Se fue de Japón, porque lo odiaban. A fines de los 80, después de que la novela Tokio blues se convirtiera en un fenómeno generacional entre los japoneses, Haruki Murakami dejó su país aburrido de que sus colegas lo llamaran estafador. "Me odiaban, porque era diferente", contó. Se fue a Europa, a EE.UU., a Hawai. Hasta que en 1995 un terremoto tiró al suelo la ciudad de su juventud, Kobe, y poco después, 13 personas murieron por un ataque con gas sarín en el metro de Tokio. "Fue un año crítico para mi país. Escuché las noticias y pensé: es momento de volver a casa", agregó Murakami.
Muchas veces fantástico y casi siempre onírico, cuando el popular autor de 1Q84 regresó a Japón venía con un impulso realista. Tres años después, publicó Underground, un volumen con entrevistas a afectados por el ataque en el metro y algunos miembros de la secta religiosa Aum, responsable del atentado. Luego, se ocupó de la otra catástrofe: en 2000 Murakami lanzó Después del terremoto, libro de cuentos en que el poderoso sismo que mató a cinco mil personas es el telón de fondo.
Publicado en español hace dos meses y ahora en Chile, el volumen sigue a personajes en crisis que, mientras a lo lejos Kobe se hunde las ruinas, deciden un nuevo rumbo en sus vidas. El libro también es un buen adelanto para que los fans de Murakami esperen con calma su última novela: El descolorido Tsukuru Tazaki y sus años de peregrinación se publicó en abril pasado y en una semana vendió un millón de copias.
Tiembla
El señor Miyake es un hombre misterioso. Protagonista del cuento Paisaje con plancha, les teme tanto a los refrigeradores que prefiere no tener, se gana la vida pintando cuadros confusos y todas las noches que puede, enciende una enorme fogata en la playa. Una joven recién llegada a su pueblo, Junko, lo acompaña en su afición: una noche, mientras miran arder el fuego, Miyake le cuenta que su mujer y su hijo viven en Kobe, la ciudad recién arrasada por el terremoto.
Así son las alusiones a la catástrofe que hace Murakami. En Todos los hijos bailan, la madre de un joven solitario viaja hasta la ciudad a prestar ayuda a los damnificados: él cree ver por primera vez a su padre en una estación de metro. Lo sigue. También de soslayo, en el cuento Tailandia, Kobe es un sombra para la protagonista: estando en Bangkok, una mujer repasa su vida y piensa que en esa ciudad arrasada por el terremoto hay un hombre que "convirtió su corazón en una piedra". Por fin lo supera.
En otros cuentos, el terremoto es el responsable indirecto de crisis y de cambios radicales. Como en Un ovni aterriza en Kushiro: tras mirar cinco días en la televisión imágenes de Kobe destruido, la esposa de Komura lo abandona. El está obligado a iniciar una nueva vida. Por supuesto, Murakami nunca descuida su lado onírico: una rana de dos metros se aparece un día en la casa de Katagiri y le pide ayuda para detener un nuevo terremoto que destruirá Tokio.
Después del terremoto funciona como una pausa tras la descabellada 1Q84. Lo que viene, El descolorido Tsukuru Tazaki... parece más sereno: un quiebre amoroso lleva a un hombre a un viaje para entender qué pasó. Son los días que corren para Murakami: "Para crear, los novelistas tienen necesidad de bajar la escalera y encontrar un pasadizo que los lleve al segundo subsuelo", dijo hace dos semanas el autor, una rara aparición pública en la universidad de Kioto.