"¿Están entusiasmados con la película?". "¡Síííí!". "No les creo ni la mitad. ¿¡Están entusiasmados con la película!?". "¡¡¡SÍÍÍÍÍÍÍ!!!". Chacotero, confiado e impecablemente vestido, Joseph Gordon Levitt subió antenoche al estrado del Friedrichstadt-Palast de Berlín para saludar a una audiencia que casi copó el lugar. Y que, por momentos, se mostró exultante.
La Berlinale escogió para su sección Panorama el debut como guionista y director de la joven estrella hollywoodense. Y a juzgar por la reacción de la sala, al menos acertaron por el lado de las risas y aplausos. Y eso que la adicción de su protagonista no es de entrada muy glamorosa: la pornografía, un tema que convoca a otras cintas del certamen y a otra película estadounidense de la misma sección: Lovelace, de Rob Espstein y Jeffrey Friedman.
Don Jon (Levitt) es un descendiente de italianos católicos de Nueva Jersey a quien nadie derrota como conquistador de las chicas más hot de la disco. En paralelo, su voz en off nos cuenta -y las imágenes nos ilustran- sobre un interés incombustible en el porno vía internet. La cinta sostiene, de hecho, buena parte de su tono humorístico en este retrato, decorado siempre por expediciones onanistas del protagonista. Y eso no para ("todos los hombre ven porno todos los días", dirá el personaje. "Y el que lo niegue es un mentiroso".) Ni siquiera después de que aparece la chica de sus sueños, encarnada por Scarlett Johansson. Nada menos.
Irregular, esquemática y con un guionista/director/protagonista con gran fe en sus propios medios, la cinta tiene sus momentos, sobre todo con la presencia de Julianne Moore. Y si su remate es sentimental y abdicatorio, es porque la película siempre estuvo un poco extraviada.
Garganta feminista
Una mirada muy distinta es la planteada por Lovelace. La cinta se centra en la historia de abusos padecida por Linda Lovelace (Amanda Seyfried), quien alcanzó impensadamente la fama en 1972, tras estelarizar Garganta profunda, la cinta que habría recaudado hasta el minuto más de US$ 600 millones y que alguien bautizó como Lo que el viento se llevó del porno.
La sólida e inspirada interpretación de Seyfried da cohesión a un conjunto que no se decide por un tono a la hora de retratar a una chica explotada por su esposo (Peter Sarsgaard). La hija de una madre severa (Sharon Stone) que encuentra en el sexo una liberación, pero también un pasaje al infierno. De ahí que las debilidades discursivas o las candideces retrospectivas no hagan mella en una interpretación sorprendente. De la comedia a la oscuridad, y de ahí a una cierta redención, esta cinta sin genitalidad ni desmadres tiene en su protagonista al factor que da espesor y sentido.
En la conferencia de prensa celebrada ayer, una Seyfried radiante se vio flanqueada por Sarsgaard y James Franco (Hugh Heffner en la película), haciendo frente a un periodista que no pudo evitar elogiarle la sonrisa. En tanto, les preguntaron a los directores, de reputada trayectoria documental, si les parece que Lovelace es una cinta feminista. Epstein tomó la palabra y dijo que, aunque el activismo feminista estaba ausente de la película, la respuesta es sí. No le faltó mucho para decir "sí, a mucha honra".