Casi no veían la luz del sol. Encerrados en el subterráneo de un bar de Valparaíso y armados sólo con una cámara digital y un computador, los cineastas de la Universidad del Mar Nicolás Lara y Pamela Barrios -más un equipo de 12 personas- dieron vida a un mágico universo con seres, bosques y ciudades de lana, de no más de un metro de altura. Fueron 11 meses de producción, 21 mil fotografías y 18 millones de pesos (de un Fondo Audiovisual). El resultado: La niña de viento, un cortometraje heredero del cine animado de Tim Burton, que se mostró por primera este sábado a público general en el Cine Arte de Viña del Mar. Basado en leyendas del sur de Chile, el corto muestra a Luis, un niño solitario que soluciona sus problemas con la ayuda de una amiga imaginaria.
La cinta de 15 minutos (que durante el 2010 viajará a importantes festivales de animación en el mundo como Annecy en Francia y Animadrid en España) confirma la vitalidad del stop motion en Chile. Es una escena pequeña, pero con apasionados exponentes que se rinden ante la magia artesanal de la animación cuadro a cuadro. La clave: simular el movimiento del objeto a través de 24 fotografías por segundo.
DEL TEATRO A LA ANIMACION
Luego de meses animando, el diseñador Hugo Covarrubias decidió ir más allá. En 2004, junto a la actriz Muriel Miranda hicieron Maleza, la primera obra teatral que integró stop motion. Fue todo un éxito. Con 99 funciones a la fecha, han sido invitados a varios festivales en Europa. Así, Miranda y Covarrubias se entusiasmaron: de EE.UU. y Corea importaron seis muñecos articulables de 300 mil pesos cada uno y en el 2007 hicieron el corto El almohadón de plumas, basado en un cuento de Horacio Quiroga. En el 2008 vino El pelícano, su segunda obra teatral con muñecos animados.
Aunque en el país el stop motion aún se está consolidando, en el mundo la técnica tiene una tradición centenaria. Ya en 1902 el pionero francés Georges Méliès utilizó la técnica en Viaje a la luna. En 1933, Willis O'Brien hizo lo propio en King Kong. Hoy, la delantera la llevan los ingleses de Aardman Studios. En el 2005 Tim Burton dirigió El cadáver de la novia.
En Chile, la pionera fue Vivienne Barry. En los 70, la periodista se radicó en Alemania, estudiando stop motion en el famoso Trick Film Studio, heredero del trabajo de animadores como el checo Jan Svankmayer y el polaco Ladislas Starevich. Cuando volvió al país, en los 80, era la única que conocía la técnica. Logró reconocimiento con Tata Colores, serie que se transmitió, entre 1990 y 1994, todos los días antes de las noticias de TVN y que marcó a toda una generación. En estos años, Barry ha enseñado stop motion en diversos talleres. "No cualquiera puede dedicarse. Se necesita meticulosidad, paciencia, sentido del movimiento y recursos: en 20 días animas un minuto, que equivale a un millón de pesos", dice Barry.
Una de sus discípulas, que sigue en el rubro es Cecilia Toro. Trabajó con Barry en Ene tene Tú, una serie sobre canciones infantiles, y luego animó sus propios trabajos en el espacio infantil Tronia. Hace año y medio se juntaron Cecilia y Hugo Covarrubias para crear El ogro y el pollo, serie que desea repetir el éxito de Tata Colores: será transmitido en 2010 por TVN en cuatro horarios diferentes. "La meta es comer del stop motion, hacer una industria sustentable y duradera", dice Cecilia. Todo parece estar a su favor. Así lo cree Barry: "Hace poco fui jurado de dos festivales importantes de animación.
Luego del furor de la animación digital, el stop motion está de vuelta. La gente se da cuenta que es especial, la textura y la profundidad no te la da un programa digital. El stop motion es mágico, es un clásico que nunca va a morir".