Carlos Gajardo, abogado, ex fiscal
Me llevaría cualquier libro de Eduardo Sacheri, Ser feliz era esto (Alfaguara, 2014), Papeles en el viento (Alfaguara, 2011) o La noche de la Usina (Alfaguara, 2016). En todos toca teclas parecidas y de una manera fantástica las temáticas que me inspiran: historias de amigos de barrio, la inigualable pasión del fútbol con sus luces y sombras, la épica del fracaso. Además me cae bien la gente que lee a Sacheri.
El que no me llevaría es House of Cards, de Michael Dobbs (Alba, 1989), que es la versión moderna de El Príncipe, de Maquiavelo. No me gusta porque hace del defecto una virtud. Y si uno quiere historias truculentas del poder, es mejor, tiene más sangre, traiciones y giros inesperados, leer los periódicos.
Camila Gutiérrez, Escritora y guionista, autora de Joven y alocada y No te ama
Pienso en mis vacaciones en soledad y siendo así me llevaría libros de gente a la que le puedes sentir la voz mientras lees, como ocurre con Las cartas de Eros, de Enrique Lihn (Overol, 2016) y Familias. La vuelta del salmón, del argentino Fabián Casas (Lecturas Ediciones, 2015). Me gustan ellos porque se sienten como un amigo al que puedes escuchar. De verdad son gente que te acompaña, tal como cuando alguien prende la tele para no sentirse solo. Quiero aclarar que con esto no quiero decir que leer a Lihn o Casas sea como ver tele, me refiero a que son autores que se pueden oír muy claramente y que están ahí, contigo.
En cambio, no me llevaría de viaje, sea invierno, verano o cualquier estación, libros gordos. Es básicamente por una cuestión de peso, aunque sea el mejor del mundo.
El verano es un buen momento para embarcarse en algún clásico, que suelen ser extensos y demandantes, pero enriquecen y producen placer. Para mí los mejores son los franceses y rusos del siglo XIX, especialmente Balzac y Dostoievski. Pero si hubiese que escoger uno solo, me quedaría por lejos con Los miserables. Un novelón inolvidable, lleno de épica, poesía y crítica social, que mantiene una sorprendente actualidad. El drama que significa la cárcel, los abusos de la infancia y la discriminación a las mujeres son temas que el gran Victor Hugo relata con gran dramatismo y una pluma magistral.
Creo que de todo libro siempre se puede sacar algo, así que me resulta imposible recomendar negativamente a algún autor. El sólo hábito de leer ya es provechoso. Ahora bien, dados los últimos acontecimientos de la política nacional pareciera ser conveniente guardar en el cajón El otro modelo, de Fernando Atria y compañía, (Debate, 2013). Los hechos lo han venido refutando sistemáticamente, dejándolo algo obsoleto (por el contrario, a quien sí habría que releer es a Carlos Peña, quien luego de la segunda vuelta, imagino, suspiró aliviado).
César Hidalgo, físico y profesor del Media Lab del MIT y creador de DataChile
Dreamland, de Sam Quinones (Bloomsbury Press, 2015) es un gran libro. Cuenta la historia de la epidemia de opiáceos en Estados Unidos. Está escrito en un lenguaje precioso, y fue investigado en gran detalle.
Por otra parte, no me gustó The Geography of Genius (un libro que viaja desde la antigua Atenas a Silicon Valley para mostrar cómo florece el genio creativo en lugares y momentos específicos). No aprendí mucho de él.
Hace poco cayó en mis manos El intérprete de emociones, de Jhumpa Lahiri (Salamandra, 2016). Son cuentos que relatan la experiencia de la inmigración a los Estados Unidos. Si bien los protagonistas emigran de la India, sus historias se sienten sumamente familiares. Cada cuento podría haber sido una novela en sí mismo y lo dejan a uno con ganas de más.
Mientras tanto, los dos últimos veranos he tratado de leer Ulises, de James Joyce. Las dos veces he fracasado rotundamente. Tanto así que este año he decidido que el libro no se va de vacaciones conmigo. Se supone que es una de las novelas más importantes de la literatura de habla inglesa y de ahí mi interés en leerlo. No es que me haya aburrido en lo poco que logré avanzar. Simplemente no entendí.
Patricio Navia, académico de la Universidad Diego Portales y de la Universidad de Nueva York
Recomiendo Grant, de Ron Chernow (Penguin Press, 2017). Él es un periodista e historiador, autor de excelentes biografías de Alexander Hamilton, George Washington y John Rockefeller. Ahora sacó un libro de mil páginas sobre Ulysses Grant, que analiza la vida y obra de quien fue comandante de las fuerzas del norte (antiesclavitud) al final de la guerra civil en Estados Unidos y luego presidente entre 1869 y 1877. El libro muestra las grandezas y debilidades de Grant, incluido su alcoholismo y su gran desempeño en la guerra. Una maravilla de lectura. Bien escrito y muy bien investigado.
El que no recomiendo es Fire and Fury, de Michael Wolff (Henry Holt and Company, 2018), el libro sobre Trump que ha generado mucha polémica. No vale la pena: aunque sea cierto todo lo que dice, no dice nada nuevo sobre esta figura, cuya personalidad ya conocemos y cuyas debilidades y fortalezas son evidentes y poco novedosas. No vale la pena leer ese libro sobre el presidente que tanto daño le ha hecho a la reputación de Estados Unidos en el mundo (y que alimenta cuestionamientos sobre las ventajas de las democracia sobre las dictaduras).
