Hace algunas semanas, un grupo de académicos se encerró a leer. Metidos en una sala del Instituto Chile, estuvieron alrededor de 24 horas revisando de corrido el nuevo Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE). De la A a la Z, sin parar. Buscaban errores, cualquier imperfección. Paralelamente, en México y Costa Rica, otro grupo de académicos hacía lo mismo. Son los toques finales para un trabajo de completa actualización del mapa de ruta de la lengua castellana, que después de 13 años saldrá a la calle: el 21 de octubre se lanza la 23ª edición del diccionario.
"Ha crecido mucho, tiene 93 mil entradas y 200 mil acepciones. Agregamos cinco mil palabras y quitamos 1.300 que ya no tenían vigencia. Es imposible que una lengua no esté en movimiento", dice José Manuel Blecua, director de la RAE que desde el domingo está en Chile. De visita para "honrar una amistad", el lunes fue nombrado académico ilustre de la Academia Chilena de la Lengua. "Un premio", precisa él.
Director de la RAE desde el 2010, Blecua cuenta que el nuevo diccionario estrena un formato nuevo. "Más manejable", dice. Un poco más grande que un libro de bolsillo, con dos columnas por página en vez de tres, para Latinoamérica se producirá una versión de tapa blanda, por razones económicas. Tendrá 2.500 páginas, imposible más técnicamente hablando. Más importante que eso, sostiene, viene a "armonizar todas las obras de la Academia, dando coherencia a la última gramática, el panhispánico de dudas y la fonética que habían sido publicados después de la última edición del diccionario, en 2001", asegura.
La última edición, sin embargo, no es exactamente lo mismo que el último Diccionario de la RAE. Acorde con los tiempos, la versión online (rae.es) se actualiza constantemente, incorporando nuevos términos y haciendo correcciones. "Hace dos años y medio, todas las novedades se han mandado a la red. Se han enmendado varias veces algunos artículos desde 2001. Internet sólo da satisfacciones", cuenta Blecua.
En línea, por ejemplo, ya están cuatro de las últimas palabras aportadas al diccionario por la Academia Chilena de la Lengua. Nuestros académicos propusieron una nueva definición de la palabra "nana": daño, del quechua nánay, dolor, que alude a esa forma en que los niños llaman a las heridas. También proveniente del habla coloquial, sumaron "cacharriento": que tiene los defectos propios de los ve-hículos viejos y destartalados. Los otros dos son términos técnicos, "mapear" (hacer mapas) y "enripiar" (echar o poner ripio).
"Esas son sólo cuatro -dice Blecua-, pero hay un poco más de mil palabras que existen sólo en Chile. Representan el uno por ciento del diccionario. En total, entre conceptos y significados, hay 2.200 y un poco más de elementos de Chile en el diccionario nuevo. Están muy representados".
EL LENGUAJE DE LA CIENCIA
Casi siempre se habla de e-book. O de tablets. Son conceptos nacidos en inglés en el campo del libro digital, originalmente muy técnicos, que avanzan sin contrapeso en el habla española. "No hay manera", reconoce Blecua, que, sin embargo, cree que finalmente se impondrán sus versiones castellanas: libro electrónico y tabletas, respectivamente, será como serán incorporadas al nuevo diccionario.
El lenguaje que está produciendo internet y la telefonía llegará de variadas formas al diccionario: "USB", "SMS", " chat", "chatear", "bloguero" y "wifi" estarán incorporadas, por ejemplo. La famosas "selfies", para la RAE seguirán siendo autofotos. Llegarán al manual muchos otros tecnicismos de mundos completamente nuevos: "Los elementos más difíciles son los procesos de armonización con las ciencias nuevas. No teníamos nada de nanotecnología, ha sido un trabajo complejísimo y precioso", dice Blecua.
Menos complejos que esos términos, el diccionario también incorporará otra serie de palabras prestadas de otros idiomas o disciplinas ya cotidianas en el habla. Por ejemplo, "botox", que la RAE define como "toxina bacteriana utilizada en cirugía estética". También están "cameo" ("intervención breve de un personaje célebre, actor o no, en una película o una serie de televisión"), un castellanizado "jonrón" ("en béisbol, jugada en que el bateador golpea la pelota enviándola fuera del campo") y "dron" ("aeronave no tripulada"). También aparecerán términos como pilates, hipervínculo y cortoplacismo, entre muchos otros.
El panorama le permite concluir a Blecua que "el español no tiene ninguna amenaza". Y agrega: "Al contrario. Tiene una vigencia increíble. Por ejemplo, en EE.UU. el último censo arrojó que hay 51 millones de hablantes en español. Es la segunda lengua y va a ser la primera. Y en las redes sociales son casi 500 millones de hablantes".
Custodios de una lengua vertiginosa, los académicos españoles de la RAE vienen trabajando desde 1713. Un poco más de un siglo después, México abrió su sede y hoy se esparcen por países hispanos, en total, 22 academias. "Es una tradición histórica. Cumplimos un papel unificando criterios de una lengua y aportamos como fuerzas motrices en educación", dice Blecua, consciente de que hoy España es sólo la dirección general de un español que se produce sin control en muchos otros países. A veces, en colores. Otras, no tan extravagantes: la última palabra agregada al nuevo diccionario es "moristas", un aporte de Costa Rica referido a los seguidores de Juan Rafael Mora, prócer de su independencia y su primer presidente.