ya establecida: los ingresos de la compañía de streaming vienen primeramente de las suscripciones de pago (cerca de 13 millones en el mundo), las que ocupan el 85%, mientras el 15% restante se completa con publicidad. Pero no es Spotify quien paga directamente a los músicos; lo hace mediante el sello discográfico, entidades que se encargan de distribuir los montos bajo los tratos establecidos previamente con los artistas.
Según ha difundido la entidad, cada reproducción de un tema se paga en US$ 0.0084, alrededor de $20. Además, los volúmenes que llegan a las arcas de las estrellas sólo varían en caso que Spotify luzca más suscriptores pagados o que su publicidad haya crecido. De no ser así, los montos no se mueven. Para las bandas independientes es aún más cuesta arriba: de no tener mayor reproducciones de sus tracks, sus ingresos se reducen a cifras exiguas, "que no alcanzan ni para una cena en pareja", como ejemplificó Rolling Stone.
Pero no todo son críticas. También están aquellos que creen que el servicio les beneficia más allá del dinero. Uno de ellos es el británico Ed Sheeran, otro baluarte del pop juvenil y quien afirmó a The Guardian: "Estoy en la música para tocar. Es por eso que hago discos, entrevistas de radio, eventos de Amazon. Por eso pongo cosas en Spotify".