Los 70 años de Chuck Close: "La inspiración es para los aficionados"
El legendario fotógrafo y pintor ha hecho del retrato casi un género en sí mismo.

Los retratos que pinta tienen nombres sencillos como Robert, Susan o Keith, nombres de artistas, amigos o familiares. El pintor estadounidense Chuck Close, que el 5 de julio cumple 70 años, retrata a sus allegados frontalmente, sin piedad, en una especie de mosaicos colosales de trama reticular.
Y cuanto más se acerca uno a estos retratos, más se sumergen ellos en paisajes biográficos.
A pesar de estar en silla de ruedas desde hace más de 20 años debido a una lesión en la columna vertebral, el artista estadounidense continúa trabajando: "Quien quiere pintar, encuentra una manera de llevar el color al lienzo, si bien tiene que despreciarlo", comentó Close a propósito de su pintura.
Su fascinación por la descomposición de los rostros en fragmentos es más comprensible al saber que de niño el artista sufrió un extraño trastorno en el aprendizaje: la prosopagnosia o dificultad para reconocer las caras. Es decir, Close no es capaz de reconocer los rasgos físicos propios de una persona.
"Muchas veces tengo que preguntarle a la gente para saber quién es en realidad; no puedo retener ni nombres de calles ni números", explica el pintor.
Tal vez por eso, siempre ha preferido como objetos de sus creaciones a amigos íntimos, como por ejemplo, Philip Glass, el compositor estadounidense del cual ha llegado a pintar más de 200 imágenes a partir de una misma fotografía de 1968.
Con ello ha ido perfeccionando su técnica: el retrato a su amigo Robert Rauschenberg de 1974 lo compuso con una retícula de 174 puntos, mientras que al año siguiente fue de 104.072 partículas. A veces necesita más de un año para un solo cuadro.
Con regularidad también suele realizar autorretratos, como si quisiera con ello fijar su propia fisionomía: en las obras de los últimos años se le puede ver con barba, gafas de níquel y una mirada crítica, casi negativa.
Charles Thomas Close nació en 1940 en Monroe (Washington, EEUU) como hijo de un mecánico que murió cuando él tenía 11 años y de una madre que se vio obligada a dar clases de piano tras dicha muerte.
Los padres, siendo Close aún muy pequeño, vieron el talento del hijo y lo mandaron a una escuela de pintura. Después, en la década de los 60, gracias a ganar un concurso nacional, entró en la academia de verano de Yale, en la costa Este del país, donde terminó estudiando arte y arquitectura con profesores como Alex Katz y William Bailey.
Luego se marchó a Viena, donde realizó un año académico para volver a Nueva York y establecerse allí.
Tanto sus temas como su técnica fueron desde finales de los años 60 su manera consciente de ir contra la corriente artística predominante en la metrópoli americana.
"El que pintaba era un idiota y lo más tonto de todo era hacer retratos; así que pensé: bueno, ¡estupendo!, no tendré mucha competencia", explicó Close el pasado año en una entrevista.
Sin embargo, para él la pintura es la más mágica de todas las artes, puesto que con mancha y color se puede crear asombrosamente sobre una superficie lisa.
Pero Close tampoco se deja constreñir demasiado por la técnica y experimenta con pistolas de pintura, capas de color raspadas con una navaja de afeitar o utilizando sus propios pulgares como sello personal.
Sus pinturas de realismo fotográfico son hoy en día inconfundibles.
Close pinta desde hace 40 años en el barrio neoyorquino del Soho, en el loft donde vive desde mucho antes de que se convirtiera en una zona de moda con boutiques caras y galerías de arte; antes, cuando campaban a sus anchas vendedores de drogas.
Y así, ya casi a sus 70 años, continúa sentándose cada día delante del lienzo sobre su caballete hecho especialmente para él, con un carril en el brazo para poder mover el pincel.
"La inspiración es para los aficionados; el resto de nosotros se pone al trabajo cada día", sentencia Close.
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