Empieza en 1640, en la Amsterdam de Rembrandt. Luego, se traslada hasta el Miami de hace poco años y, finalmente, todo desemboca en La Habana actual. Ahí, el detective Mario Conde busca a una adolescente ligada a la tribu urbana de los emos, que lleva demasiado tiempo desaparecida. Se llama Herejes, se lanza en septiembre y es la nueva novela del escritor cubano Leonardo Padura. Cruce de novela policial con investigación histórica, es sobre todo el típico libro de Padura. "Es un retrato de la Cuba de hoy", dice.

Considerado uno de los principales escritores cubanos, la carrera de Padura tuvo un salto tras la publicación, en 2009, de El hombre que amaba a los perros: tras una serie de novelas negras con Conde como protagonista, su relato en torno al asesino de León Trotsky y los sueños rotos de una generación revolucionaria hicieron evidente lo que siempre estuvo ahí: toda su obra, policial o no, es el eco de un desencanto que late en la sociedad cubana.

Revolucionario en los hechos, Padura dice al teléfono que siempre ha mantenido una independencia política. Fue por eso que en 1995 renunció a su cargo como jefe de redacción de la Gaceta de Cuba, la revista de la Unión de Escritores. "Decidí irme a mi casa casi sin dinero a escribir literatura. Fue una opción por la independencia", dice, y cuenta que esta mañana, cuando participe en la Cátedra Roberto Bolaño, de la Universidad Diego Portales, dará un testimonio personal: dirá cómo es escribir en Cuba en el siglo XXI.

¿Qué ha provocado en usted el éxito de El hombre que amaba a los perros?

Muchas satisfacciones, pero primero muchas dudas. La política de Cuba sobre Trotsky fue casi la misma que existió en la URSS, prácticamente se le borró de la historia. La ignorancia me llevó a buscar información, lo que me llenó de preguntas que incluso hoy no he podido responder. Después apareció la gran duda, si iba a ser publicada en Cuba. Bueno, terminó ganando el Premio de la Crítica.

¿Le sorprendió su publicación? ¿Creyó que podría operar la censura?

En Cuba existió censura en los 70 con mucha fuerza, pero ya en los 90 disminuyó. Sobre todo, muchos escritores sentimos que ya no teníamos que autocensurarnos. Yo cada vez me siento más libre y creo que El hombre que amaba a los perros es una demostración de esa libertad.

La novela también significó que dejara de ser encasillado como novelista policial.

Nunca me consideré un escritor policíaco puro, yo lo que he hecho es utilizar el género para lograr otros objetivos: dar una visión social de la realidad cubana. En los 90 escribí cuatro novelas sobre Mario Conde que yo llamo "falsos policiales". Sigue las reglas del género, pero son novelas sociales.

¿Mario Conde es un desencantado de la revolución?

Más bien, está desencantado de la vida. De la política, la economía. Es un hombre al que cada vez le van quedando menos cosas. En lo material no le queda nada, vive al día. Le quedan su grupo de amigos, los libros, alguna mujer en la que se puede refugiar, la esperanza de escribir y poco más.

¿Conde representa a su generación?

Todas mis novelas son historias de mi generación. Desde la primera, Fiebre de caballos, la de Mario Conde y hasta El hombre que amaba a los perros: surgen desde la perspectiva de lo que han sido la vida, las esperanzas y frustraciones de mi generación. Y, bueno, yo he sido parte de un grupo de escritores cubanos llamados la generación del desencanto.