Sucedió un verano, hace algunos años, en su parcela de media hectárea en Lo Cañas, La Florida. Carlos Altamirano caminaba por el jardín cuando decidió levantar la tabla para desviar el canal de regadío hacia sus tierras. No recordó que el cuidador, Francisco, pocas horas antes había inundado la propiedad antes de irse de vacaciones.

Altamirano -que en ese tiempo tenía ochenta y tantos- se agachó y perdió el control sobre su cuerpo. De nada le sirvió el bastón de palo que suele llevar: cayó dentro del pozo profundo junto al canal de regadío y se dio vuelta dentro de la cámara, varias veces. Estaba solo en medio del terreno, a oscuras, sumergido en el lodo.

Poco después apareció en su casa con los calcetines llenos de arena y su ropa embarrada. Había escapado solo del agujero y, con ello, de la muerte.

"Después fui a ver el pozo y no era menor, era muy difícil salir", relata su hijo, Carlos Altamirano Celis. "Yo no sé cómo pudo", se pregunta también Francisco, el trabajador.

"No me mató la dictadura y voy a morir ahogado en una acequia...", contó luego el protagonista de esta historia a sus amigos. Lo hizo riéndose y vanagloriándose de la agilidad de sus manos y de lo beneficioso de tener un cuerpo delgado.

El ex secretario general del PS -uno de los hombres más controvertidos de la izquierda chilena, y apuntado por sectores de la derecha y la izquierda como uno de los grandes responsables del fracaso del gobierno de Allende- parece tener más vida que los gatos que se observan en su casa. "El tiene una estrella. En diferentes ocasiones pudo haber sido su destino una tragedia, pero tiene sus ángeles de la guarda que lo han ayudado a salir", señala su hijo.

El 18 de diciembre cumple años. Como siempre, la familia y los pocos amigos íntimos que conserva lo celebrarán con un inmenso malón. Siempre en reserva, sin alarde y casi en silencio. Como su propia vida a los 90.

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La visita saluda desde lejos y Altamirano devuelve el gesto moviendo entusiasmado la mano.

-¿Cómo está, don Carlos?

-Viejo y enfermo, sin mayor novedad- dice, antes de lanzar una carcajada y observar con mirada pícara.

El socialista exagera sobre su salud para evitar preguntas. Pero tiene un estado físico impecable. A sus 90, lo único que resiente es que en ocasiones se ha puesto olvidadizo. Como ayuda memoria, tiene una pizarra en su casa donde anota todos sus compromisos.

Es miércoles 2 de octubre y Altamirano viste buzo azul, zapatos cómodos y su tradicional boina negra. Son las 11.10 de la mañana y le pide a Francisco que lo traslade en el Subaru plateado de 2006 hasta su clase de pilates, a pocas cuadras. Comenzó a practicar gracias a su amiga Carmen Waugh, la primera galerista de arte en Chile, fallecida en abril pasado. Ella lo pasaba a buscar y así evitaba que Altamirano olvidara la cita. El, hasta hoy, como una forma de honrar a la amiga que extraña, inclaudicablemente sale de su casa dos veces a la semana para estirar los músculos.

Cuando viaja en auto -como cuando va a pilates- lo acompaña siempre su perro Tintín: quiltro pequeño, rubio, peludo. El animal se acomoda en el asiento de atrás, con actitud segura y vigilante, como si supiera que para su amo es bastante más que un perro: Altamirano adora a los canes.

Cuando retornó a Chile después del exilio -fue el último de los personeros de la UP en volver, en 1991-, sus primeras mascotas fueron Charlie y Gerson. El primero era un labrador y el segundo un rottweiler con cara de pocos amigos que -según quienes lo conocieron- en el fondo era un perro dulce. Los dos murieron hace unos cinco años y fue un golpe fuerte para Altamirano.

La que sigue viva es Chica, que a mediados de los 90 se encontró en la calle a Charlie y Gerson y los siguió hasta la casa de Altamirano. Es café, alta y grande. Ya tiene 16 años.

La otra que lo acompaña es Blanca, una perrita sin raza que encontró en la zona de Alto Macul. Estaba inválida y Altamirano la recuperó gracias a varias visitas a un veterinario.

Tintín llegó hace más de un año y, según relata el cuidador, "parecía radiografía de lo flaco que estaba". Tenía sarna. El animal todavía no se curaba por completo de su enfermedad cuando Altamirano ya lo encaramaba en el Subaru. "Escóndete, hombre", le decía el chofer a la mascota, para que nadie le viera las heridas. Hoy en día, este perro es el que sale de su casa en auto para acompañar a su dueño a pilates.

Altamirano es un hombre que ama a los perros. Todas las tardes sale por su barrio a caminar con Chica, Blanca y Tintín. Con su boina y ayudándose de su bastón, camina por cerros y quebradas cercanas a su domicilio. Los perros, libres y sin correa, revolotean junto a su dueño que, con paso firme, recuerda en estos trayectos su pasado de atleta de alto rendimiento.

