Hacía años que una elección presidencial latinoamericana no levantaba tanta expectación. No en vano, los venezolanos tienen en su mano este domingo poner fin a una era histórica, la marcada por la presidencia de Hugo Chávez.
O, expresado en las palabras del propio mandatario: "Lo que está en juego el 7 de octubre no es si asfaltaron o no la calle, no es si me han dado la casa o no, no si estoy bravo con los dirigentes regionales. No, lo que está en juego es mucho más, nos estamos jugando la vida de la patria".
En las urnas de Venezuela, o más bien en sus modernas máquinas de votación, mientras los ciudadanos deciden entre seis años más de socialismo bolivariano o el cambio que supondría el acceso al poder de Henrique Capriles, se pone sobre el tapete buena parte del futuro inmediato de la geopolítica regional.
El país no deja de ser el que cuenta con las mayores reservas de petróleo probadas del mundo y con el gobierno con la política exterior más activa e influyente de la región: y casi siempre a contracorriente de los deseos de la Casa Blanca.
De ganar Chávez, el presidente se dispone a llevar su proyecto político hasta el punto hacerlo irreversible, impulsando una especie de estado comunal.
Si pierde, Capriles promete, sin políticas de choque ni grandes sobresaltos, hacer de su país una especie de democracia social y de mercado con bríos renovados para la cuestión de la seguridad, uno de los mayores problemas de los venezolanos, que sufren una de las mayores tasas de homicidios del mundo.
Bolivarianismo
Una de las cosas que ha caracterizado la gestión de la política internacional de Venezuela es la preferencia por aquellos gobiernos con quienes se compartía la orientación izquierdista o el repudio a los estadounidenses.
Así, Chávez ha dado un trato preferencial a mandatarios de la región que comulgan con su ideología, sobre todo los hermanos Fidel y Raúl Castro de Cuba y los "bolivarianos" como el boliviano Evo Morales o el ecuatoriano Rafael Correa, sin olvidarse del nicaragüense Daniel Ortega.
Dicen los críticos que con la ambición de extender su proyecto político socialista, Chávez ha dado un trato preferencial a sus socios de la región impulsando la cooperación comercial –casi siempre con petróleo– y la integración política en torno a órganos que siempre excluyen a EE.UU.
Esto se ha plasmado sobre todo en Cuba, que prácticamente se juega la vida en una Venezuela que paga con envíos de petróleo los servicios prestados por médicos, entrenadores y otros asesores llegados de la isla.
Según Capriles, Venezuela paga un sobreprecio por esos servicios y por consiguiente les está "regalando el petróleo". "La cuenta nuestra da US$800 millones al año y son casi US$4.000 millones en petróleo, los otros US$3.000 millones no los podemos regalar".
"Lo que necesitemos traer de otro país para garantizar los programas sociales de los venezolanos lo vamos a hacer, pero vamos a pagar lo que corresponda. No más, porque eso es financiar un modelo político", dijo Capriles.
Tampoco hay que olvidar los otros ejemplos de países altamente dependientes, sin ir más lejos, los sandinistas, que hacen abierta campaña en redes sociales y medios de comunicación.
"Nicaragua con Chávez", con el corazón de la campaña chavista entrelazado con otro inspirado en los colores de la bandera del país centroamericano.
Capriles aunque ha insistido en negar que se disponga a romper relaciones con nadie en caso de llegar al Palacio de Miraflores, sí que ha elevado el tono nacionalista criticando donaciones hechas por el gobierno a otros países del entorno.
"Luz en el extranjero y oscuridad en la casa", proclamó Capriles en un reciente discurso al referirse a la donación de una planta termoeléctrica a Bolivia mientras el país sufre de apagones constantes. "No hay más regalos a otros países, con todo el respeto a nuestros hermanos".
Y más allá
Quienes sí deben estar algo más preocupados ante la hipótesis de la derrota chavista son países como Bielorrusia, Irán o Rusia, que cuentan con estrechas relaciones comerciales con Venezuela y deben considerar que sus intereses pasan por la victoria de Chávez.
"Van a cambiar las relaciones, no quiero decir que vamos a romper relaciones, ¿pero con quién tenemos más afinidad, con Colombia, con Brasil, Argentina o Chile?", dijo Capriles en una reciente conferencia de prensa con medios internacionales.
"Al embajador de Rusia le he dicho: 'mire Venezuela no va a seguir comprándole más armas'", sentenció.
Con algo más de frialdad, seguramente se lo están tomando en EE.UU., donde a nadie se le escapa que, sobre todo en las filas de los conservadores republicanos, se apuesta a Capriles.
La relación con Chávez siempre ha sido tensa, máxime cuando el presidente venezolano ha hecho del "Imperio" su gran caballo de batalla, el enemigo externo alrededor del que unir a sus seguidores.
Con todo, la realidad se impone. Washington necesita seguir comprando el petróleo venezolano tanto como Caracas precisa de las divisas que llegan del norte. Así, los estadounidenses siguen siendo el primer cliente de las exportaciones de los caribeños.
Y a juzgar por lo dicho recientemente por Capriles, aunque una victoria opositora serviría para suavizar la relación con la salida del más activo crítico de Washington, tampoco parece que esa hipótesis termine llevando a Caracas a los brazos de Washington.
"EE.UU. tiene que cambiar su forma de relacionarse con América Latina. EE.UU. no ha acertado en su forma de relacionarse con el sur. Venezuela va a tener una relación de tú a tú y respeto tanto con EE.UU. como con los demás países", dijo Capriles.
Eso lo dijo el aspirante opositor poco antes de declararse "antimperialista de cualquier imperio".