A las 17.15 horas, muy puntual, comenzó ayer, en la Catedral de Santiago, el encuentro de Francisco con el llamado mundo consagrado. Sacerdotes, religiosas, seminaristas, obispos y diáconos repletaron el templo, escucharon su mensaje y lo vitorearon.

En su discurso, un relajado Pontífice dijo que "el pueblo de Dios no espera ni necesita de nosotros superhéroes; la gente espera pastores, consagrados que sepan de compasión, que sepan tender una mano a todos, que sepan detenerse ante el caído y, al igual que Jesús, ayuden a salir de ese círculo de masticar la desolación que envenena el alma".

También volvió a mencionar los casos de abusos. "Conozco el dolor que han significado los casos de abusos ocurridos a menores de edad y sigo con atención cuánto hacen para superar ese grave y doloroso mal. Dolor por el daño y sufrimiento de las víctimas y sus familias, que han visto traicionada la confianza que habían puesto en los ministros de la Iglesia", dijo.

Asimismo, hizo una invitación "a no disimular o esconder nuestras llagas. Una Iglesia con llagas es capaz de comprender las llagas de mundo de hoy y hacerlas suyas, sufrirlas, acompañarlas y sanarlas".

En las afueras de la Catedral, cerca de dos mil personas reunidas en la Plaza de Armas, con una gran presencia de ciudadanos extranjeros, todos con sus banderas, poleras de selecciones de fútbol y globos, esperaron y saludaron el paso del Pontífice. También siguieron el acto a través de pantallas gigantes.

Adentro, el Papa también subrayó que "una Iglesia con llagas no se pone en el centro, no se cree perfecta, sino que pone allí al único que puede sanar las heridas y tiene nombre: Jesucristo".