DOS DE LA madrugada y el marcador electrónico de un panel publicitario de calle Puente marca 2 grados de temperatura en el centro de Santiago. Allí, el sargento primero Julio Ascuí, junto a otros dos carabineros de la Primera Comisaría, camina por Plaza de Armas cumpliendo uno de los patrullajes nocturnos tradicionales. Ascuí parece no sufrir con la baja temperatura y explica que su uniforme está estudiadamente diseñado para resistir el frío. Habla de primera, segunda y tercera capa. "El frío es parte de mi trabajo", comenta sin titubeos. Como todas las últimas noches, el sargento primero verifica en terreno la condición y estado de salud de las personas que en ese perímetro pernoctan en la calle, con la finalidad de convencerlos de que accedan a un albergue. "Este trabajo produce una satisfacción especial, por lo que el frío no será un impedimento para realizar lo que me gusta. No es ningún sacrificio", afirma.
El frío para Ascuí se encarna en casos que lo sensibilizan. Esta vez lo vivió al encontrar a una persona durmiendo en calle Mapocho, tapada hasta la frente con una parca y que, pese a dar señales de estar entumido, prefiere seguir ahí en lugar de ir a un albergue. "No hay caso, para él este sector es su casa".
A las 3 de la madrugada, cualquier sonido llama la atención. La figura de un hombre cubierto por un traje impermeable y accesorios reflectantes, atrae las pocas miradas que a esa hora deambulan por Avenida Santa Rosa con Alameda. Desde sus pies sale vapor y mucha agua. Se trata de Carlos Abanto, de nacionalidad peruana, cuya misión es cada noche limpiar cerca de 16 paraderos del Transantiago con una hidrolavadora. Para él, trabajar con bajas temperaturas sólo fue una realidad cuando llegó a Chile, ya que estaba acostumbrado al clima cálido de la costa norte de Perú. Después de 10 años en Chile y dos trabajando en las noches, dice que su cuerpo "se adecuó al invierno de este país. Ya no siento tanto frío, porque la máquina con la que trabajo tira agua caliente a presión que produce un vapor cálido", explica. Sin embargo, un gorro y un cuello de polar que sólo le deja los ojos al descubierto dan cuenta de su respeto a la intemperie.
Quienes trabajan de noche y en invierno aseguran que el mejor remedio para combatir el frío es mantenerse en movimiento.
Un trabajo clásico dentro de esta categoría son los guardias de condominios. Luis Miranda labora desde hace dos años en El Olmo de Peñalolén. Su rutina en cada turno nocturno es hacer, al menos, cuatro recorridos en bicicleta para vigilar la seguridad de las 600 casas que incluye el recinto. "Allí sí que se siente el frío cuando el viento golpea helado la cara", detalla.
Para Cristián Vilches, este escenario es nuevo. Desde hace sólo seis meses trabaja como bombero del servicentro ubicado en Macul con Grecia. "Antes era bodeguero, pero estas bajas temperaturas nunca las había sentido como ahora", señala. El frío le ha dado una tonalidad rojiza a su rostro y mientras habla bota bocanadas de vapor. Son las 4.00 de la madrugada y todo indica que la temperatura bajó de cero grado.
El recorrido 414 del Transantiago avanza por Vicuña Mackenna pasadas las 05.30 de la mañana, justo una hora antes de que la estación meteorológica de Pudahuel registrara la mínima en Santiago: 3 grados. Manuel Arredondo es el chofer de la máquina y tiene 20 años de experiencia en el transporte público. Para él, lo peor de trabajar en noches frías son los cambios de temperatura que se producen al abrir las puertas. "Antes, con las micros amarillas podíamos circular con las puertas abiertas y era mejor dejarlas así, ya que por más que sentíamos el frío, no nos exponíamos a las corrientes de aire que ahora se forman cada vez que tomamos un pasajero", puntualiza, producto de la exigencia de transitar con las puertas cerradas.
Los primeros rayos del sol marcan el cambio de turno para quienes cumplieron la jornada nocturna. La temperatura no sube de cero grado, pero en la radio se anuncian 17°.