Dos meses antes de comenzar el rodaje de Ana Karenina, el director Joe Wright decidió cambiar los planes. Nada de locaciones naturales o viajes a San Petersburgo y Moscú para darles realismo a los lugares en que León Tolstoi ambientó su novela. Nada de sonido ambiente o ruidos mecánicos de estaciones de trenes del siglo XIX. Nada de aquel aire de veracidad que tuvieron las anteriores producciones basadas en el clásico ruso, fueran con Sophie Marceau, en 1997; Vivien Leigh, en el 47, o Greta Garbo, en 1935.
De lo que se trataba era de hallar la vuelta de tuerca que rompiera con la tradición. Qué mejor entonces que transformar a Ana Karenina en una gran y vistosa obra de teatro. Y qué mejor que llevar todo su dinamismo pasional a un solo escenario, que cambie de acuerdo con la acción correspondiente. Fue lo que a Joe Wright se le vino a la cabeza en septiembre del 2011. Es lo que finalmente fue Ana Karenina, la película con Keira Knightley y Jude Law, que se estrena el próximo jueves.
Nominada a cuatro premios Oscar y ganadora de la estatuilla a Mejor Vestuario, la película fue adaptada al cine con un guión del dramaturgo Tom Stoppard, quien recibió siete Tony en el 2007 con su obra La costa de la Utopía. Cuando el año pasado le preguntaron a Stoppard por la novedosa propuesta estética de Wright, éste fue bastante franco. "Nunca he dicho esto, pero Joe Wright llegó con muchas páginas de ideas. Me dijo que si no aceptaba no podríamos hacer la película. Todo era tan desquiciado, pero brillantemente desquiciado. Por ejemplo, planear una carrera de caballos en un escenario. Finalmente, lo hicimos", afirmaba en diciembre Stoppard al portal Awards Line.
Trenes de juguete
El realizador y su equipo recrearon gran parte de la acción en un escenario abandonado de los clásicos estudios Shepperton en Londres. Estaba en desuso, desvencijado, con algunas trazas de tiempos mejores. El presupuesto de 46 millones de dólares les permitió dejarlo como nuevo, listo para albergar el drama adúltero de Karenina. Pero ¿por qué esta idea del escenario y la utilización de miniaturas en lugar de reproducciones a escala real? ¿Por qué trenes de juguete en vez de auténticas locomotoras?
Wright lo comentaba a The Hollywood Reporter. "Tenía insomnio, había nacido mi primer hijo, estábamos por comenzar a rodar y por la noches leía El baile de Natacha, del historiador Orlando Figes", decía, citando el volumen donde Figes alude al gran crisol cultural ruso de fines del siglo XIX y principios del XX. "Figes describe a la sociedad rusa del siglo XIX como si todos sus miembros vivieran en un escenario, representando papeles. Todo el mundo se preocupaba mucho de cómo lucía frente al otro". Y agrega: "Si hubiera hecho un filme en estilo naturalista, como las anteriores Ana Karenina, habría sentido que andaba un camino ya transitado. Hubiera sido desalentador".
La apuesta estética de la cinta fue recibida con sorpresa por la crítica. Si no todos han comulgado con el interés de Wright por la forma en lugar del fondo, la mayoría sí celebra que al menos haya abandonado el camino de sus predecesores. "Es lo suficientemente arriesgada y ambiciosa para contar como un acto de arrogancia artística, maravillosamente descabellado", fueron las palabras de A.O. Scott en The New York Times.
El Oscar que finalmente Ana Karenina recibió por su vestuario coronó aquel atrevimiento estético. Sin embargo, muchos han rescatado, además, las actuaciones de Keira Knightley como Ana Karenina; Aaron Taylor-Johnson en el rol de Vronski, su amante, y Jude Law, como Karenin, el taciturno esposo de Ana. Nick Pinkerton, del Village Voice, lo dice así: "Las apabullantes actuaciones logran imponerse al curioso concepto del director Joe Wright". Como sea, ese concepto permitió darle otra cara a un clásico con más de 100 años: fue publicado en 1877.