Los primeros días de mayo, un grupo de investigadores de humanidades y artes hizo circular una carta por email para juntar 100 firmas y hacerla pública. La carta destacaba el valor de las ciencias sociales, las humanidades y las artes en el desarrollo del pensamiento crítico en la sociedad y exigía un espacio relevante en el diseño de la institucionalidad para la ciencia en el que, según los adherentes, hasta ahora han sido relegados a un lugar marginal.
En pocos días juntaron más de 400 firmas y el viernes 13 de mayo, cerca de 30 académicos de esas áreas -que en los últimos cinco años han visto marchar cientos de veces por las calles a sus alumnos- la llevaron a La Moneda. En la esquina Morandé con Moneda los interceptó una carabinero.
-Y ustedes, ¿qué hacen acá?- preguntó la uniformada.
-Somos investigadores de artes y humanidades. Venimos a dejarle una carta a la Presidenta.
-¿Saben el procedimiento?
-No.
La policía les explicó que hay que ubicarse en el centro de la Plaza de la Constitución para no bloquear el paso de la gente y que tres representantes deben acercarse a la oficina de partes a dejar el documento.
-¿Traen carteles?, preguntó luego tomándole el pulso a la manifestación.
-No. Traemos libros.
La uniformada los miró con sorpresa. "Creo que le dimos ternura", cuenta uno de los asistentes.
Un rato después se instaló en la plaza un grupo de adultos mayores a protestar contra el precio del pasaje del Transantiago. Llegaron con pancartas, plumeros y silbatos y lograron harta más atención entre los peatones que los investigadores, quienes tras seguir las indicaciones policiales se fueron a Conicyt, donde los recibieron asesores de Mario Hamuy, presidente de ese organismo y encargado del proyecto para crear un ministerio de ciencia en Chile.
Evidentemente, era la primera manifestación callejera de los investigadores de artes y humanidades, quienes llevaban cuatro meses organizándose. La idea de agruparse surgió cuando se dieron cuenta de que no estaban logrando tener voz e influir en la discusión que desde el año pasado se está dando sobre el rol que debe tener la investigación académica y científica en la sociedad. La primera advertencia fue en julio de 2015, cuando la comisión presidencial le entregó a la Presidenta Bachelet el informe "Un sueño compartido para el futuro de Chile" y, según los investigadores, constataron una vez más que las recomendaciones sobre políticas científicas se enfocaban en las ciencias básicas y aplicadas, sin considerar a las humanidades y las artes. "El informe se hace preguntas superrelevantes: ¿Cómo queremos relacionarnos?, o ¿qué le da sentido a nuestra convivencia?, que son interrogantes que se hacen desde nuestras áreas, pero no estamos nombrados en ninguna parte", se queja Carolina Gainza, académica de la Escuela de Literatura Creativa en la UDP.
El otro hito ocurrió en enero pasado, cuando Bernabé Santelices renunció a la presidencia de Conicyt tras sólo dos meses en el cargo. Mientras los investigadores de artes y humanidades comentaban el tema entre ellos y en las redes sociales, las organizaciones de ciencias más duras salieron a la calle o desfilaron por los medios. Los delantales blancos estaban por todos lados y había una sensación generalizada de que necesitaban despertar. Entonces, Lorena Amaro, académica del Instituto de Estética de la UC, les dijo a sus cercanos que había que juntarse, discutir y hacer una carta. Ahora son una agrupación. "Fue una cosa muy espontánea y resultó una bola de nieve", dice ella.
Fondecyt, primera escala
Aunque reconocen que no es muy glamoroso, el grupo tomó el nombre de Investigadores Artes y Humanidades (A&H). Sus voceros –Amaro más Lucía Stecher, profesora del Departamento de Literatura de la U. de Chile, y Matías Ayala, investigador independiente- ya tienen agendada una reunión con Hamuy para el 6 de julio y hace tres semanas se juntaron con Dora Altbir, presidenta de los Consejos Superiores de Ciencia y Desarrollo Tecnológico de Fondecyt, el principal fondo estatal que apoya la investigación científica y académica en el país.
