Es la séptima reserva india más grande de Estados Unidos y muchos conflictos se resuelven bajo confusos códigos: la policía local casi no tiene jurisdicción en territorio nativo. Se acude entonces al FBI y mientras se espera el arribo de los federales todo languidece hasta perderse en la noche de la injusticia. Es lo que pasa, por ejemplo, con Natalie Hanson, cuyo cuerpo aparece congelado a 20 grados bajo cero y con signos de golpiza y violación.
En la película Viento salvaje, que se inspira en hechos reales, el caso de Natalie desata la trama protagonizada por un funcionario del Servicio de Pesca y Vida Silvestre y una agente del FBI. Son, respectivamente, Cory Lambert (Jeremy Renner) y Jane Banner (Elizabeth Olsen). Es decir, quien encuentra el cuerpo de Natalie y la muchacha del FBI que investigar el crimen.
Estrenada en el último Festival de Cannes con muy buena recepción crítica, Viento salvaje es la segunda película de Taylor Sheridan. Durante dos años consecutivos Sheridan llamó la atención con sus guiones para Sicario (2015) y Sin nada que perder (2016). En la primera, de Denis Villeneuve, se describían los esfuerzos por desarticular un poderoso cartel en Nuevo México. En la segunda, de David Mackenzie, dos policías de Texas perseguían a un par de hermanos ladrones de poca monta. En ambos largometrajes el correlato social era evidente.
En Viento salvaje, nuevamente sin recurrir a los discursos y confiando sólo en la historia, el director se hace cargo de un thriller clásico, pero al mismo tiempo describe aquel territorio de abandono que se respira en muchos territorios indios. La película, que en Cannes ganó Mejor director en la sección Una Cierta Mirada, describe en primer término la búsqueda de los culpables de la muerte de Natalie y su novio Matt. Luego, el cazador Cory y la agente Jane se ven envueltos en un submundo de verdades a medias, encubrimientos, mentiras a secas y abandono. Se ve que el indio de etnia arapajó no tiene confianza en la recién llegada, pero tampoco en nadie que no sea uno de los suyos. Años de sometimiento y abuso los han puesto con la guardia arriba. En ese sentido su aprensión se conecta con la de los vaqueros pobres de Sin nada que perder, pero además se respira una tóxica impunidad: el protagonista Cory Lambert también perdió, años atrás, a su hija. Aún no hay culpable.