Después de la Segunda Guerra Mundial muchos niños alemanes borraron el pasado de sus padres y fingieron que ellos no habían sido nazis. Pero hubo algunos que no pudieron hacer eso.
Sus apellidos, como Himmler, Göring, Mengele, Speer, Hess, hacían imposible ocultar esa historia familiar. Peor aún, después de la guerra descubrieron quiénes habían sido sus padres fuera de casa y la responsabilidad que habían tenido en los crímenes de guerra y contra la humanidad. Tuvieron que aprender a vivir con ello, ya sea condenando esas actuaciones y tomando distancia, o negando las acusaciones y defendiendo el recuerdo de sus padres.
Esas son las historias que aborda Tania Crasnianski en su libro Hijos de nazis que desde hace pocas semanas está a la venta en Chile. En el texto, la autora -una ex abogada penalista que nació en Francia, cuya madre es alemana y su padre ruso-francés- aborda historias tan disímiles como la de Gudrun Himmler, hija de Heinrich Himmler, el líder de las SS y ministro del Interior del régimen de Adolf Hitler, o la de Rolf Mengele, hijo del doctor Josef Mengele, conocido como el "ángel de la muerte", por sus experimentos en el campo de exterminio de Auschwitz.
"Los hijos cuyas historias se relatan en este libro conocieron una sola faceta de la personalidad de sus padres. La otra les fue mostrada después de la derrota", escribe en su introducción Crasnianski.
Al ahondar en las razones para escribir su libro Crasnianski sostiene que más de siete décadas después del fin del régimen nazi sigue siendo difícil escribir sobre el tema. "A lo largo del libro evité juzgar a esos hijos. No se les puede considerar responsables de hechos que no han cometido, aunque algunos de ellos no renegaran en absoluto de los actos de sus padres", dice a La Tercera (ver entrevista).
La autora explica que "la mayoría de los hijos de dignatarios nazis no se cambiaron los apellidos, aunque estos les resultaran molestos". Incluso, sostiene "Gudrun Himmler y Edda Göring, están orgullosas de su patronímico y veneran a sus padres".
Ambas tuvieron problemas para rehacer sus vidas después de la guerra, ya que muchas veces fueron marginadas cuando se sabía quiénes habían sido sus progenitores. Pese a eso Gudrun Himmler ha mantenido un amor incondicional por su padre, y su departamento en las afueras de Munich lo convirtió en un museo en honor a él. La mujer solo lo ve como un buen padre de familia. Ha estado vinculada a organizaciones cercanas a grupos de extrema derecha o que recuerdan con nostalgia los años del nazismo. En 1951 ingresó a la asociación Stille Hilfe für Kriegsgefangene und Internierte (Ayuda silenciosa para prisioneros de guerra e internados) que también apoyó a los criminales en fuga. Hoy vive retirada del mundo aunque participa en algunos encuentros privados de veteranos nazis.
Edda Göring también ha mantenido un amor inalterable por su padre, Hermann Göring, el comandante en jefe de la Luftwaffe y nombrado delfín de Hitler, quien se suicidó antes de ser ejecutado tras los juicios de Nuremberg. Edda está convencida de que su padre no tuvo ninguna responsabilidad en la persecución de los judíos. "Mi padre no era un fanático. Podía leerse la paz en sus ojos… Lo amé mucho y se veía que él me amaba", aseguró alguna vez.
Pero esas opiniones no son unánimes en sus familias. Una sobrina nieta de Himmler, Katrin, se casó con el descendiente de una familia judía del gueto de Varsovia, y dos de los sobrinos nietos de Göring decidieron estirilizarse para no engendrar otro Göring.
Rolf Mengele, hijo del "angel de la muerte", vio dos veces a su padre después de la guerra. La primera fue en 1956, en Suiza, pero le fue presentado como el "tío Fritz". La segunda y última fue en 1977. Después de una planificación de cinco años, Rolf llegó hasta la casa donde Josef Mengele se ocultaba, en las afueras de Sao Paulo, Brasil. Pero a diferencia de Edda Göring y Gudrun Himmler, Rolf Mengele no compartía las ideas políticas de su padre y de la mayoría de su familia. Tenía ideas liberales, incluso de izquierda. Era un abogado establecido en Friburgo, Alemania. Y el motivo que lo llevó hasta Brasil y correr una serie riesgos no fue un acto de amor filial sino más bien entender cómo ese hombre, que era su padre, había podido participar en la empresa de muerte del nazismo. Estuvieron juntos dos semanas en las cuales Mengele negó todas las acusaciones y su hijo nunca llegó a percibir en su padre una pizca de humanidad o remordimiento. Dos años después el "angel de la muerte" falleció por un ataque al corazón y tras 34 años prófugo.