Ahí hablaron de la necesidad de avanzar en un sistema de evaluación de los proyectos que se presentan a Fondecyt con el fin de que se tomen en cuenta las características de estas disciplinas, que más que datos exactos o descubrimientos generan debates, discusión o nuevas formas de mirar o entender los procesos, la sociedad y la cultura. Esto porque, pese a eso, hoy se les exige regirse por normas similares a las de las ciencias exactas, lo que consideran como una desventaja.
Otro tema que los inquieta es lo que ocurre con los grupos de estudio, en los que se evalúan los proyectos y se determina si se les da financiamiento estatal. Ejemplifican con el caso de arte, que está en el mismo grupo con arquitectura, urbanismo y geografía, lo que significa que "los investigadores de esta área compiten por los fondos con otras tres disciplinas muy disímiles y que hacen investigación de manera superdiferente", dice Carolina Gainza.
Pero pese a todas sus críticas y quejas, estos investigadores están decididos a seguir funcionando bajo la lógica de Conicyt y consideran que sería una tragedia que los sacaran de ahí y los pasaran al Consejo de la Cultura y las Artes para buscar financiar sus investigaciones. "Si bien criticamos a Fondecyt, ese espacio (Fondart) es tierra de nadie", dice Lorena Amaro, y agrega que Fondart no ha avanzado en criterios de evaluación y no tiene el sentido científico de Fondecyt.
Para Juan Manuel Garrido, académico de la Facultad de Filosofía de la U. Alberto Hurtado, Fondecyt es una base para tomar en cuenta porque tiene la experiencia de financiar y mejorar la investigación en áreas científicas, las humanidades y las artes, y ha acumulado suficiente experiencia en organizar y planificar investigaciones en las distintas áreas.
El ministerio que quieren
En su última asamblea, los integrantes de A&H definieron algunas comisiones de trabajo, entre ellas la "comisión ministerio", apodada "comisión misterio" por el secretismo con que ellos consideran que se está llevando el proceso. "A veces da la impresión de que cuando se hacen políticas públicas no se conversa con las bases y con los usuarios del sistema; se diseñan nomás. Pero en ese caso, las bases son gente con doctorados, gente culta y más les conviene consultar si es gente que puede aportar", dice Matías Ayala.
Por eso, los investigadores de A&H tiene una posición al respecto: que en el nuevo ministerio no sólo se mantenga el espacio que actualmente tienen en Conicyt y Fondecyt, sino que se amplíe. Sin embargo, temen que predominen las miradas que ellos denominan "economicistas" que miran con sospecha el aporte de las artes y las humanidades. "Queremos que se reconozca que también producimos conocimiento, que en nuestras áreas hay creación y hay innovación. Podemos discutir qué entendemos por desarrollo o innovación", dice Stecher.
Ayala critica que el objetivo primero de este ministerio no sea el desarrollo social ni ampliar la capacidad de investigación nacional o la producción conocimiento, sino "el fomento del desarrollo privado de tecnología", ya que de esta manera no se desarrolla el saber y no se hacen nuevos descubrimientos. "El nombre mismo de Ministerio de Ciencia y Tecnología no enfatiza lo que debiera ser lo más importante hoy: la investigación, sus articulaciones sociales y espaciales en el territorio", dice, y propone que se llame Ministerio de Ciencia e Investigación.
En esa línea, una de las grandes preguntas es si ese futuro ministerio incluirá además de ciencia y tecnología al mundo de la innovación, hoy radicado principalmente en el Ministerio de Economía y Corfo. Muchos se preguntan si todas esas áreas, incluyendo las artes, pueden convivir en el diseño de políticas y directrices. "¿Y por qué no?", dice Jorge Babul, presidente Consejo de Sociedades Científicas. "Debieran ser capaces de hacerlo, el problema es que no existe costumbre de que interactúen los economistas con los científicos. Eso toma tiempo, pero mientras más nos demoremos, peor".
Un frente amplio
Algunos científicos de las áreas duras han mirado con extrañeza e incluso desconfianza este nuevo movimiento de A&H. "Hay gente que los ve como competidores, especialmente en las generaciones mayores", dice un investigador de ese sector y agrega: "Pecamos de egocentrismo: sabemos bien cómo funciona nuestro sistema de ciencias exactas y naturales, pero tenemos que saber poner sobre la mesa los temas ajenos, por eso es importante ampliar la discusión".
