El mundo volvió a ser el de antes. O al menos el mundo de Lollapalooza. Si el sábado convivieron dos planetas que no estaban destinados a encontrarse -las huestes sombrías entregadas a Metallica hermanadas con el brillo multicolor de los veinteañeros-, ayer el evento volvió a los brazos del público con el que comúnmente se vincula su espíritu: los adolescentes enfundados en vestimenta veraniega y que parecen transformar la experiencia en un extenso paseo de curso.
Un grupo mayoritario apenas matizado por treintañeros y padres que arribaron a la caza de Duran Duran o The Strokes, o que aún exhibían orgullosos sus poleras de Metallica, como ese futbolista que quiere continuar dando la lucha hasta el último minuto pese a estar sucumbiendo por goleada. Hasta retornó el calor, extraviado en el debut, otra señal de que no había espacio para las tinieblas.
Pero algo permaneció casi intacto: llegaron las mismas 80 mil personas que 24 horas antes, despachando las mismas secuencias de largas filas y escenarios atiborrados. Lo más dramático se vivió al anochecer en el espacio electrónico del Movistar Arena, cuando una fila que cruzaba toda la elipse intentaba ingresar al show de Martin Garrix, colapsando los accesos entre gritos y atochamientos que rozaron el peligro, tumulto que también incluía niños.
Ante ello, desde la productora Lotus, organizadores de la cita, reconocen que para esta versión el recinto les quedó estrecho: nunca antes habían albergado a tanta gente. "Sentimos que el festival está más ajustado y creemos, a partir de la experiencia de este año, que tenemos que crecer. Queremos abrirlo a áreas del parque que no estamos ocupando, generar espacios nuevos para la cantidad de gente que está viniendo", dice Maximiliano del Río, director de la firma. Luego sigue: "Hoy ocupamos menos de tres cuartas partes del parque, un 65%, entonces hay varios sectores que no forman parte del festival. Hay que verlo con calma, pero sí está en la cabeza de nosotros que Lolla está quedando pequeño para la gente que está llegando, entonces hay que agrandarlo dentro de lo que se pueda".
Con tal multitud, las primeras ovaciones fueron para el nervio rockero de Tus Amigos Nuevos en La Cúpula -pocas bandas locales hoy despuntan su vértigo- y el pop con discurso de Alex Anwandter, dentro de los mejores shows chilenos de esta edición, demostrando que algunos representantes nacionales ofrecen hoy un espectáculo mucho más inquieto que varios foráneos en mejor horario (y no se trata de chauvinismo).
Luego el gentío y la emoción tuvieron un peregrinaje diverso, con peaks en Tegan and Sara, Vance Joy, MØ, el soul sintético y multiventas de The Weeknd y, por sobre todo, The Strokes en el cierre. Aunque a los tropezones: en el primer tema, The modern age, no se escuchó la voz de Julian Casablancas. Cuando advirtió el bochorno técnico, debieron parar e interpretar nuevamente la canción, ante un aforo multitudinario y perplejo, al borde de la pifiadera. Mejor recuerdo dejó Duran Duran: los ingleses ofrecieron el mejor show del día. Leyendas incombustibles en un festival que este fin de semana reescribió su propia historia.