Era un bribón desde la cuna. A los seis años, según datos manejados por el FBI, había logrado venderle un par de aros falsos a su profesora de secundaria. A los 13 hacía pasar por cristal los productos de vidrio de su padre. Antes de los 30 se manejaba en el selecto círculo de la falsificación de arte. Por esa misma época, además, engañó a su propia esposa. Una mañana le pidió prestado su viejo Lincoln Continental, lo llevó al lavadero de autos, luego lo enceró, lo refaccionó levemente y en la noche se lo devolvió. Le dijo que lo había vendido y que a cambio le traía un Cadillac nuevo. La esposa le creyó.
Melvin Weinberg, nacido en 1923 en Nueva York, de padre judío y madre suiza, figura en los anales policiales de EE.UU. como uno de los estafadores más brillantes del siglo XX. Al mismo tiempo mujeriego y escurridizo, Weinberg entró en los 70 a trabajar para el FBI. Los federales creyeron, con certeza, que era mejor usar sus servicios a su favor y le pidieron montar una serie de emboscadas para desenmascarar a políticos corruptos. La acción encubierta se llamó Operación Abscam y es la que el cineasta David O. Russell dramatiza en su filme Escándalo americano, nominado a siete Globos de Oro la semana pasada.
Ganadora de cinco premios del Círculo de Críticos de Nueva York, entre ellos el de Mejor Película, Escándalo americano ha ingresado junto a 12 años de esclavitud, de Steve McQueen, como una de las cintas con más posibilidades en los Oscar 2014. La película se estrenará en Chile el próximo 30 de enero, dos semanas después de conocerse los ganadores de los Globos de Oro y las postulantes al Oscar.
Para relatar esta historia, el director David O. Russell reclutó otra vez los servicios del inglés Christian Bale, a quien dirigió como un ex boxeador en El vencedor. Bale ahora subió 20 kilos, se familiarizó con el acento neoyorquino y se cortó el cabello para semejar la característica cabeza semicalva de Weinberg. En la película, su nombre es Irving Rosenfeld.
Nominado al Oscar por su cinta anterior, El lado bueno de las cosas, David O. Russell convocó también a los protagonistas de aquella cinta: Bradley Cooper y Jennifer Lawrence, quien logró el premio a Mejor Actriz.
Acá, Cooper interpreta al agente del FBI Richie DiMaso, inspirado en el auténtico Tony Amoroso. DiMaso es volátil y enérgico, voluntarista y con tendencia a actuar impulsivamente. En la película, él será el motor de partida y la fuerza bruta, mientras que Rosenfeld aportará las jugadas maestras y los contactos.
La historia parte en 1978, cuando el FBI decide ir por 30 políticos sospechosos de recibir sobornos y moverse en la ilegalidad. Es una tarea difícil: no hay pruebas que los impliquen y el método para hacerlos caer será también una herramienta al filo de la ley.
DiMaso se alía con Rosenfeld, que como irreductible Don Juan mantiene una relación adúltera con Sydney (Amy Adams), su compañera de trabajo y estafas varias. En casa, su impredecible esposa (Jennifer Lawrence) sospecha más de lo necesario y es, en realidad, una bomba de tiempo que puede destruir los planes de Rosenfeld y salpicar de sangre la vida de DiMaso.
¿Qué urdirán para hacer caer a los peces gordos? Muchas cosas, sobre todo negocios falsos relacionados con inmobiliarias. El más curioso es Abdul Enterprises, una fachada manejada por el supuesto jeque árabe Karim Abdul Rahman. Los hombres del FBI hacen pasar a uno de sus agentes por el apócrifo jeque, quien se acerca a varios políticos con una suculenta oferta: les depositará varios miles de dólares en sus cuentas corrientes a cambio de unos cuantos favores. Lo más importante para el jeque es ganar asilo político en EE.UU., en caso de revolución en su país de origen; tener todas las facilidades para invertir en hoteles cinco estrellas, y una ayuda expedita para sacar el dinero de su país a seguras cuentas en el extranjero.
Los políticos que accedieron al soborno fueron grabados por cámaras federales y, en un plazo de dos años, siete de ellos cayeron presos. Fueron el senador demócrata Harrison Williams y otros seis miembros de la Cámara de Representantes.
La cinta, que se estrena este viernes en EE.UU., ha despertado elocuentes críticas en su país. Su tono cínico, su humor amargo, sus actuaciones y su banda sonora han sido materia de elogios varios. Para Manohla Dargis, de The New York Times, es una obra que "recorre vertiginosamente los excesos de su época", mientras que Kenneth Turan, de Los Angeles Times, habla simplemente de "un prodigio de entretención" .