El paso a la final era casi seguro. Sólo bastaba ganarle a Chivas el martes, algo que no parecía tan difícil mirando los números: la Universidad de Chile nunca había llegado con tan buen pronóstico a una semifinal, y los hinchas estaban casi seguros de poder abrir cervezas esa noche.

Todo se quedó en el casi, porque la "U" perdió y sus seguidores se quedaron con las ganas. Pero eso es lo de menos. Comparado a lo que están viviendo los jugadores, el sufrimiento de los fanáticos es una cuestión menor.

En este caso, es el equipo el que se lleva la peor parte: no alcanzar una meta siempre es doloroso, pero fracasar a sólo metros del final -y no en las fases iniciales, donde el impacto es menor- es traumático. Según los especialistas, se pierde algo que ya se considera propio, ganado.

Y tan así es, que aunque la reflexión correcta de los jugadores de la "U" debiera ser "no lo conseguimos", lo más probable es que estén pensando: "Perdimos algo que nos pertenece". Según  Edmundo Campusano, profesor de la Escuela de Sicología de la U. Central, es el sentido de pertenencia que da el estar sólo a horas o a metros del triunfo lo que produce que el fracaso se vea tan irremontable y se sienta casi como un verdadero duelo, sin el contenido de tragedia, claro. Y esto en todo ámbito de la vida, no sólo en las derrotas deportivas.

De eso da cuenta el caso de Sofía (que prefiere no dar su apellido), quien en su postulación a un nuevo trabajo llegó hasta esa instancia en que de un grupo de candidatos y luego de una serie de test y entrevistas, sólo quedan dos. "Estaba segura que ganaba", dice esta ingeniera de 28 años tras enumerar todas las ventajas que tenía con respecto al otro postulante.

"Tómalo con calma", "no tiene que ver contigo" o "al menos llegaste lejos", fueron algunas de las frases que le dijeron sus amigos cuando resultó rechazada, pero ella, que incluso había celebrado anticipadamente el triunfo, no sabía cómo tomarlo.

"Los primeros días sentía que no era buena para nada, que por eso no me habían elegido. Si me hubieran descartado antes, no habría sido tanto, porque no me habría hecho tantas ilusiones", recuerda Sofía, después del par de meses que le tomó  superar ese fracaso. "Me había hecho muchas ilusiones, de verdad creía que había hecho las cosas bien, pero eligieron a alguien más y sentí que nada tenía sentido", dice sobre la culpa que experimentó durante un buen tiempo.

Para Marco Antonio Morales, sicólogo y director de la Fundación Vínculos, cuando se fracasa, hay dos opciones: atribuirles la responsabilidad a los demás o asumirla uno mismo. Cuando se toma el primer camino, la suerte o la intervención de los demás -a los que se usa como chivos expiatorios- son los responsables de lo que uno no consiguió. En esos términos, la frustración es más corta, no inseguriza. Pero, por eso mismo, no hay una reflexión que ayude a evitar el fracaso en los desafíos que vienen.

En el segundo caso, cuando asumimos que somos los dueños de nuestras acciones, que somos los únicos responsables de lo que lleguemos o no a conseguir, la autocrítica es brutal, pero, a la larga, nos prepara de mejor manera para controlar los factores de riesgo en las próximas instancias en las que tengamos que competir.

De acuerdo a los especialistas, los chilenos se caracterizan por tener una fuerte exacerbación de la responsabilidad personal en los actos. Es decir, "asumimos la derrota como una percepción global de la incapacidad personal para enfrentar la vida", dice Morales. Y esta actitud no sólo tiene que ver con aspectos negativos, también se genera con eventos positivos. Es por eso que, cuando ganamos, sentimos que hemos conquistado la cima y que nadie nos supera, pero cuando fallamos, nos sentimos miserables y creemos que difícilmente nos volveremos a levantar. Algo que, claramente, se agudiza cuando estamos más cerca de la meta.

Sin embargo, esa característica -despojada de la exacerbación- es el principio de la salida, señala Mariana Fagalde, psicóloga y académica de la UDP. Porque si bien quienes le atribuyen la responsabilidad de lo que les ocurre sólo a lo externo, sufren menos en los primeros días después de la decepción, a la larga se convencen de que todo responde a cuestiones externas, inmodificables, lo que disminuye sus posibilidades de cambiar las acciones en el futuro.

En el otro extremo, quienes asumen la responsabilidad del fracaso como propia tienden a sufrir más en el corto plazo, pero, con el tiempo, la introspección a la que los somete este autoanálisis hace que puedan trabajar en formas de superar sus errores.

"Echarles la culpa a otros protege tu autoestima, pero también te imposibilita de hacer una revisión de qué aspectos pueden ser más controlables a futuro", argumenta Morales. En los casos en que la autorevisión se logra, incluso se pueden sacar conclusiones positivas de eventos que parecían completamente nefastos.

Como el caso del premiado automovilista español Carlos Saiz, quien, por un error de la organización del evento y por un descuido personal, cayó en un barranco, inutilizó su vehículo y debió abandonar la carrera que, con toda certeza, ganaría: llevaba casi media hora de ventaja al resto de los competidores.

Las imágenes que se pueden ver en los videos de YouTube lo muestran lleno de rabia y frustración, sin poder creer que su paso por el Rally Dakar 2009 terminaba abruptamente y con un currículum que incluía haber ganado varias competencias de este tipo. La derrota fue total.
Sin embargo, Saiz volvió a la versión siguiente. Y ganó.