En la película No soy un ángel, Mae West le dice a Cary Grant, de manera célebre: "Cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mejor". Hay cierto atractivo en el mal. Así como la figura de juguete favorita de la serie Star Wars es Darth Vader, Satán, a los ojos (ciegos) del poeta John Milton, es un personaje romántico. La idea de la maldad es seductora y también variable, pues Darth Vader se volverá bueno.
Como la biografía de las personas bondadosas —salvo en los períodos en que no lo fueron— suele ser más aburrida que la de las malvadas, a la hora de ocuparse de vidas ajenas es razonable optar por sujetos viles. Así lo hace la cronista argentina Leila Guerriero en Los malos, en el que 14 bellacos latinoamericanos de distintas nacionalidades, desde Venezuela a Brasil, son abordados por igual número de autores, normalmente un compatriota del villano. En Chile los periodistas Alejandra Matus, Juan Cristóbal Peña y Rodrigo Fluxá se aproximan a algunos de los más (mal) afamados productos del país.
En la variedad está el susto
La galería de "malos" del libro es amplia, desde soldados a guerrilleros, desde caníbales a violadores. Chile aporta tres y Argentina cuatro. Algo que comparten es tener apodos. Así, los tres primeros, en orden de aparición. Manuel Contreras, "Mamo", director de la DINA, organismo de represión política en Chile 1973-1977. Miguel Ángel Tobar, "el Niño", pandillero de la Mara salvadoreña asesinado a balazos en noviembre de 2014: era un tipo duro, una de sus víctimas "murió sin ningún tatuaje en el cuerpo, sin orejas ni brazos ni piernas, y sin corazón". Santiago Meza, "el Pozolero", en México, experto en deshacerse de cuerpos humanos: no mataba ni despedazaba, disolvía los cadáveres proporcionados por una banda del narcotráfico y los echaba enteros en un tarro con ácido.
El libro incluye a tres maléficas, la primera de ellas es la chilena Ingrid Olderock, torturadora y entrenadora de perros para violar prisioneros de ambos sexos durante los primeros años de la DINA. Le acompañan Bruna Silva, brasileña, parte de un trío que mataba a otras mujeres (podrían ser nueve): les cortaban la yugular, las descuartizaban y luego se comían partes de su carne. Y la argentina Mirta Antón, "La Cuca", ex policía, torturadora y asesina particularmente sádica en la ciudad de Córdoba.
Los restantes. Norberto Atilio Bianco, médico argentino acusado de participar en el plan de apropiación de hijos de desaparecidos. Luis Antonio Córdoba, "Papo", militar de inteligencia panameña, cercano a Noriega, ahora pastor evangélico. Félix Huachaca Tincopa, miembro de insigne crueldad de Sendero Luminoso. Rubén Ale, "La Chancha", mafioso argentino acusado de operar una red de tráfico sexual y secuestro de mujeres. El venezolano Wilmer Brizuela, "Wilmito", controlador de la cárcel en que está recluido. El ex paramilitar colombiano de las fuerzas de autodefensa Alejandro Manzano, "Chaqui Chan", entrenador de consejos precisos en el arte, no apto para estómagos delicados, del descuartizamiento de cuerpos. Los dos últimos, Jorge Acosta, "El Tigre", argentino, jefe del "grupo de tareas" del más importante centro clandestino de detención. Y el chileno Julio Pérez Silva, conocido como "El psicópata de Alto Hospicio", violador y asesino de 14 mujeres.
Pérfidos perfiles
Los retratos del detestable conjunto responden al género que The New Yorker llamó "perfil". Leila Guerriero (en la foto), ella misma reconocida practicante, actuó de editora. La idea, dice, fue de Matías Rivas, director de Ediciones UDP.
—¿Cómo se encargaron los perfiles?
—Tenía que ser gente que pudiera conseguir acceso a los perfilados y a su entorno, ser capaz de hacer un gran reporteo y de escribir estupendamente. Una vez que identifiqué a esos autores, hablé con cada uno explicando el proyecto y pedí que pensáramos el posible perfilado en su país. Yo propuse algunos, ellos dieron nombres concretos, y a partir de eso investigué, evalué y diseñé una lista. Era importante equilibrar: no podía ser que en todos los países se perfilara al mismo tipo de individuo. Como en muchos hubo dictaduras, abusos por parte del Estado, el continente está repleto de militares torturadores, policías tenebrosos, pero yo tenía que pensar en la idea de conjunto. Había que mostrar todo el espectro del mal en nuestro continente: los abusos de las guerrillas, la trata de blancas, el narco, los pandilleros. Una vez convenido quién sería el perfilado, los periodistas hicieron el reporteo, escribieron, y yo edité sus trabajos. Todo ese proceso tomó, creo yo, casi dos años. O dos años.
