No deja de ser llamativo que, a excepción de Neymar, los últimos grandes precios del fútbol brasileño hayan sido zagueros centrales y mediocampistas defensivos. Entre Thiago Silva, David Luiz y Fernandinho, los clubes europeos desembolsaron más de US$ 200 millones. Todo un síntoma de lo que para muchos todavía representa el país del jogo bonito.
Lo que por década se le reconoció a Brasil fue ser una fábrica de talentos. Goleadores refinados, volantes talentosos, laterales que después se reconvertían en mediocampistas ofensivos, fueron por siempre el sello de un país que abasteció de creatividad a las diversas ligas del mundo.
Pero aquello, de pronto, se frenó. Los mercados más exigentes, como el inglés, alemán, italiano y español, comenzaron a pedir otra clase de jugadores. El talento ya lo tenían en casa. Ahora, pedían rudeza, rocosidad y músculo brasileño. Y los clubes de esta parte del mundo les hicieron caso. Y se olvidaron del talento.
Lo ocurrido con la selección brasileña en este Mundial, más allá de la pesadilla vivida ante Alemania, es una clara consecuencia del nuevo modelo de fábrica. Sin Neymar, que para colmo quedó fuera de competición, el Scracth representó una suma de futbolistas más proclives a defender, a luchar, al duelo físico, que a la gambeta, el desequilibrio individual y al juego al pie. Es decir, el sello de siempre de Brasil.
"No sé lo que puede pasar de aquí al futuro. Pero creo que se hace necesario un cambio. No sé si algunos tendremos que dar un paso al costado. Pero algo habrá que hacer", reconocía Fred minutos después de la derrota más humillante en la historia de la selección pentacampeona.
Claro que amén del problema de fábrica en que han incurrido los clubes brasileños, la vinculación de Luiz Felipe Scolari con un modelo tacticista, pragmático, que no parece alineado con el estilo histórico de la Verdeamarela, lo terminó condenando para siempre. La negación del talento, reflejado en la marginación de futbolistas como Ronaldinho, Robinho y Lucas Moura, y el privilegio de futbolistas como Ramires, Hulk y Fred, más apegados al músculo que a la habilidad, lo hundieron en un pozo, que se agravó con la ausencia de Neymar.
La carencia de un plan B para paliar de alguna manera la salida del astro del Barcelona condenó al técnico. No tuvo personal adecuado ni menos argumentos tácticos, para esconder su falta de juego. Que su enganche sea Oscar, un buen futbolista de reparto, sostenido en Chelsea por una organización de juego más cerrada, pero que no apareció nunca como el líder que el equipo necesitaba, refleja la carencia de talento y de personalidad en una selección que cargará por siempre la cruz de los siete goles.
El tema en todo caso va más allá de la calidad de esta escuadra. El futuro tampoco se ve muy auspicioso, precisamente porque ya no salen más Ronaldo, Ronaldinho, Rivaldo, Kaká y Robinho. El cambio deberá ser paciente, quizás imitando lo que hizo precisamente Alemania. No sólo trabajando desde las bases, sino que perfeccionando a sus entrenadores.
"No sé lo que ocurrirá con esta selección. Lo que es claro es que debe existir un giro, en todo sentido. Esto nos debe servir de lección", reconocía en la televisión brasileña el ex lateral Roberto Carlos.
Reinventarse o morir. Esa parece ser la gran disyuntiva del fútbol brasileño tras la debacle mundialista. Un problema que sacude a todos los ámbitos, no sólo a los jugadores. Habrá que ver si recuperan el lugar del jogo bonito o si pasarán muchos años mirando como la magia se fue al otro lado del mundo.