Los pacientes del doctor García (Tusquets, 2017) – que sigue la pista de la red de evasión de criminales nazis en España y en la Argentina de Perón- es la cuarta novela de la saga Episodios de una guerra interminable, que Almudena Grandes inició con la publicación de Inés y la alegría en 2010 .
Las he leído todas, porque ella escribe con una riqueza de lenguaje tan infinita como inspiradora, porque sus estructuras narrativas son sorprendentes y complejas (como un montaje cinematográfico), porque maneja muy bien el suspenso; sus personajes son profundos, contradictorios y siempre bien delineados. También porque me gusta la historia y, en particular, la de la guerra civil española y, porque éste fue elegido como uno de los mejores libros del 2017 por el diario El País de España, que es una gran brújula a la hora de armar el arsenal veraniego. Y, finalmente, porque es una novela fascinante que mezcla personas y hechos reales con ficticios, pero siempre verosímiles y adictivos.
Todo lo contrario me pareció Los amantes de Praga (Espasa, 2017), de la norteamericana Alyson Richman. Por mucho que lleve varias semanas en nuestros rankings de los más leídos, no terminó de convencerme esta historia de amor que sobrevive a la Segunda Guerra, el holocausto y el paso de los años gracias al poder del recuerdo. Es bien entretenida y se lee fácil, perfecta para el "modo tumbona", pero la historia es demasiado rosa y sus protagonistas, demasiado predecibles.
María José Navia, escritora, autora de Lugar (Ediciones de la Lumbre, 2017) y Académica de la Facultad de Letras de la UC
El libro que más he regalado, y siempre con muy buenos resultados, es Los afectos, del escritor boliviano Rodrigo Hasbún (Random House Mondadori, 2015). Se trata de una novela breve, de una belleza impresionante, que sigue las vidas de Hans Ertl, camarógrafo de Leni Riefenstahl, y su familia luego de que se radican en Bolivia. Es una historia brillantemente escrita, brutal y hermosa a la vez, y que cuenta en pocas páginas los ecos de Europa en Latinoamérica, la condición de extranjeros, la incomodidad de la memoria y lo difícil que es a veces ser padres, ser hijos, ser pareja.
Otra que me gusta recomendar es Buena alumna, de la argentina Paula Porroni (Minúscula, 2016), una novela feroz de una eterna estudiante, de regreso en Inglaterra, perfeccionista hasta la autoflagelación y con una relación complicada con su madre que la "lee" a la distancia en las compras que hace con su tarjeta de crédito. Una novela de la globalización y su precariedad, una historia que rasguña y arde.
Y, por lo general, no me gusta hablar mal de los libros pero uno que me decepcionó fue Llega un hombre y dice (Salamandra, 2008) de la norteamericana Nicole Krauss. Me había encantado La gran casa (Salamandra, 2012), un poco menos La historia del amor (Salamandra, 2006), pero esa primera novela me parece muy poco lograda.
Luis Barrales, actor, director y reconocido dramaturgo
Antes de que la vida comienza a volvérsenos igual, los veranos están hechos de primeras veces y experiencias vitales. Puede ser un lugar al que fuimos, un amor, o tal vez ambas cosas. También un libro. Hay veranos memorables por aquello que leímos, entonces no comulgo con aquello de la lectura para el relajo, la del bestseller.
Para las vacaciones elegiría una novela que me cambie otra vez la vida. Como sabemos que aquellas escasean ahora, probaría con algún clásico que siempre eludí o no llegué a terminar y tal vez llevaría varias, por si la tincada del rechazo original estaba en lo cierto. Armaría una lista de La Ilíada para adelante y metería en el saco las chilenas Chicago chico, de Armando Méndez Carrasco; La sangre y la esperanza, de Nicomedes Guzmán; Hijo de ladrón, de Manuel Rojas, y El río, de Alfredo Gómez Morel. De las actuales de esa calaña, una calada: Morir por la dulce patria mía, de Roberto Castillo (Laurel, 2017).
Para dejar en la casa el criterio es simple: nada de que no sean transparentes mentiras y ninguna obra de teatro. Con eso quiero decir nada de trabajo, ni las de Radrigán, o sea las mejores de todas.
Jorge Sharp, alcalde de Valparaíso
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Me llevaría Ciudades rebeldes, de David Harvey (Akal, 2013). El autor es un conocido investigador del tema urbano con el que me identifico mucho, y en este libro en particular muestra procesos como el que hoy tiene lugar en Valparaíso, donde las comunidades luchan por hacerse del control del espacio para beneficio de todos.
Sobre el libro que no recomendaría, pienso que hay textos de literatura de poca calidad, hay otros que promueven malas ideas (como Mi lucha, de Hitler), hay libros infames como por ejemplo El martillo de las brujas (El Malleus Maleficarum se publicó en Alemania en 1487 y se difundió en Europa alentando la persecución contra miles de mujeres que fueron torturadas y quemadas vivas); hay libros que esparcen versiones que considero erróneas o prejuiciosas, pero no logro pensar en uno que pudiera recomendar no leer. En la medida en que guardan y transmiten ideas y fragmentos de la historia, todos merecen algún tipo de lectura, incluso de lectura crítica.