La noche en que él se quitó la vida, ella tenía dos años. Sin embargo, Gabriela Mistral vio siempre el rostro del presidente José Manuel Balmaceda en los panfletos que zapateros y carpinteros clavaban en sus talleres. "El pueblo entendió esa mirada buena de Balmaceda; hace de ello 40 años y se acuerda todavía de aquellos ojos cordiales", escribió en 1930, cautivada por lo que llamó su "mirada de dueño de casa".
Balmaceda no fue el único mandatario que causó impacto en ella. El libro Siete presidentes de Chile en la vida de Gabriela Mistral, de Jaime Quezada, revela los vínculos que Mistral tuvo con Arturo Alessandri Palma, Pedro Aguirre Cerda, Juan Antonio Ríos, Gabriel González Videla, Carlos Ibáñez del Campo, Eduardo Frei Montalva (antes, eso sí, de que fuera presidente) y Balmaceda. El libro incluye una serie de entrevistas de Mistral, recados, artículos, intercambios epistolares con amigos y, asimismo, con los propios mandatarios. El papel de la mujer, la cuestión social y las ideologías que dominaban la escena en la primera mitad del XX son algunos de los temas abordados. "Aquí hay un recorrido histórico, una mirada de país", afirma Quezada, presidente de la Fundación Gabriela Mistral y responsable de esta "antología política".
A pesar de la distancia, la autora de los Sonetos de la muerte observó atenta los procesos nacionales. "Yo soy una chilena ausente, pero no una ausentista", señaló muchas veces. Sugiere en varias cartas una reforma agraria; sigue de cerca las elecciones de 1942 y a su ganador, Juan Antonio Ríos; vaticina la presidencia de Frei Montalva y Aguirre Cerda, sus dos grandes amigos. Con este último tendrá largas conversaciones sobre pedagogía y educación rural, y le dedicará su poemario Desolación. "Con los otros tiene una relación más lejana y, por lo mismo, cierta independencia para mirarlos", explica Quezada.
Lejanía de la que se sirve para hacer también sus descargos. Alessandri le parecerá "demagogo" y a González Videla ("cuyo modo de ser no soporto") lo tachará de "vanidoso". Pero es su relación con Ibáñez del Campo la que delata el espíritu contradictorio de Mistral. El "militarote", como lo llamaba, le quitó su jubilación de maestra; y ella se obsesionó con su figura a tal punto, que pensó dedicarle una biografía.
Sin embargo, sólo él la convenció de regresar a Chile tras 16 años de ausencia, en 1954. Desde entonces se convirtió en su "enemigo arrepentido". Y fue él quien le dio sepultura en 1957. Silencioso y luciendo un terno negro, el mandatario declaró tres días de duelo nacional. Un mes antes había solicitado al Congreso una pensión especial para la Nobel chilena.