La localidad costera de Kep evoca como ninguna de Camboya, la "Belle Époque" vivida por el entorno del rey Norodom Sihanuk cuando en el país germinaba una revolución que acabó con el sueño de convertirla en la "Saint Tropez" indochina.

Hoy, los grandes chalets de estilo mediterráneo construidos por las familias camboyanas y francesas más acomodadas, recuerdan lo que Kep fue durante la década de los sesenta; un oasis vacacional para disfrutar de la playa, el sol, los deportes náuticos, y las grandes fiestas al ritmo del "Twist", que tanto gustaba a Sihanuk.

Todo, en un ambiente de lujo y glamour que todavía rezuman las villas abandonadas y desconchadas que se construyeron siguiendo las tendencias arquitectónicas de la época que precedió a la espiral de violencia.

"Kep era como Saint Tropez", asegura el francés Christian, propietario de una de las cafeterías que se abrieron a raíz del auge de Camboya como destino turístico.

UN POCO DE HISTORIA
El esplendor de Kep, al suroeste de la capital, Phnom Penh, se vio truncado por la inestabilidad política que dio paso al estallido de la guerra civil y al genocidio cometido después por el régimen del Jemer Rojo, que se hizo fuerte en las montañas próximas, donde su presencia perduró hasta finales de la década pasada.

Justo frente al pequeño muelle de la ciudad se levanta solitaria la mansión que construyó la Familia Real camboyana en 1908 y cuya fachada conserva las cicatrices de los proyectiles, saqueo y el abandonó de muchos años.

"Fueron los jemeres rojos" los causantes de los desperfectos, explica Serith, una joven que ocupa la villa real de Kep, a unos cinco kilómetros de la isla de Tonsay, en la Sihanuk confinaba a sus enemigos políticos y delincuentes considerados peligrosos.

El de Serith no es un caso aislado, pues son varias las familias humildes que moran en estos edificios que antaño fueron lujosos y que ahora dan al municipio un aspecto fantasmagórico.

VIVIENDAS
Los actuales propietarios, casi todos camboyanos adinerados o de la nobleza, compraron los terrenos al Estado o los recuperaron cuando Camboya cambió su economía comunista por la capitalista, pagan al inquilino un pequeño sueldo por ocupar el edificio, por el que esperan obtener beneficios.

"Un hombre de Phnom Penh me paga por vivir aquí desde hace ya diez años", explica Khieu, echado en su camastro de bambú instalado bajo el único techo que aún conserva el chalet provisto de lo que en tiempos pasados fue una piscina en la que ahora se lava la ropa.

En el punto más privilegiado del litoral, coronando una pequeña colina, se levanta el Palacio de Sihanuk, una espectacular obra arquitectónica que el monarca no pudo llegar a disfrutar porque nada más terminarla fue derrocado por el golpe de Estado del general Lon Nol, en 1970.

Ahora el palacio es la sede del extraño Museo Cultural de Kep, en cuyo interior no hay otros cachivaches que los de las dos familias que residen en el edificio.

"Mi trabajo es mantener el jardín limpio", dice Huien, una de las inquilinas del palacio y encargada de cobrar un dólar estadounidense a todo aquel forastero que impulsado por la curiosidad decide entrar en el recinto.

"La mayoría de los chalets de Kep pertenecen a la Familia Real o magnates de Phnom Penh que se limitan a especular. Todo lo que hacen es construir un muro alrededor y esperan el momento oportuno para vender la finca", apunta Christian.

Desde hace unos tres años, Kep experimenta un gradual proceso de transformación gracias a la apertura de hoteles y restaurantes entre los chalets abandonados.

La intención de las autoridades es rescatar a Kep del olvido y devolverle al menos parte de aquel prestigio que tuvo como destino vacacional de la "Belle Époque".