Nadie fue tan detestado durante el primer gobierno de Obama como Timothy Geithner, secretario del Tesoro durante los años 2009 y 2013. A él le correspondió lidiar con la gravísima crisis económica heredada de la administración Bush, y sobre él cayó la furia de los contribuyentes espoliados y de los nuevos pobres que dejó la catástrofe: se le acusó, y se le sigue acusando, de haber promovido el salvataje de los codiciosos especuladores de Wall Street que habían sido responsables de la mayor tragedia financiera desde la Gran Depresión.
La semana pasada, Geithner dio a conocer sus descargos en un voluminoso libro, cuyo título, Stress Test ("Prueba del estrés"), alude tanto a los procedimientos a los que sometió a las firmas de Wall Street más comprometidas en la crisis, como a los tensos momentos que él y su equipo enfrentaron para evitar que el mundo sucumbiera al caos. La primera sorpresa de la lectura desacredita aquello que millones de personas, incluso los bien informados, daban por cierto: Geithner jamás fue un infiltrado de Wall Street en el gobierno, sino que, por el contrario, dedicó los primeros 20 años de su carrera al servicio público.
Llamativas son las pugnas políticas ocurridas en Washington durante los días más negros de la catástrofe financiera, partiendo por la aprobación que otorga el Senado a quien se desempeñará como secretario del Tesoro (Geithner estuvo a punto de ser el primer nominado para el cargo en no recibir el beneplácito desde la Guerra Civil). Al mismo tiempo, la relación amor-odio entre el protagonista y Larry Summers (ex secretario del Tesoro en el gobierno de Clinton y mentor de Geithner) resulta muy interesante de calibrar, así como la convicción y el apoyo que Obama puso en las medidas que proponía Geithner, sin importar lo impopulares que resultasen. A fin de cuentas, el mandatario estuvo en lo correcto.
El retrato de Obama que surge a lo largo del libro es otro factor vistoso. Pese a la imagen que el Partido Republicano y el Tea Party se esforzaron en diseminar en cuanto a que el presidente era un exaltado de izquierda o un "socialista"-, Geithner entrega varias pruebas de la moderación política de Obama ante el clima de beligerancia extrema que se vivió durante su primer mandato. Geithner, no está de más recordarlo, era miembro del Partido Republicano, pero se alejó "cuando éste giró demasiado hacia la derecha".
Los pormenores de las reuniones que mantuvo Geithner con altos ejecutivos de Wall Street y con algunos mandatarios europeos en los momentos en que la crisis aterraba al mundo son sabrosísimos. Los primeros tendían a no reconocer sus faltas, e incluso esperaban obtener ganancias del providencial rescate financiero que les ofrecía el gobierno, mientras que los segundos veían todo tipo de malas intenciones por parte de Geithner: notable es el episodio en que el tímido secretario del Tesoro interrumpió al Presidente Sarkozy para enrostrarle a gritos un par de verdades.
Mención aparte merece el párrafo dedicado a Silvio Berlusconi: durante 2011, tanto Obama como Geithner estuvieron en contacto permanente con sus contrapartes europeas. Y en noviembre de ese año, algunas autoridades europeas se acercaron a Geithner con un plan entre manos para sacar a Berlusconi del poder: "Pero si bien el asunto hubiese ayudado a gozar de un mejor liderazgo en Europa, no podíamos involucrarnos en un ardid como ese".
Más que el manejo íntimo de una crisis minuto a minuto, el libro de Geithner es un tratado de realpolitik en tiempos tormentosos. Y en Washington este tipo de lecturas son muy apreciadas: por sobre las enseñanzas, por sobre los tecnicismos, siempre hay un buen número de figuras públicas que resultan dañadas.