Las brechas se están acortando. El jueves 16 de junio, algunos investigadores A&H participaron en un taller sobre los desafíos de la ciencia en la U. Santo Tomás. La actividad fue convocada por organizaciones del mundo de las ciencias duras, como Más Ciencia para Chile, la Asociación Nacional de Investigadores en Postgrado (ANIP) y Ciencia con Contrato, entre otras, y quedó la idea de unir fuerzas. En ese encuentro, la idea de "salir a marchar" juntos surgió un par de veces.Mauricio Saéz, de ANIP, confirma acercamientos para hacer un frente amplio. "Queremos verlos dentro del ministerio. Una parte muy importante de lo que Chile invierte va a esas áreas y pueden aportar de forma significativa en toda la discusión país". Por otra parte, la semana pasada empezó a circular otra carta que plantea el problema de la exclusión de las humanidades y artes, esta vez de la Red Humaniora, agrupación que convoca a programas de doctorados y magíster en nueve ues del Cruch. La carta fue firmada por varios A&H y existe la intención de coordinar un acercamiento con ellos.
En lo inmediato, A&H está preparando la esperada cita del miércoles con Hamuy, a quien le plantearán básicamente cuatro puntos: participación vinculante en el diseño del ministerio; su inquietud por el secretismo de ese diseño; la necesidad de que el ministerio articule y coordine las instancias que financian investigación; y su preocupación por la descoordinación y las diferencias entre Conicyt y Fondecyt, la que se refleja en la reciente carta de los Consejos Superiores del fondo estatal, que critican el delicado presente del sistema.
Les prometieron 45 minutos y quieren aprovecharlos. "No queremos que se piense en artes y humanidades como el complemento bonito para que esta sociedad esté bien decorada después de que logra el desarrollo. ¡No! También hay que pensar en el desarrollo desde lo que nosotros estamos pensando", concluye Lucía Stecher.
TRES PREGUNTAS A: Vicente Espinoza
Sociólogo, académico de la Usach, investigador del Centro de Estudios para el Conflicto y la Cohesión Social (Coes) y miembro de la Comisión Ciencia para el Desarrollo.
La discusión actual sobre ciencia está marcada por conceptos como "desarrollo" o "productividad". En ese contexto, ¿quedan al margen las ciencias sociales, las humanidades y las artes?
En el informe de la comisión utilizamos un concepto amplio de ciencia, que no se reduce a las ciencias naturales y las matemáticas. Las referencias a la multidisciplina, especialmente en la creación de nuevos centros de investigación, deben entenderse con ciencias sociales y humanidades incorporadas. Por otra parte, considero que el desarrollo es un objetivo deseable y que las ciencias sociales han realizado muchos aportes en este sentido.
¿Pueden convivir las humanidades y las artes con la innovación en un futuro ministerio?
La definición de innovación está restringida porque debe demostrar que aporta a la creación de riqueza (material) en el país. Y eso no es todo. La forma de demostrar este aporte es a través de patentes, lo cual es altamente discriminatorio para las ciencias sociales (incluyendo la economía), las humanidades y las artes. Sólo se pueden patentar objetos que ocupen un lugar en el espacio. La producción de las ciencias sociales, humanidades y artes pertinentes a esta definición restringida de innovación consiste en "intangibles" como modelos de negocio, técnicas de gestión organizacional, prácticas pedagógicas, didácticas escolares, métodos de intervención social, terapias, etc. Nada de esto puede patentarse.
¿Hay innovación de estas áreas en las empresas?
Las empresas utilizan ampliamente instrumental proveniente de las ciencias sociales, las humanidades y las artes para incrementar su productividad. Lo absurdo es que los instrumentos de apoyo a la innovación no concilian con estas herramientas que las empresas utilizan. Por ejemplo, Pablo Lacoste, historiador del Instituto de Estudios Avanzados de la USACH, presentó hace poco el libro El Pisco nació en Chile, una investigación histórica que puede salvar a la industria del pisco en la demanda contra la denominación de origen que interpuso Perú, y que se hizo con financiamiento de Fondecyt y directo de las universidades. Me consta que buscó infructuosamente financiarla con los fondos de innovación, pero nada se ajustaba a las características de este trabajo.