No tenía proyectos concretos para este año, y el panorama no se veía muy alentador. La prensa local ya había puesto el acento sobre su interpretación de Casio en la puesta en escena de la ópera Otello, que se presentó en noviembre pasado en el Teatro Regional del Maule. También en sus apariciones en siete producciones del Municipal de Santiago, de Boris Godunov y Aída a Lucrezia Borgia y Parsifal. Sin embargo, el tenor chileno Leonardo Navarro, de 31 años, quería dar el paso siguiente.

En 2013 y 2014, respectivamente, el músico nacido en Concepción en 1985 ya había mostrado además su trabajo en Lima y Washington, y desde entonces la idea de partir al extranjero lo rondó. No fue, sin embargo, hasta a fines de diciembre de 2016, al cierre de la temporada pasada en Talca, cuando apostó junto a su mujer, la pianista Sabrina Pérez, por cruzar miles de kilómetros hasta la lejana Austria, para jugarse allí su única ficha: volver a audicionar para la Opera de Viena, una de los escenarios más importantes y una de las vitrinas de mayor resonancia en todo el mundo.

Navarro ya había estado allí una vez, cuenta, a fines de 2015, probándose para el cuerpo estable del mismo teatro ante el pianista y director de estudios, Thomas Lausmann: "Después de mi audición tuve que volver a Chile por un compromiso profesional y el director no alcanzó a verme ni oírme cantar", recuerda el músico al teléfono desde la ciudad de Mozart. "Fueron Verónica Villarroel, con quien estuve en una versión de Madama Butterfly en el Teatro Municipal de Las Condes en 2014, y otra de mis maestras, Verónica Torres, quienes tendieron el puente con Lima y Washington. Según supe después, desde Viena supieron de mi trabajo allí y se interesaron en mí, así que cuando volví a Chile después de audicionar mantuve varios intercambios de correos electrónicos con ellos hasta comienzos de este año, cuando volví a viajar", dice.

El 15 de enero pasado se presentó nuevamente ante varios miembros de la Opera de Viena. Ese día se topó en los pasillos del teatro con Plácido Domingo, quien por entonces dirigía una versión de Romeo y Julieta. "También supe que poco antes ahí se habían presentado Anna Netrebko, Carlos Alvarez, Leo Nucci y Juan Diego Flórez, por nombrarte solo algunos, pero en general se presentan solo grandes estrellas de la lírica mundial. Desde luego me aterré y pensé 'qué estoy haciendo aquí, si vengo desde tan lejos'", agrega.

Los duros inicios

En su casa nunca estuvo presente la música clásica. "Mi padre siempre ha sido seguidor de la música andina, de Inti Illimani y Los Jaivas, pero el gusto por lo clásico vino recién en mi adolescencia, cuando con 14 años me uní al coro del Liceo Enrique Molina de Concepción, donde estudiaba. Allí había también un taller lírico dirigido por uno de mis futuros mentores, Rodrigo Navarrete", recuerda el tenor.

Ya a los 17, Leonardo Navarro presenció su primera ópera en la Universidad de Concepción: El elixir de amor, del régisseur Filippo Crivelli, precisamente conducida por Navarrete. "Quedé impresionado, sin palabras. Incluso salí de ahí, volví a mi casa y en lo único que pensaba era en cantar. No entendía cómo la voz podía provocar ese sonido tan mágico, y eso me retuvo en la música. No fue fácil, eso sí: por esos años trabajaba en la construcción y reparaba techos junto a mi padre, imagínate, no tenía posibilidad alguna de desarrollarme en esto, pero ocurrió", recuerda.

En paralelo, ingresó al Coro de la U. de Concepción, donde estuvo entre 2009 y 2010, y al año siguiente llegó a Santiago para estudiar Canto en la U. de Chile, aunque solo estuvo allí dos años. "La carrera era y sigue siendo muy cara. Mis compañeros hicieron de todo para que permaneciera allí, pero finalmente me salí. Fue entonces cuando postulé al Municipal de Santiago, y desde entonces las cosas se fueron dando solas. Luego vino la posibilidad de salir de Chile, y junto con eso, el llamado desde Viena", recuerda.

El salto en Austria

Tras la primera ronda de audiciones en enero pasado, el 1 de febrero Navarro volvió al teatro, esta vez para cantar en escena. Esa tarde interpretó un aria de la ópera Eugenio Oneguin (1879) de Tchaikovsky, y otra de Romeo y Julieta (1867) de Charles Gounod. Tras salir de la sala, varios de los presentes se le acercaron:

"Me hablaron de inmediato de mi contrato como solista y de otros proyectos", dice. "Al día siguiente, tuve que buscar un departamento y un profesor de canto que me guiara con mis estudios de cover -reemplazos- para las óperas que se están presentando, como Parsifal, Don Carlo y El oro del Rin. Un teatro como éste, a la altura de La Bávara de Múnich o el MET de Nueva York, ofrece hasta tres títulos al mes y más de 300 funciones anuales, entre danza y ópera. Acostumbrarme a ese ritmo no será fácil, pero estoy lleno de energía y disposición".

En septiembre de 2015, el barítono Alejandro Pizarro se convirtió en el primer chileno en la historia en ingresar al Coro de Viena. El fichaje de Leonardo Navarro, sin embargo, corresponde al primero de un músico local en hacerlo en calidad de solista. "Aún estoy en shock, pero ya echando mano a mi trabajo aquí", dice. "Me interesa mucho recalcar el talento que hay en Chile. Lo que yo conseguí no es algo imposible: si hay estudio, dedicación y pasión por esto, que no quepa duda de que otros jóvenes lo pueden conseguir, aunque no lo crean".