Las imperdibles anécdotas que dejaron los primeros maratones que se corrieron en Santiago
En la antesala del Maratón de Santiago, revive las mejores historias de las pruebas que antecedieron a la que este domingo reunirá a 25.500 personas.
Entre 1985 y 1989, por las calles de Santiago se corró el "Maratón Química Hoescht", organizado por la empresa de origen alemana del mismo nombre. Sin embargo, por problemas de logística, a partir de 1990 la "Corporación Maratón Internacional de Santiago" se hizo cargo de la prueba atlética más importante de la capital chilena.
A cargo de Patricio Amigo, Alvaro Soto, Juan José Gari, José Manuel López y Luis Marcelo Gattoni, esta corporación montó la prueba hasta 1992, año en que Olimpo Producciones comienzó a dirigir y producir el "Maratón Internacional de Santiago" hasta 2007.
Y en esta historia aparece la figura de Rodrigo Salas, director ejecutivo de Olimpo Producciones, quien relata a La Tercera algunas imperdibles anécdotas de las competencias atléticas que dieron origen a lo que hoy se llama "Maratón de Santiago", y que este domingo verá 25.500 participantes de la versión 2015.
LA CALLE CORTADA
En 1992, en el primer maratón que organizó Olimpo Producciones, un inconveniente puso en aprietos la realización de la prueba. "Un día antes, yo estaba arriba de un andamio poniendo la meta cuando suena el celular, que en ese tiempo era grande. Un amigo me dijo '¿viste lo que pasa? no vas a poder pasar. Está la escoba'", recuerda Salas. El motivo era que, aproximadamente en el décimo kilómetro del recorrido, una matriz de agua se había roto y había inundado ese sector.
"Inmediatamente me fui a ese punto y les expliqué a las personas que estaban arreglando que al otro día iba a pasar un maratón. Me dijeron que iban a tratar de ayudar. Que iban a echar tierra, cemento, y que, en una de esas, podría secarse", narra.
Sin embargo, muy temprano al otro día, el mismo día del maratón, se encontró con una desagradable sorpresa: "La calle estaba cerrada con unas mallas". La solución de emergencia fue bastante simple: "en ese mismo momento saqué las mallas. A la mala. El cemento aún estaba fresco..." dice entre risas.
Pero esta historia tiene una segunda parte.
LOS VASOS DE VIDRIO
El punto en que Salas retiró las mallas era justo el lugar donde se debía realizar el abastecimiento del kilómetro 10 a los maratonistas. El proveedor de la hidratación era una conocida empresa nacional. "La gente de la CCU había visto la calle cerrada. Por ello, asumieron que los atletas no iban a pasar por ahí, y se cambiaron a una calle alternativa. Se metieron en otra calle. Nadie se hidrató", cuenta. "Pensaron que iban a dar la vuelta a la manzana", complementa.
Con la confusión, el desplazamiento de los hidratadores al kilómetro 15 (el próximo punto de abastecimiento) se atrasó. Y para peor, los líderes de la prueba ya se estaban acercando a este punto. "Iban a llegar, pero no había agua", explica.
Por eso, Salas se desplazó hasta el kilómetro 15 y debió ingeniárselas para improvisar una zona de hidratación. "Justo había una casa. Tocamos el timbre y atendió la nana. Ella salió con una bandeja con seis vasos de vidrio. Los llenamos con una manguera que tenía para regar el jardín", recuerda.
Todo parecía solucionado. Los atletas lograron hidratarse gracias a la gentileza de la nana. Sin embargo, y acostumbrados a que en las competencias se entregan vasos plásticos, una vez que consumieron el agua los lanzaron al suelo. Resultado: los vasos de vidrio se quebraron.
"La nana estaba asustada, me miraba y decía 'mis patrones me van a matar'. Ahí tuve que tranquilizarla, decirle que no se preocupara porque le íbamos a pagar todos los vasos rotos y que en la tarde se los entregaríamos", expresa entre risas.
A CUATRO SEGUNDOS DE GANARSE EL AUTO
Cuando comenzó a organizar los maratones en 1992, una de las ideas de Rodrigo Salas era regalar
un auto al atleta que fuera capaz de batir el récord de la prueba. "Igual que en Nueva York, dije que había que poner un auto. Allá la organización ponía un Mercedes Benz. Acá, puse un Citroen", rememora.
