En el segundo piso de Merced 346 se emplaza la tienda de antigüedades Las siete vidas del mueble. Es como un pequeño museo personalizado. La experiencia acumulada por sus dueños les da la posibilidad de explicar la ané cdota que hay detrás de cada uno de sus objetos. Son piezas de enorme valor afectivo, porque retrotraen al cliente a un momento de su pasado o niñez.
Los visitantes se pasean fascinados con las historias que esconden espejos que alimentaron la coquetería de las damas de antaño, alfombras y lámparas que iluminaron animadas tertulias. También se pueden encontrar baúles, grabados, numerosas figuras de porcelana, sofás, planchas de fierro y balanzas que alguna vez pesaron las compras en los desaparecidos almacenes de barrio.
"Nosotros somos vendedores, pero también tratamos de estimular la nostalgia. No es simplemente vender algo antiguo, es rememorar y contar su historia", explica Jaime Navarrete, quien empezó hace dos años el negocio en compañía de suamigo, el arquitecto Jorge Arón.
Según cuentan, desde siempre han sentido afición por el pasado. Tanto así, que se autodenominan "cazadores de objetos", pues el hobby ya se transformó en obsesión.
"Buscamos la nobleza, utilidad, historia y pureza de los objetos. No sirve cualquier cosa antigua", dice Jaime.
El túnel del tiempo
Su modus operandi es estricto. Se reúnen todas las semanas para dar rienda suelta a su misión por la ciudad y sus alrededores, con un rigor muchas veces exhaustivo. Recorren Talagante, San Bernardo o Buin en busca de casas patronales que pudieran tener objetos para rescatar. También hacen lo mismo en remates, ventas de garaje y mercados persas.
"Se gasta mucho tiempo, pero es, sin duda, lo que más nos gusta hacer", agrega Jaime.
En sus travesías, la dupla se ha encontrado con centenares de piezas art decó, además de muebles de origen escandinavo y danés o biombos de cuero típicos de la aristocracia de la capital. Han adquirido piezas de destacados mueblistas chilenos, como Alberto Cruz Montt, Luis Valdés o Mario Matta. Un tiempo tuvieron cenefas del Palacio de La Moneda, pero se vendieron rápidamente.
"Una vez me encontré en un baño un biombo japonés confeccionado en terciopelo con hilos de oro. Una maravilla invaluable que estaba botada", cuenta Navarrete sobre esa reliquia.
La pareja de amigos dice que su obsesión tiene el objetivo de rescatar el patrimonio cotidiano. "Nuestra misión es que se le dé importancia a lo antiguo. Estos objetos estuvieron en nuestras casas y nosotros los salvamos del olvido", remata Jaime Navarrete.