—¿Por qué limitarlo al ámbito latinoamericano?
—Creo que es muy potente la idea de trazar un mapa contemporáneo de la maldad en nuestro continente, porque nos remite a personas y situaciones que nos resultan cercanas y que afectan, de hecho, nuestras vidas. No son rusos, tanzanos, franceses, gringos. Nacieron, se criaron y desplegaron su campo de acción en nuestras sociedades. Detrás de eso subyace una idea fuerte: estos hombres y mujeres no salieron de un repollo, son nuestros, los supimos conseguir. Al ser cercanos, reconocibles, nos interpelan de una manera mucho más directa que si se tratara de seres tranquilizadoramente lejanos.
—La mayor presencia de argentinos y chilenos no dice relación con una mayor proporción de maldad...
—No, no hay ninguna relación con la proporción de maldad en esos países. Simplemente la editorial es chilena y es natural que un libro así recoja más nombres de la región.
—¿Llegó a alguna conclusión sobre qué son los malos?
—No, y tampoco creo que haya que buscarla. Eso es seguir pensando en la tranquilizadora dirección de siempre: "Ah, señores, hemos identificado que un malo es así, que de pequeño le pasan estas cosas, entonces ya podemos reconocerlo, aislarlo e impedir que ejerza su maldad". La idea perturbadora que recorre el libro es que todos estos tipos son seres bastante funcionales, no eran monstruos en su vida de relación, se comunicaban de manera amigable con sus vecinos, etcétera. Entonces, no hay una fórmula, no hay un cóctel, algo como "un poco de maltrato infantil, dos frustraciones amorosas, y voilà, tenemos un malo". El libro no debería leerse como un manual de prevención. Pero sí es verdad que los retratos buscan entender cómo funcionan estas personas. Y entender ayuda un poco a que algunas cosas no vuelvan a pasar.
A sangre fría
Truman Capote, además de un maestro del "perfil" (en The New Yorker y otras publicaciones), fue uno de los primeros en hacer un retrato detallado de un par de "malos", con las herramientas intensivas del reportaje. El asesinato de una familia de granjeros en Kansas es el punto de partida de A sangre fría (1966). Capote fue al pueblo en 1959 a investigar apenas supo del crimen. Pronto los asesinos fueron capturados: dos jóvenes, convictos en libertad condicional, creían que hallarían mucho dinero; no fue así, pero igualmente asesinaron a la familia. Capote los visitó en la cárcel, se hizo amigo de ambos (habría tenido una relación sentimental con uno). Tuvo acceso a sus cartas (logra conmover cuando las cita con sus faltas de ortografía). Durante su juicio, condena y ejecución (en la horca) fue la persona más cercana a ellos.
En Los malos los autores no tuvieron tanto acceso a los "protagonistas". En el caso de Olderock (muerta en 2001), Alejandra Matus relata que la conoció en 1992, pero no pudo seguir entrevistándola. Sólo cinco son entrevistados, si no se cuenta a Contreras, a quien Juan Cristóbal Peña visita en la cárcel, pero no responde a las preguntas que al periodista le interesan. El resto no lo permite, o en el caso de Julio Pérez, "El psicópata de Alto Hospicio", le pide a Rodrigo Fluxá, quien se niega, un pago en dinero. Capote probablemente habría pagado.
Los autores han aprendido de The New Yorker, del "nuevo periodismo", de muchos "perfiles", probablemente de Leila Guerreiro y de otras tantas lecturas. Se basan en una amplísima investigación, extendida en el tiempo, un montón de entrevistas con un montón de personas, cercanas o lejanas, a favor o en contra, de los escogidos. Ejercitan algunos "trucos" más o menos literarios: variedad de puntos de vista, saltos en el tiempo, algunas repeticiones, no escasas referencias a su propia labor de indagación y sus riesgos (en su pieza sobre el delincuente argentino Rubén Ale, Josefina Licitra nos informa más de una vez que le preguntan si está sola, una sutil amenaza que no queda en nada). También han aprendido lecciones más específicas de Capote; se habla de la mala ortografía de "Chaqui Chan" y se citan cartas con faltas de "el Pozolero" y las muchas de Julio Pérez: Fluxá desliza incluso la idea de que éste las habría exagerado para promover un argumento de clase: "La justicia para los pobres".
