Pronuncian su nombre una y otra vez, pero ella nunca aparece en pantalla. El cineasta sueco Ruben Östlund (Play, Fuerza mayor) ha dicho que The Square (2017), su último filme, que en mayo pasado se quedó con la Palma de Oro en Cannes, terminó de escribirse mientras recorría un museo. Esa mañana imaginó una instalación artística que le serviría para ironizar sobre la decadencia occidental, pero no conforme con eso, optó además por atribuírsela a la directora y dramaturga argentina Lola Arias (1976).
"No nos conocemos Ruben Östlund y yo. Ni siquiera he visto la película, así que no tengo mucho que decir. Solo sé que me nombra una docena de veces, así que algo bueno o malo habré hecho", dice Arias desde el Reino Unido, donde acaba de cerrar una exitosa temporada en el Royal Court Theatre de Londres con Campo minado, donde dirigió a seis veteranos, ingleses y argentinos, de la Guerra de las Malvinas.
De cara a un nuevo proyecto de corte documental que debutará en Alemania en 2018, titulado Xyz y para el que trabajará con un grupo de actores sirios en torno a la migración, crisis y exilio en Europa, Arias acaba de volver a tablas locales con las últimas funciones de El año en que nací en el Teatro Nacional, donde estará hoy, mañana y el sábado.
Estrenada en 2012 para el Festival Santiago a Mil como una versión local de su obra Mi vida después (2009), la dramaturga trabajó con 11 actores chilenos, todos nacidos en los 70, para entrelazar sus vidas con las de sus padres y la historia de Chile en los años del régimen. "Sé que a muchos les molestó y hasta perturbó que una argentina como yo contara esta historia, pero mi voz nunca estuvo ahí, en escena, solo están esos actores y sus vidas", comenta. Con un intérprete menos del elenco original, el montaje ahora protagonizado por Alexandra Benado, Leopoldo Courbis, Italo Gallardo, Soledad Gaspar, Alejandro Gómez, Fernanda González, Viviana Hernández, Ana Laura Racz, Jorge Rivero y Nicole Senerman reconstruye la adolescencia de sus padres a partir de fotografías, cartas, cintas, ropa usada y otra clase de recuerdos.
"Como todas mis obras, esta desde luego tiene fecha de vencimiento, porque las obras son un proceso que se realiza con un grupo de personas que con el tiempo puede cambiar de percepción, entonces la obra ya no sería la misma", opina. "El desafío más grande era y sigue siendo hacer convivir en un mismo espacio a hijas e hijos de personas que ocuparon lugares tan opuestos en la sociedad de la época: hijos de policías y exiliados, hijos de militantes de extrema derecha, del MIR y el MAPU. Para los actores, como para el público, pienso, oír todas esas historias provocó una mirada más compleja sobre la dictadura que la que tenían antes. La obra de alguna forma refleja también el tiempo, y uno puede decir que hasta va envejeciendo con los actores, y no en el sentido de llenarse de arrugas, sino en cómo esa herencia familiar se apega aún más a ellos o toma distancia en todos los que vendrán después".