Un gran griterío la recibe y ella, tranquila, aparece aparentando mucho más de los 17 años que ha cumplido hace poco. A las 18.30 horas, Lorde entra a escena ante miles que llegaron y siguen llegando para conformar el show más concurrido del Playstation Stage. La neozelandesa de Auckland, que nació como Ella Yelich-O'Connor y que entró a la pelea en el competitivo mundo del pop femenino como Lorde, parece mayor de lo que es por donde se le mire.

En lo físico, Lorde exhibe atractivos que no son los más fáciles. Su belleza es la de una morena de ojos felinos, en un cuerpo tapado con una falda larga que deja mucho más a la imaginación que la suma de todas las que pelean en sus ligas. Su vibra vampirezca bien sintoniza con un público juvenil, que en su mayoría son chicas cercanas a su propia edad. En lo artístico, Lorde muestra el desplante de una experimentada. Sus espasmos en el escenario y su voz aventajada hacen parecer a sucedáneas como Lana del Rey o Zooey Deschanel, como números de cumpleaños infantil. Actitud que no debiera sorprender en el momento que nos vamos a sus 12 años, cuando gracias a una actuación en su colegio es contratada como figura de proyección de un sello discográfico multinacional, que cuatro años después rentabilizó la apuesta.

Lorde se mueve con una pasión que contagia. Dramatiza al repasar un repertorio que, aunque aún es limitado, sabe cómo distribuir. Las canciones de su primer y único disco Pure heroine (2013) destellan un pop oscuro, que en vez de ir a la recurrente cita pop de Madonna, va levemente hacia nombres como Portishead o Björk, filtrados por un cedazo pop, apenas acompañado de bases, sintetizador y batería. Economía que cubre dando la sensación de que no hace falta nada más.

Son muchas las fieles con flores en la cabeza que celebran un show que alcanza cumbres en Royals, Tennis court y Team, durante una hora donde hubo confeti y miles de videos esperando viralizarse en la red. De las más nítidas postales de vigencia de Lollapalooza, a través de una chica que más que promesa, definitivamente es una realidad.