Las memorias de una epidemia
Nuevamente Chile destaca en Latinoamérica. Las personas viviendo con VIH aumentaron el último lustro como en ningún otro país de la región, con alzas particularmente alarmantes entre los adolescentes. Como es usual cada vez que hay una noticia que vincule salud pública y actividad sexual, una de las primeras personalidades en hacer declaraciones públicas sobre ella fue un sacerdote. En esta ocasión, el salesiano Héctor Vargas, obispo de Temuco. El sacerdote habló en representación de la Conferencia Episcopal, asegurando que "las campañas del condón llevan décadas y este es el resultado". La verdad es que las campañas de difusión que promueven el uso del preservativos llevan décadas en el resto del mundo, en donde sí han dado resultado. Aquí en nuestro país lo que ha sucedido desde el comienzo de la epidemia en dictadura, a mediados de los 80, ha sido un persistente rechazo a cualquier campaña informativa masiva y directa sobre el tema.
En dictadura, la política pública fue hacer redadas en boliches gay y transformar la transmisión del VIH en un asunto de gueto o "de grupos de alto riesgo". Decenas de hombres fueron detenidos como delincuentes y obligados a someterse a exámenes. Los que enfermaban apenas recibían tratamiento. ¿Detuvo eso la epidemia? No.
El fin de la dictadura no mejoró las cosas.
En abril de 1990 el doctor Jorge Jiménez concedió su primera entrevista como flamante ministro de Salud en democracia, junto con jactarse de su observancia religiosa -"soy aun más beato que mi antecesor", dijo-, cuestionó las campañas para frenar el sida a través de los medios porque "a los homosexuales y a las prostitutas no se les engancha por la televisión". Así de sencillo. Poco tiempo más tarde, en 1992, hubo un intento por difundir una serie de avisos televisivos. Canal 13 -entonces el de mayor audiencia y dependiente de la Universidad Católica- y Megavisión rechazaron ponerlos en pantalla. La negativa se extendería en los años sucesivos.
El obispo Carlos Oviedo publicó incluso el documento pastoral titulado Moral, juventud y sociedad permisiva para frenar programas gubernamentales de educación sexual. El documento sembraba la alarma sobre "el libertinaje sexual" y el "hedonismo malsano" que acechaba a la sociedad. Ese era el peligro, no el VIH. El gobierno acató.
El lenguaje y la lógica que utilizaba del obispo Oviedo en aquel texto era muy similar al que usó Joaquín Navarro Valls en junio de 1993, en su calidad de portavoz del Vaticano, para enfrentar las primeras acusaciones de abuso cometido por sacerdotes en Estados Unidos, un escándalo del que en esos años apenas se informaba en Chile. En aquella oportunidad, el vocero de Juan Pablo II acusó a los medios de comunicación de "sensacionalismo" y leyó la siguiente reflexión sobre los escándalos de abuso: "Cabría preguntarse si el verdadero culpable no es una sociedad que es permisiva hasta la irresponsabilidad, que está repleta de sexo y es capaz de crear las circunstancias que indujeron a cometer graves actos incluso a personas que tienen una sólida formación moral". Los hechos debían ajustarse a la fe. El demonio estaba en la paja del ojo ajeno.
No sólo las campañas de difusión masiva para frenar la epidemia fueron rechazadas por las organizaciones más conservadoras, también los programas de educación sexual organizados para las salas de clases fueron ferozmente criticados. En 1996, el gobierno puso en marcha las Jornadas de Conversación sobre Afectividad y Sexualidad, conocidas como Jocas. Expertos en salud se reunían con adolescentes de liceos y escuelas y les entregaban información sobre sexualidad, reproducción y enfermedades de transmisión sexual. La prensa de la época difundió la iniciativa en un reportaje escrito en el estilo de una denuncia. La nota publicada en El Mercurio en septiembre de 1996 estaba ilustrada con una foto de dos niños -que no formaban parte de los adolescentes incluidos en las jornadas- mostrando paquetes de preservativos. El reportaje anunciaba que ahora los jóvenes sabían cómo se usaban los condones. El escándalo estalló. Hernán Larraín, quien ya era senador de la UDI, exigió la inmediata paralización de las Jocas y el obispo Jorge Medina recomendó a los padres que no permitieran que sus hijos participaran de las jornadas de educación sexual.
En adelante, cualquier esfuerzo por elaborar programas de prevención masiva debía moverse sobre un campo minado, esquivando entregar información clara sobre las maneras de transmisión del VIH y las formas de prevención. Cada campaña era un riesgo para los especialistas a cargo; usar la palabra "condón" significaba exponerse a ser señalado como responsable de algo parecido a un crimen. No había que hablar de sexo, ni de genitales, ni de los efectos de ciertas conductas relacionadas con el placer, sino sólo de amor y castidad. En esa línea se entiende que la campaña difundida durante el gobierno de Sebastián Piñera haya puesto énfasis en impulsar que la población se hiciera los exámenes para detectar la presencia del virus y no en la educación sobre las conductas de riesgo. Hablar de un pinchazo y una muestra de sangre es menos incómodo que describir un coito.
En las últimas semanas la realidad nos ha puesto frente a una nueva generación acechada por el sida, pero también nos ofrece la oportunidad de superar de una vez por todas los discursos hipócritas y comenzar a hablar con la verdad de los hechos, esos que el obispo Vargas parece olvidar.
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