La dirección es una sola: Avenida Argentina N°17, en Ciudad de México. En esa casa vivía Bruno Montané y entre sus paredes, en 1975, se fundó el infrarrealismo, un grupo poético rupturista cuyos líderes más visibles serían el mexicano Mario Santiago y otro chileno, Roberto Bolaño.
El movimiento infrarrealista, al que se sumarían más jóvenes poetas, se convertiría con los años en una leyenda. La que crecería con la publicación de la premiada novela Los detectives salvajes, de Bolaño, que retrata a esa generación.
Tras la muerte de Santiago (en 1998) y Bolaño (en 2003), de los fundadores del infrarrealismo sólo está vivo Bruno Montané, nacido en Valparaíso en 1957. Bolaño lo llamaría Felipe Müller y se volvería uno de los personajes de Los detectives salvajes.
"Eran días de aprendizaje, días totales. Yo tenía entre 18 y 19 años. Realmente creíamos que nuestras caminatas a través de la ciudad construían el cuerpo de un gran poema", dice Montané desde Barcelona, España, donde llegó en 1976. Procedía del D.F. mexicano.
Al año siguiente aterrizó Bolaño. Juntos editarían la revista Berthe Trépat y contactarían a poetas chilenos para publicar sus textos, como Gonzalo Millán, Diego Maquieira, Enrique Lihn, Waldo Rojas y Claudio Bertoni.
Montané y Bolaño escribirían largos poemas juntos. Publicarían esos versos a cuatro manos en revistas y antologías. Bolaño se iría a Gerona, luego a Blanes, y la amistad seguiría mediante llamadas telefónicas. Montané continuó haciendo trabajos editoriales hasta hoy.
"Su poesía está hecha de pinceladas suspendidas en el aire. A veces son sólo apuntes, otras veces miniaturas, en ocasiones largos poemas existencialistas reducidos a ocho o doce versos", anotó Bolaño sobre la poesía de Montané.
El autor de El maletín de Stevenson (1985) y Cuenta (1998) por primera vez publica un poemario en Chile. Se llama Mapas de bolsillo, ya está en librerías y lo atraviesa la idea del viaje.
"Lento y repetido vértigo de las palabras / que una y otra vez vienen a nosotros. / Vértigo y silencio, lugar donde encontramos / la historia y lo que nos sucedió esta mañana", escribe en uno de sus poemas que no supera la extensión de una página.
"Creo que es el estilo, o como quieras llamarlo, que inevitablemente he ido haciendo con los años. Confieso que tengo la manía de no escribir poemas de más de una página. Los poemas largos, los escribí a los 20 años", señala el autor. "Intento pulir aquí y allá, corrijo procurando no mutilar la inicial frescura del poema, descarto mucho y no aumento nada", agrega sobre la manera de trabajar sus versos.
A fines de los 90 Montané regresó a Chile, junto a Bolaño, a visitar a Nicanor Parra en Las Cruces. Volvería en 2004 acompañando al poeta español Leopoldo María Panero para participar en el encuentro literario El Factor Poesía.
¿Cree conservar un vínculo con la poesía chilena?
Creo que sigo teniendo vínculos. Sigo admirando poemas como Tarde en el hospital, de Carlos Pezoa Véliz; Porque escribí, de Enrique Lihn; El poeta y la muerte, de Nicanor Parra; Los Sea Harrier, de Diego Maquieira; los poemas-libro de Raúl Zurita, la poesía de Bolaño. Y conozco a jóvenes poetas chilenos que me parecen muy interesantes y geniales.