La historia de la carnicería nazi es un cuento conocido en la infame bitácora de la Segunda Guerra Mundial, pero es poco lo que se sabe de los desbordes aliados cuando Alemania estaba perdiendo la guerra. Hace un par de años la historiadora germana Miriam Gebhardt publicó un controvertido volumen en el que afirmaba que los militares aliados violaron a 190 mil mujeres alemanas. Más o menos en la misma época, los productores franceses Eric y Nicolas Altmeyer se enteraron de la particular historia de Madeleine Pauliac, la doctora que atendió a varias monjas vejadas por el Ejército Rojo.

El caso se mantuvo durante décadas entre las cuatro paredes de la familia de Pauliac; rara vez pasó más allá de la anécdota de sobremesa o los recuerdos de viejos malos tiempos. Un día, sin embargo, el sobrino de Pauliac, Philippe Maynial encontró un diario: se trataba de la transcripción, día por día, de las experiencias de su tía en Polonia. En esas páginas estaba el detalle de una vida incómoda y feroz, y también la cotidiana recreación del caso de las hermanas de un convento cercano a Varsovia. Todas habían sido violadas en repetidas oportunidades por los soldados soviéticos, que a nueve meses de la rendición alemana y su retirada de Polonia, avanzaban por ese país bajo la ley de la impunidad absoluta.

Maynial, ejecutivo de la compañía fílmica Gaumont, intentó darle una estructura de guión a las experiencias de Madeleine Pauliac y finalmente contactó a los productores Eric y Nicolas Altmeyer. Tras intentar el sí de varios probables realizadores, entre ellos el cineasta François Ozon (Frantz, Ocho mujeres), fue finalmente Anne Fontaine (1959) quien aceptó el reto de llevar a imágenes esta historia sobre mujeres víctimas de la barbarie. La película Los inocentes se estrenó el año pasado con excelentes críticas en el Festival de Sundance, postuló a cuatro premios César (los Oscar del cine francés) y ahora llega a los cines chilenos, a poco más de un año del estreno local de Ida, filme polaco ganador del Oscar extranjero que también exploraba el universo de la vocación religiosa femenina puesta a prueba.

A diferencia de otras producciones en que la guerra es el paisaje de fondo de cotidianas historias de horror, en Las inocentes ya no hay conflicto bélico. La tragedia de las hermanas, entonces, luce aún más evidente. Todo transcurre en el invierno de diciembre de 1945, cuando las tropas germanas están fuera de combate y sólo hay soviéticos en los kilómetros a la redonda. En rigor, junto a los rusos, también está la Cruz Roja francesa, que cuida exclusivamente de sus connacionales caídos en combate.

En el hospital del organismo internacional trabaja Mathilde Beaulieu (Lou de Laâge), una joven doctora de filiación comunista, esforzada y racional. Su labor es ayudar al médico cirujano Samuel Lehmann (Vincent Macaigne), francés de origen judío cuyos padres murieron en el campo de concentración de Bergen-Belsen (Alemania) y que tiene cierto desprecio hacia los polacos ("los únicos polacos que me importan son los del ghetto de Varsovia", dice).

Mathilde, que es el personaje inspirado en Madeleine Pauliac, recibe durante una noche la visita de una novicia que se comunica con ella en una mezcla de mal francés y polaco nervioso. Le dice que la ayude, que hay mujeres embarazadas en el convento y que si no tienen algún tipo de ayuda, morirán.

Contra las estrictas normas del hospital, Mathilde comienza a visitarlas noche a noche. Trabaja en dos frentes: de día, somnolienta, en la Cruz Roja; de noche, solitaria, en el convento. En el hospital no saben de su labor extra y en la casa de las monjas, la estricta madre superiora (Agata Kulesza) apenas tolera que ponga un pie en sus aposentos.

¿Por qué fue una novicia rebelde la que contactó a Mathilde para ayudar en los partos? ¿Por qué la madre no quiere que nadie sepa de aquellos embarazos? Básicamente hay dos razones a la vista: está la vergüenza y la humillación que todas sentirán, pero también está la vocación y la fe de por medio. ¿Es compatible la maternidad con los votos monásticos de estas benedictinas? Para la superiora, la respuesta es una sola y seguramente es el más cruel de los desenlaces que puede esperar una joven madre.

Los diarios de Madeleine Pauliac son exactos como es de esperar en una profesional científica, y aquella precisión es esclarecedora y angustiante. Al detallar el caso de las religiosas de Varsovia, sus palabras lo atestiguan así: "Había 25. 15 fueron violadas y asesinadas por los rusos. El resto fueron violadas desde 35 veces hasta 50. Nada de eso sería de una importancia mayor si no hubiese sido porque 5 de ellas estaban embarazadas".

La película de Anne Fontaine, tal como el propio Philippe Maynial lo ha dicho, le da contexto y sentimientos a los registros relativamente fríos y objetivos de su tía. Los pone en perspectiva y les da la dimensión humana que toda tragedia encierra.

Tal vez valdría la pena que la propia vida de Pauliac encuentre un destino en la gran pantalla. Huérfana de un padre que murió en las trincheras de la Primera Guera Mundial y colaboradora en más de 200 misiones para atender heridos durante la Segunda Guerra Mundial, Pauliac sobrevivió a la contienda bélica, pero no al accidente automovilístico que en febrero de 1946 la sorprendió a los 34 años en Varsovia.