Christopher Escobar: "Le gané al estigma de La Legua"
#CosasDeLaVida: El hecho de haber vivido en La Legua siempre ha estado presente. Cuando hice mi prepráctica en un banco, un guardia notó que se había perdido algo y lo primero que hizo fue preguntarme a mí. Él sabía dónde yo vivía.
A los 13 años pisé por primera vez La Legua. Tuvimos que irnos de San Miguel a la población por problemas económicos. Un tío de mi familia nos arrendó una casa a un precio muy bajo. Antes habíamos escuchado del lugar, que existía mucho tráfico de drogas y que era una zona estigmatizada.
Mis papás no estaban muy de acuerdo con la idea de criar a sus tres hijos en un ambiente así, especialmente porque yo estaba en la adolescencia, etapa donde uno quiere probar cosas nuevas, pero la situación no nos permitía otra opción.
Llegamos a vivir a la calle Rapa Nui con Mataver, en la villa Policarpo Toro, entre La Legua Emergencia y La Legua vieja. Cerca de mi casa estaba el colegio Arzobispo Manuel Vicuña y fue un cambio muy fuerte con respecto al anterior, ya que acá teníamos vidrios blindados y el nivel educacional en mis pares era muy bajo.
Con el tiempo empecé a conocer otras realidades. Como era chico no entendía mucho sobre las drogas y alcohol, después me di cuenta de que era un tema rutinario en el lugar. Lo mismo con los drogadictos en las calles. Dentro de la población los puedes ver caminando, pidiéndote una moneda y muchas veces puedes conversar con ellos como una persona común, situación que no se da en otros lados porque son discriminados.
Las balaceras en el sector también son comunes. Recuerdo que una vez, junto a un amigo, salimos del colegio con dirección a nuestras casas para almorzar y en el camino nos encontramos con el funeral de un reconocido traficante. Con el tiempo aprendí que dependiendo del grado y la persona que murió, más fuerte iban a ser las balaceras. A nosotros nos llamó la atención y nos asomamos por uno de los pasajes para ver qué estaba pasando. Nos apoyamos detrás de una canaleta y de repente sentimos unos ruidos muy fuertes y de puro susto nos fuimos corriendo al colegio. Al salir de clases, volvimos a pasar por el pasaje y vimos que la canaleta nos había servido de escudo y estaba llena de impactos de bala. Tuvimos suerte porque la mayoría había llegado a la altura de nuestra cabeza.
Si bien, dentro de lo que puede pasar con las balaceras y el tema de drogas, a la gente le cuesta creerme que siempre me he sentido más seguro dentro de La Legua que en cualquier otro lugar. Es por un tema de respeto, donde nadie se mete contigo porque todos se respetan y cuidan mucho. Quizás es porque no sabes con quién te estás metiendo o si te estás relacionando con alguna banda rival. Nunca sentí una tensión porque todo se normalizó. También respetan sus casas, por ejemplo, yo nunca sentí miedo de que entraran a robar a la mía.
Al salir del colegio recibí una beca de la Fundación Belén Educa, que financió la mitad de mi carrera universitaria. No todos terminaron su educación, aun cuando éramos un solo curso por año y de no más de 13 alumnos. Recuerdo que una vez expulsaron a uno por mala conducta y a los meses lo vi parado en una esquina con una metralleta Uzi. También tuve una compañera que fue herida por una bala loca en la garganta y atravesó su cuello.
El hecho de haber vivido en La Legua siempre ha estado presente. Cuando hice mi prepráctica en un banco, un guardia notó que se había perdido algo y lo primero que hizo fue preguntarme a mí. Él sabía dónde yo vivía. Para evitar ese tipo de situaciones, con mis amigos aprendimos distintas formas para decir dónde vivimos sin mentir, como, por ejemplo, que eres del paradero 5 de Gran Avenida o de la población Policarpo Toro.
Cuando entré a estudiar Ingeniería en Construcción en el DUOC UC, también me enfrenté a un mundo más variado y cuando me preguntaban dónde vivía, no decía que era de La Legua, no porque sintiera vergüenza sobre mi barrio, al contrario, siento mucho orgullo de donde vengo, pero lo hacía porque en Chile para las personas es muy importante dónde vives y en base a eso es cómo te van a tratar. Creo que eso se debe a un ego injustificado que tienen las personas por vivir en otras comunas. Incluso, algunos se creen superiores a otros por vivir en un mejor barrio.
Hoy, a mis 25 años creo que no me hubiese gustado haber vivido otra realidad. La Legua me ayudó a entender muchas cosas, lo que puede provocar el abuso de drogas o alcohol, lo que es muy llamativo en la adolescencia. Si me hubiese quedado viviendo en San Miguel, quizás hubiese fumado marihuana y tomado desde muy chico. Probé el alcohol por primera vez a los 18 y no lo hice antes porque estaba frente a mis ojos lo que pasaba si lo hacía. Vivir en la población fue como una escuela de vida, maduré mucho.
Con mi familia nos cambiamos a Puente Alto en el 2010. Dejamos la población porque tenían que vender la casa en que vivíamos. Aún mantengo contacto con mis amigos de toda la vida. Voy algunos fines de semana, me quedo en sus casas, jugamos a la pelota o salimos a carretear. Algunos me miran y me dicen: "Tú hablas como bonito", yo sólo me río porque se da vuelta la situación, como cuando alguien piensa que otro habla como flaite. La gente que vive en la población, dentro de todo, es feliz y la mayoría son buenas personas. Si comparo la población a la que llegué con cómo está hoy, creo que los más jóvenes y sus bandas han empeorado el lugar.
Viendo mi realidad, trabajando en lo que estudio y con planes de irme a vivir fuera de Santiago, siento que le gané al estigma de La Legua, de que si vives ahí eres un consumidor de drogas y no vas a estudiar. Sé que no pude haber vivido en otro lado y haber tenido las mismas experiencias. Si pudiera volver en el tiempo y a los 13 años me preguntaran si quiero vivir en la población, volvería a decir que sí porque es algo único, aprendes a convivir de una manera especial y conoces gente de barrio que no conocerás en otros lados. Aprendes cosas que sólo La Legua te puede enseñar.
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