Ese mismo año, la destacada atleta Mónica Regonesi batió el récord y se ganó el auto. "Lo tuve que pagar en cuotas", cuenta.
Cuatro años después, las reglas fueron levemente alteradas: Para ganarse el vehículo, ya no era requisito batir el récord, sino superar la marca mínima clasificatoria para los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996.
El tiempo a superar era de 2:35'30''. Erika Olivera estuvo muy cerca, pero por cuatro segundos no pudo alcanzar este registro y, por ende, ganarse el auto.
"En el Parque O'Higgins, donde estaba la meta, todos le gritaban y la apoyaban. Porque además, era la marca de clasificación olímpica. Ella no pensaba mucho en el auto pero... igual era un auto", revive Salas.
EL CAÑÓN
Rodrigo Salas vio en 1991 que la partida del Maratón de Nueva York se marcaba con un cañonazo. Y esa idea la importó para la versión 1992 en Santiago. "El cañón me lo conseguí con la Armada en Viña. Todos los años los tríamos de Valparaíso. Había que guardarlo en la Estación Naval de Quinta Normal", expone.
Un episodio: "En una oportunidad, en 2002, estaba Julio Ruitort como director de Digeder. El tenía que dar la partida, ante las autoridades encabezadas por el alcalde Jaime Ravinet. Julio tiraba el cordelito, pero la salva no disparó. El se asustó mucho porque no había sonado nada". Se tuvo que dar la partida del modo tradicional.
Años antes, se registró otra anécdota: "En el peaje Lo Prado, Carabineros pararon el camión que lo traía. La punta del cañón iba fuera. Ellos nos acusaban de transportar material militar sin resguardo. Les expliamos que el cañón era de salva, que estaban los permisos, pero nos querían detener. Al final, todo se pudo arreglar".
LAS OTRAS DISTANCIAS
En las ediciones de 1992, 1993 y 1994, la organización apuntó a crear "masa crítica" y a aumentar el número de participantes. Por eso, a la distancia de 42 kilómetros, se le añadió una prueba de menor longitud: 14 kilómetros. ¿La razón? El auspiciador era un diario de circulación nacional y, para congraciarse con ellos, la meta se puso a la entrada de esta empresa. Y eso daba 14 kilómetros.
Sin embargo, en 1995, 1996, 1997 y 1998, la distancia se redujo a 11 kilómetros, pues se cambió el auspiciador: La meta debía quedar "lejos de la entrada" de ese diario, según ilustra Salas.
El medio martón (21 kilómetros) se incorporó en 1999, al igual que la corrida de 10 kilómetros. Es el esquema que hasta hoy se mantiene.
EL ESPAÑOL DEL QUE NADIE SE ACUERDA
Ni siquiera Rodrigo Salas recuerda el nombre del atleta español que, a mitad de la década de los 90, llegó a correr en Santiago con un peculiar desafío. La historia es la siguiente:
una marca de zapatos trajo a un hispano con la misión de que ganara en Santiago utilizando un calzado de la marca.
Además, ese triunfo anticipado era parte de una publicidad que comenzó un día antes de la carrera. "Probó, filmamos, corrió el día anterior con esos zapatos. Pero llegó el momento y a los 25 kilómetros aproximadamente, en Ossa con Echeñique, no podía más. Paró y botó los zapatos", cuenta Salas.
LOS PECULIARES SPONSORS
Durante los primeros maratones, y ya en los tiempos en que Química Hoescht se hacía cargo del evento, era común que marcas de embutidos o de comida rápida fueran auspiciadores. "En los primeros maratones había un stand que decía 'que sería del maratón sin cecinas'. Después de correr, todos comiamos lomitos, hot dogs", resume Salas, también ex maratonista.
ASÍ SE GUIABA A UN ATLETA CIEGO
Con los logros protagonizados por el atleta Cristián Valenzuela, hoy se conoce masivamente la forma en que un corredor no vidente es guiado durante una competencia: con una cuerda que une al competidor con su guía.
Sin embargo, en 1990 el método era muy distinto. "Ese año fui el primero en correr con un atleta ciego. El es Miguel Ulloa. Yo lo entrenaba principalmente a través de roces y con contacto con el antebrazo", dice Salas, quien aporta una última "perlita": "Los maratones de Santiago se corren en abril como homenaje a Carabineros".
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