Muchos desencuentros, apenas un puñado de encuentros. Por ejemplo, el locutor Ricardo García organizando un homenaje a Los Huaso Quincheros en el Primer Festival de la Nueva Canción Chilena, en 1969, cumbre que reunía a los músicos de militancia izquierdista; obviamente desistieron. Un año después, la cita recibe a Pedro Messone interpretando Mantelito blanco, de Nicanor Molinare, autor de música típica -los Quincheros han perpetuado su repertorio-, por lo que fue abucheado profusamente, sumado a que casi se va a los golpes con Víctor Jara.

Salto en el tiempo de casi dos décadas y, en 1986, la revista La Bicicleta congrega a facciones rivales para una mesa redonda, con Eduardo Gatti y Amaro Labra representando al canto nuevo, Los Prisioneros al nuevo pop y Pinochet Boys al punk; no hubo consenso ni banderas blancas.

Según el musicólogo Juan Pablo González -director del Instituto de música de la Universidad Alberto Hurtado y el profesional más reputado del rubro en el país- fueron precisamente esas colisiones, esos destinos enfrentados y paralelos entre géneros y artistas, los que definen o explican hasta hoy a la música chilena. Grandes paradojas, hostilidades de años que finalmente terminaron confluyendo. Es parte de la tesis de su nuevo libro, bautizado precisamente como Des/encuentros en la música popular chilena 1970-1990, el que cierra una trilogía monumental inaugurada con las entregas Historia social de la música popular en Chile, centradas primero en el lapso 1890-1950, y luego en 1950-1970.

Esta vez el profesional aborda la era más reciente en el tiempo, aún con gran parte de sus protagonistas con vida, con un abundante caudal biográfico y con fracturas que todavía persisten. Por eso ahora optó por usar a su disciplina, la musicología, como el eje de la investigación, sin explotar en demasía el contexto social y político.

"Mirar esta época es encontrarte con algo menos novedoso, no estás descubriendo ninguna banda o canción, todo existe en la memoria. Hay mucha bibliografía que apunta a la historia social, por lo que no era necesario ir hacia eso. Además, en este período empieza a destacar en el país una música de autor mucho más aportadora y creativa", plantea González. De hecho, el investigador se da espacio para desarticular el calendario y establece que en Chile la década musical de los 70 parte en 1968, cuando definitivamente el movimiento folclórico se quiebra entre los cantautores tradicionales y los de puño más combativo, y culmina en 1983; en tanto, el decenio de los 80 es breve y se inicia con La voz de los 80, de Los Prisioneros, y se diluye con el retorno de la democracia en 1989.

En esos tramos, hay espacio para Violeta Parra, que aunque no es parte de las fechas, su influjo recorre los 70, sobre todo al grabar Las últimas composiciones (1966) en los estudios Splendid, modernos y consagrados al rock, lo que permite que su voz suene con un robusto eco, lejos de la acústica plana de sus primeros títulos. También sobresale Illapu, con una activa agenda local post 1973, cuando sus coetáneos partían al exilio, básicamente por una razón: aunque los militares habían prohibido los instrumentos andinos, su música incubada en el norte comenzó a ser vista como un aliciente nacionalista.

También hay páginas para el desarrollo del rock mestizo de Los Jaivas, para la melancolía urbana de Santiago del Nuevo Extremo, y para el trabajo de Inti-Illimani o Quilapayún, a lo que se suma una anécdota: en 1977, el cantante italiano Lucio Dalla plasma en el tema Il Cucciolo Alfredo su hastío por las bandas chilenas que han llegado a Europa: "El conjunto chileno/ afiche en el muro/ promete espectáculo/ un golpe seguro/ La música andina/ qué aburrimiento mortal".

Más allá del chiste, González precisa un legado de esta etapa: "En los 80 se dio continuidad a fenómenos que se quiebran con el Golpe. Las bandas de rock también aparecen y sobreviven con menos censura". Como ejemplo, cita a Fulano y Electrodomésticos, mucho más protagonistas en el texto que Los Prisioneros. "Ellos responden a la fusión, tienen un impulso creador, rupturista, de ser incomprendidos, tal como Violeta en su tiempo", justifica.