Dos personajes saltan del papel al cine en los estrenos de esta semana. El primero es Dr. Strange, un superhéroe del universo de Marvel Cómics, médico neurocirujano que daña sus manos de forma irreparable en un accidente y entonces se convierte en un maestro de las artes místicas. El personaje que vio la luz por primera vez en una historieta el año 1963, llega a las pantallas grandes encarnado por el británico Benedict Cumberbatch, "nada aquí es realmente nuevo o sorprendente", dice la crítica. La segunda es La chica del tren, best seller de Paula Hawkins que llega al cine dirigida por Tate Taylor y con Emily Blunt en el rol protagónico. La historia, tipo La ventana indiscreta, retrata a la protagonista tratando de reconstruir un homicidio del que cree haber sido testigo, si bien la crítica enalteció la actuación de Blunt, no quedó conforme con el filme al que tildó de "torpemente construído".
Además llega El viento sabe que vuelvo a casa, una cinta de docu-ficción dirigida por el chileno José Luis Torres Leiva que sigue al documentalista Ignacio Agüero en un viaje a la pequeña isla chilota de Meulín. El filme se lleva la primera nota 7 de parte de nuestros críticos en lo que va de 2016.
Dr. Strange: Para nada extraño
Crítica por René Martín
Doctor Strange. Dirigida por Scott Derrickson. Con Benedict Cumberbatch, Tilda Swinton, Mads Mikkelsen. Acción, fantasía. 115 minutos. Estados Unidos, 2016.
Nota: 5
Un nuevo integrante del universo Marvel hace su aparición con bombo y platillos. Dr. Strange (Benedict Cumberbatch), es el mejor neurocirujano del mundo. Su colega y ocasional novia, la doctora Palmer (Rachel McAdams) lo invita a trabajar a Urgencias pero Strange siempre declina, después de todo ahí no es donde está la fama y el dinero. Y es que Strange es el equivalente a Tony Stark (Ironman), multimillonario, arrogante y de una inteligencia inimaginable.
Después de sufrir un accidente automovilístico y dañar sus manos de manera irreparable, llega hasta Asia en busca de una cura, allí conocerá a una anciana de aspecto muy joven (Tilda Swinton) que lo llevará por el camino de la sabiduría y la mística. De más está decir que Strange, con su mente fotográfica, se convertirá en un excelso maestro en menos de dos horas de metraje, justo a tiempo para enfrentar al malvado Kaecilius (Mads Mikkelsen) quien, obvio, quiere destruir la vida en la tierra.
A ratos dinámica y a ratos un atolladero, esta historia de origen resulta demasiado familiar en todo sentido. Desde un Cumberbatch haciendo el mismo papel que ya le conocemos hasta el hartazgo (¿podrá interpretar a alguien con CI menor a 200?), a lo visual que no es más que un compendio de Inception, Interestelar, Ant-Man, The Matrix, llegando al inevitable final bombástico aunque con un pequeño giro, nada aquí es realmente nuevo o sorprendente. Todo está bien, pero la fórmula se nota por todos lados y eso ya agota.
La chica del tren: Hábil actriz, torpe película
Crítica por René Martín
La chica del tren. Dirigida por Tate Taylor. Con Emily Blunt, Haley Bennet, Rebecca Ferguson. Drama, Misterio. Estados Unidos, 2016. 112 minutos.
Nota: 4
La Chica del Tren, basada en el increíblemente popular libro homónimo escrito por Paula Hawkins, es una suerte de vuelta de tuerca al clásico escenario de La Ventana Indiscreta. Un observador poco confiable y altamente imaginativo (James Stewart en 1954, Emily Blunt en la actualidad) presencia lo que cree que es un homicidio. Más allá de lo que cree y de algunas leves señales, no tiene mayores pruebas, pero comenzará a buscar las evidencias.
El material base que tan bien manejó Hitchcock hace más de 50 años, hoy lo toma el director Tate Taylor quien demuestra una suerte descomunal al haberle dado el rol principal de Rachel a una excelente actriz como Blunt, quien entrega piel y entrañas a una alcohólica funcional, extraviada en la vida y repleta de pesadumbre, porque más allá del buen desempeño de la actriz, hay poco y nada encomiable en esta supuesta historia de suspenso, y digo supuesta porque no existe atisbo de éste. Aquí asistimos al deambular de Rachel y al intento de reconstruir lo que sucedió una fatídica noche, pero jamás estamos al borde del asiento y menos preguntándonos quién es el culpable. Es una historia tan torpemente construida como estupendamente actuada.
El viento sabe que vuelvo a casa: Ver, escuchar, sentir
Crítica por Pablo Marín
El viento sabe que vuelvo a casa. De José Luis Torres Leiva. Docuficción. Chile, 2016. 104 minutos.
Nota: 7
Que Ignacio Agüero sea en simultáneo actor sorprendente y documentalista estimulante, es una de las cosas buenas que han pasado en la historia del cine chileno. La primera de estas dimensiones aflora con sutil esplendor en El viento sabe que vuelvo a casa, de José Luis Torres Leiva, un inesquivable de la parrilla Miradoc 2016.
Si lo apuran, el director de Verano y Obreras saliendo de la fábrica definirá su nuevo filme como un "documental con procedimientos de ficción". Pero el asunto podría llegar a ser lo inverso (y no es que a Torres Leiva la cuestión le quite el sueño). Todo se juega en el devenir y los encuentros de Agüero, quien encarna a un cineasta llamado Ignacio Agüero que va camino a la pequeña isla chilota de Meulín. Le han contado a este personaje sobre una historia de amor imposible entre dos jóvenes, en plan Romeo y Julieta, a él se le ocurrió que por ahí hay una película y ahora va a camino a ocuparse de ello. La tarea considera desarrollar castings con muchachos y muchachas del archipiélago, así como conversar inopinadamente con personas que ponen ante sus ojos –y ante los del espectador- minucias y dramas más concretos y opresivos que el que buscaba el propio Agüero.
Como apuntó un colega en el sitio Otros Cines, alguien querrá ver acá la reversión de una película agüeriana, atendidos el método del relato y los tiempos de la puesta en escena (para no insistir en el rol del protagónico). Inevitablemente hay algo de eso, pero hay también y sobre todo ese laboratorio en movimiento que supone cada propuesta de Torres Leiva. Un cine que, en función de las necesidades del caso, desarrolla atmósferas, convoca el asombro y/o cultiva los afectos.
Desde los tiempos de Nanook el documental es objeto de cuestionamientos por la aparente inevitabilidad de la manipulación de cara a una audiencia que lo cree un género impoluto. En el caso chileno, donde los híbridos docuficcionales han sido un sello particularmente distintivo en varios de nuestros cineastas, el asunto sólo ha podido complejizarse, movilizando interrogantes que pasan por lo ético, lo estético y lo inteligible. Torres Leiva, para todos los efectos, cree que el cine puede ser un vehículo para sorprender y para emocionar, sin por ello renunciar a la sinceridad ni a la convicción. El viento sabe que vuelvo a casa es un campo de batalla y también una aventura, tanto o más desafiante que la de su protagonista.