Lo que nadie nos había dicho sobre el aburrimiento

Que tomamos decisiones equivocadas y más riesgosas. Además, nos aumenta la desconcentración y la posibilidad de cometer errores. Todo eso nos pasa cuando estamos bajo los efectos de un tedio prolongado.




Faltan sólo 19 días para que el Directorio de Operaciones y Exploración Humana de la Nasa dé por finalizada la misión 2013 iniciada en Hawaii, específicamente en una parte de ese territorio estadounidense adaptado para verse y sentirse exactamente como la superficie marciana. ¿El objetivo? Probar el comportamiento de seis personas en condiciones de extremo aislamiento, pero, sobre todo, de aburrimiento.

Claro, frente a temas como la tecnología necesaria para poner en órbita una nave o mantener con vida a sus tripulantes durante meses o incluso años viajando por el espacio, el tedio parece un tema muy menor. Pero su relevancia es tanta, que un reciente artículo publicado por The New York Times coloca al aburrimiento como una de las causas que podrían hacer fracasar una misión a Marte.

No es exageración.

Investigaciones realizadas en las últimas décadas han probado que el aburrimiento que naturalmente se produce durante la enorme cantidad de tiempo que duran las misiones espaciales incide a tal nivel en el comportamiento de los astronautas, que incluso puede aumentar sus conductas de riesgo y hacer que pierdan la concentración hasta límites peligrosos.

Lógicamente, debido a la enorme cantidad de tiempo muerto en estas ocasiones, los astronautas sienten con particular fuerza los embates del aburrimiento, pero sus consecuencias son algo que experimenta todo el mundo. De hecho, las investigaciones realizadas en estas condiciones extremas han servido para explicar el comportamiento de las personas bajo los efectos del tedio.

Primero, una aclaración: aburrirse, hasta cierto punto, es bueno. No sólo promueve la creatividad (el cerebro se ve obligado a buscar alternativas para salir de un estado que le resulta incómodo), sino que también representa un "descanso" necesario para la mente, que aprovecha de desconectarse de las tareas cotidianas y dedicarle tiempo a la resolución de otros problemas. Es en esos momentos de aburrimiento cuando el cerebro, lejos de la inactividad, enciende la "red neuronal por defecto", un sistema que activa una parte de la corteza parietal medial y la corteza prefrontal medial, lo que permite "soñar despierto", planificar escenarios posibles o pensar en cómo resolver un asunto que parece sin solución.

El problema surge cuando el tedio se manifiesta de forma exacerbada y prolongada, y la introspección, en vez de una ventaja, se convierte en una amenaza. En esos momentos, las personas dejan de leer señales claves en el ambiente, independiente de que éstas sean un auto a alta velocidad o una taza con café hirviendo a punto de caer, dice Sheryl Bishop, directora del Laboratorio de Biocomportamiento de la U. de Texas en Galveston. El riesgo es inminente y lo peor es que nunca se sabe cuándo estamos frente a demasiado aburrimiento. "No hay una fórmula mágica para calcular el punto en que un individuo está 'demasiado aburrido', ya que todo depende de varios elementos, incluyendo las expectativas: si sabes que tendrás algo interesante que hacer dentro de una hora, hacer nada durante ese tiempo puede parecer soportable; pero si sabes que tendrás que esperar un mes, entonces se vuelve intolerable", explica Bishop a Tendencias. Lo que sí está claro es que se ha tocado techo cuando la persona empieza a desconcentrarse en extremo y a experimentar estrés.

Menos concentración, más enfermedades


El aburrimiento prolongado nos priva de una sensación de placer natural. Cuando nos encontramos frente a una situación nueva e interesante, el cerebro libera dopamina, el neurotransmisor relacionado con la sensación de bienestar y la intensidad de las recompensas. Coincidentemente, según un estudio de 2007, publicado en el Journal of Sport Behavior, la gente con niveles naturalmente más bajos de dopamina requiere de una mayor cantidad de "novedades" para estimular su cerebro y obtener recompensa, lo que hace que aumente su propensión a asumir conductas riesgosas, que, en general, son novedosas para la mayoría de la gente. El problema está en que no sólo a las personas que naturalmente generan menos dopamina puede ocurrirles esto, sino a todos aquellos que se sienten demasiado aburridos y por mucho tiempo. Todo, incluso el riesgo, le suena bien al cerebro con tal de obtener placer.

No es todo. El tedio también nos vuelve menos capaces de alcanzar la plena concentración, como detalló un estudio de la Universidad York, en Canadá, y publicado en Perspectives on Psychological Science. La culpa la tiene el estrés que ocasiona. "Cuando la gente está en un estado mental negativo, aburrida, desanimada o deprimida, sabemos que eso causa problemas de atención", ha señalado John Eastwood, el autor del estudio. "Sabemos que cuando la gente está estresada, es más difícil poner atención en un nivel básico y fundamental".

Pero ¿por qué estrés, si los aburridos no están sobrepasados ni alterados? El doctor Barrett Caldwell, de la Sociedad de Desempeño Humano en Ambientes Extremos, explica a Tendencias: "El aburrimiento implica que una persona está obteniendo menos estimulación cerebral o actividad física de la que necesita para mantenerse saludable. El estrés puede ser definido como cualquier situación donde un objeto obtiene más o menos estímulos del que necesita para mantenerse en un estado estable y cómodo".

Y como cualquier tipo de estrés, el aburrimiento impacta sobre la corteza prefrontal, el área involucrada en la memoria de trabajo, que es la que nos permite la cognición necesaria para desarrollar una determinada actividad.

La salud también se ve afectada. El estrés prolongado es el responsable de la producción de varias hormonas, como el cortisol y las catecolaminas, que aumentan la glicemia y la resistencia a la insulina, lo que a la vez conduce a un mayor riesgo de infartos. Lo mismo que descubrió un estudio de la U. de West Florida, dirigido por los investigadores Jennifer Sommers y Stephen Vodanovich, que probó que los trabajadores de oficina que se sienten poco desafiados por sus obligaciones tienden a sufrir más de estrés y son más proclives a tener ataques cardíacos. Un asunto que puede ser sumamente peligroso si se suma al hallazgo realizado por Sandi Mann, de la U. de Central Lancashire, en Inglaterra: los empleados que se quejan de "aburrimiento crónico" son más proclives a consumir más chocolate y café durante el día y a ingerir más alcohol después de las horas laborales.

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