¿Podría la pobreza predisponer a alguien? La antropología criminal del siglo XIX ayudó a reforzar "científicamente" muchos prejuicios sobre los sectores populares por sus rasgos físicos. Habría "estigmas" que revelaban al criminal nato: frente baja, ojos duros, orejas grandes, mandíbula prominente, brazos largos, calvicie. En Los malos, la hija de Rubén Ale, que alguna vez fue pobre, señala que consideran culpable a su padre… por su cara.
Según el neurobiólogo Dean Haycock, en Murderous Minds, existen suficientes datos para investigar la relación entre la estructura cerebral y la conducta criminal. La investigación por tecnologías como la imagen por resonancia magnética puede ayudar a diferenciar a un psicópata facineroso que distingue entre el bien y el mal de un psicótico que actúa bajo una alucinación. Pareciera un requisito básico para ser malo: estar cuerdo. Sin embargo, en Los malos se considera tales al líder del trío brasileño caníbal, quien oía voces y mensajes que le ordenaban matar; y Olderock, se nos dice, habría tenido rasgos psicóticos y una paranoia que probablemente le provocaba delirios. Más inquietante aún sería que las supuestas diferencias físicas en los cerebros criminales fueran una nueva forma de "estigma".
Un poema de Auden decía que el mal es "poco espectacular y siempre humano", que "comparte nuestra cama y come en nuestra mesa". Algunos malos, a ratos semejan bestias. No lo son, o más bien, son bestias de nuestra especie.
MALAS NOTICIAS
¿Qué es el mal? Pregunta antigua, radicalmente planteada por Dostoievski ante el sufrimiento de un niño. La idea de demonios malvados frente a víctimas totales es desafiada por la filósofa italiana Simona Forti en Los nuevos demonios: el mal como voluntad de destrucción o pulsión de muerte, en que los totalitarismos del siglo XX serían demonios mayores. Habría una "normalidad del mal" (frente a la "banalidad" del mismo) y no monstruos, que actuaron para no perder o bajar el nivel de vida. De manera que hay nuevos demonios: la inercia, el conformismo, la obediencia ciega.
En otro lugar Dostoievski unió el dolor de un niño a la falta de Dios. El dilema: o Dios no quiso o bien no pudo evitar el mal en el mundo y, entonces, no podría ser Dios o al menos no uno bondadoso. En Repensar el mal, el filósofo y teólogo Andrés Torres Queiruga señala que así se quiere responder una pregunta moderna con conceptos pre modernos. Si se defiende la autonomía del mundo, el mal no puede ser la prueba de la inexistencia de Dios. El mal no es asunto Suyo y tiene una causa terrenal.
Si Dostoievski vinculaba el mal con el sufrimiento infantil, ¿qué habría pensado de Jimmy Savile, el más notorio de los pedófilos ingleses? Sólo cuando sus víctimas fueron oídas, tras su muerte en 2011, se confirmaron viejos rumores. Inventor de los disc jockey en las salas de baile, una de las grandes estrellas de la televisión de los setenta en la BBC, pionero de las obras de caridad, fue cercano a Margaret Thatcher, al Príncipe de Gales y confidente de Lady Di, nombrado caballero por la Reina y por el Papa. In Plain Sight, de Dan Davies, es un intento de entender su vida: su lugar en la cultura británica, su influjo y la amplitud de sus crímenes. Su poder dentro de los medios le permitió satisfacer su predilección por la gente joven. La edad de sus víctimas fue de los 5 a los 75 años, de toda clase social y sexo. Fue un pedófilo, pero la pedofilia no fue su único crimen. Se habla de más de 200; existen 31 denuncias de violación, la mitad de ellas contra menores de edad. Y la investigación de la BBC indica cerca de mil los jóvenes de los que abusó mientras trabajaba allí.