Las intensas y dramáticas historias que marcaron el último show de Sandro

El 16 de mayo de 2004 sucedió el que quizás se convierta en el último concierto del argentino, que hoy atraviesa un momento crítico.




No tenía idea que sería la última vez antes que el colapso de su cuerpo sepultara casi para siempre la opción de ver en vivo a uno de los mayores animales escénicos de Latinoamérica. Pasada las 23 horas del domingo 16 de mayo de 2004, tras casi tres horas de concierto y en una noche fría que ya empalmaba con el día siguiente, Sandro (64) estaba en los camarines del teatro Gran Rex con una idea segura sobre la mesa: esperar que pasara el invierno para retomar en septiembre La Profecía, espectáculo que lo llevó a girar luego de rasguñar la muerte.

Incluso por esos días ambicionaba un sueño mayor: un concierto de despedida en la avenida 9 de Julio, el emblema porteño que ya habían atiborrado Soda Stereo o Luciano Pavarotti. "Era una idea que nos comentó muchas veces", agrega Gabriel Defazio, conductor del programa radial A todo Sandro.

Pero la única seguridad de esa noche de mayo la tuvieron sus médicos: Sandro no podía volver a cantar. El aplastante ritmo de tres horas bajo los focos le había estropeado aún más su organismo, luego del enfisema pulmonar diagnosticado en 1998 y que en noviembre pasado lo llevó a un trasplante de corazón y pulmones que hoy lo tiene en estado crítico. Luego de esa función, el argentino arrojó una frecuencia cardíaca de 180 latidos por minuto y casi sufre un infarto fulminante.

"Ahí se le tiraron todos los médicos y se evaluó que era un peligro seguir. Ellos le dijeron: 'si te querés suicidar, hazlo de otra manera'", cuenta Graciela Guiñazú, la periodista más cercana a Roberto Sánchez (su real nombre) y autora de la biografía Sandro, el ídolo que volvió de la muerte. Ella estuvo en esa noche en el Gran Rex y tres meses después logró la entrevista donde el cantante anunció la cancelación de sus presentaciones.

ROSA MARAVILLOSA
La primera señal del deterioro en escena vino tres años antes, con el espectáculo El hombre de la rosa, donde Sandro tuvo que implorar oxígeno al finalizar uno de los conciertos. Luego, el show debut de La profecía, en Rosario, duró casi la mitad, ya que no pudo resistir el calor de la sala. Para evitar cualquier tragedia, el ídolo se trasladó hasta Buenos Aires con un equipo médico que lo monitoreaba desde backstage y un aparataje que permitía darle más aire.

La maniobra la bautizó "micrófono MacGyver" (en homenaje a la serie) y consistía en una pequeña manguera aderezada a su micrófono y conectada a través de un cable con varios tubos de oxígeno camuflados tras el telón. Además, había otro pequeño tubo escondido en una rosa artificial que cada tanto posaba en el piano y simulaba oler con pasión. En este espectáculo -donde también vestía su bata de seda- participaron otros intérpretes y un nutrido cuerpo de baile, los que servían para animar largos pasajes donde Sandro aprovechaba de acercar la flor a su nariz. Con maestría, el "Gitano" convirtió su tratamiento en una performance. "El impulso de estos recitales no fue el dinero, sino el hecho de padecer una enfermedad que lo inmovilizaba. Necesitaba recuperar su ánimo", completa Guiñazú.

El buen ánimo era tal que muchas veces las celebraciones en camarines remataban con la madrugada. Manuel Olalquiaga, ex periodista de la revista Ritmo y uno de los chilenos más cercanos al hombre de Rosa Rosa, recuerda: "Era un camarín muy abierto, con su círculo íntimo y amigos. A mí me invitó una vez y luego nos invitó a todos a comer a Lomas de Zamora". Aunque nunca volvió a las rutinas de su juventud, el cantante seguía amando las tertulias post show, acompañado de un Martini, vinos mendocinos y una larga lista de bajativos. Hasta esa definitiva noche de 2004. Su última noche.

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