Junto a su hijo Carlos, hasta hace algunos años hacía trekking. Hoy suben juntos a la cordillera en la época de nieve, sobre todo a Valle Nevado. Mientras el hijo se dedica a esquiar, el padre recorre y admira el paisaje. Es una vieja costumbre: en los años de exilio en la RDA, cuenta el ex senador PS Ricardo Núñez, Altamirano recorría enormes distancias para trasladarse en Berlín.

También caminaba por Lo Cañas con Clodomiro Almeyda, antes de que éste falleciera en 1997. Distanciados desde el quiebre del PS a fines de los 70, en los últimos años se habían reconciliado y daban juntos largos paseos.

Altamirano tiene varios gatos y gallinas. Y adora su jardín. Pasa gran parte de su jornada recorriendo su media hectárea, con tijera en mano, cortando ramitas. Eso lo entretiene. Su teoría, que comparte con sus trabajadores y amigos, es que si las plantas se podan, crecen más lindas. Y le encantan las rosas. En cada estación, llega a sacarle cinco floraciones.

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En enero de 2010, la vida de Altamirano cambió tras escuchar el grito apagado de su mujer, Paulina Viollier. "¡Carlos!", alcanzó a decir antes de caer desvanecida al suelo del baño. Su marido rápidamente gestionó su traslado al hospital, donde un neurólogo le dio la trágica noticia: su esposa tenía muerte cerebral tras un infarto por aneurisma. El médico ofreció mantenerla viva artificialmente; Altamirano se opuso de inmediato.

Con su muerte, partían 40 años de historia de la pareja y se iniciaba un período de profunda tristeza para el ex senador socialista. Paulina, una mujer independiente, transgresora y feminista; fundadora de Elle y luego de Vog, dos de las boutiques más vanguardistas de los 60, comenzó a ser pareja oficial de Altamirano a fines de esa década, tras separarse de su primer marido, Julio Donoso. Este último era un exitoso hombre de negocios, proveniente de una adinerada familia dedicada a la minería y al rubro industrial, que había dado un vuelco al convertirse en financista de la Revolución cubana. Ese fue el primer acercamiento de Viollier al socialismo. Altamirano sería su paso definitivo.

En esa misma época, el senador se separaría de su primera mujer, Silvia Celis, con quien tenía tres hijos: Alejandra, Carlos y Francisca.

Carlos y Paulina se casaron en el Registro Civil en 1972. No tendrían hijos en común, pero el hijo de ella, Julio, entonces de 16 años, pasaría a formar parte de la familia. Después del Golpe, partiría al exilio junto a su marido: primero en la RDA, donde él recibió trato de jefe de Estado, y luego a un pequeño departamento en París.

"Ella era una mujer fascinante", cuenta el ex embajador Juan Gabriel Valdés, quien es casado con una sobrina de Altamirano. "Tenía una fuerza enorme, nunca se dejó llevar por las ideas de Carlos, siempre le discutía. También había muchas bromas entre ellos. A ella le sentó muy bien el exilio en París, porque era una mujer muy francesa en muchos sentidos. Tenía pasión por el feminismo y era gran artista en patchwork".

A su regreso a Chile, Paulina compró media hectárea en Lo Cañas y se instalaron en una hermosa casa. Cada uno tenía sus espacios personales; ella, su taller; él, su biblioteca con cientos de libros de filosofía y política. Nunca le gustó la ficción, y si leyó la primera parte de la trilogía Millennium de Stieg Larsson fue porque Paulina se lo sugirió.

La muerte de su esposa es el dolor más profundo que ha enfrentado Altamirano en su vida. El dolor, según sus cercanos, se manifestó en aislamiento y tristeza profunda. Le duró bastante. "En un minuto, pensamos que él se iba a ir. Se echó 15 años encima. Se transformó en un anciano. Pero logró salir", recuerda la escritora Carla Guelfenbein, su ex nuera, madre de dos de sus nietos.

Justo cuando se estaba recuperando, vino otro remezón: el 25 de abril pasado falleció su amiga Carmen Waugh, a los 80 años, luego de luchar contra el cáncer. Altamirano la visitaba dos veces al día. Cuando murió, él estaba junto a su amiga.

"He perdido a las tres mujeres más importantes de mi vida", le confesó al ex senador Núñez, visiblemente emocionado, pocos minutos después del deceso.

Se refería a Paulina, a Carmen y a Silvia Celis, su primera esposa, con quien siempre mantuvo una fluida relación.

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Carlos Altamirano prefirió guardar silencio en medio de las conmemoraciones por los 40 años del Golpe. Esa decisión de no hablar con la prensa y desaparecer de la escena pública y de la contingencia ya la tomó hace varios años. La mantiene a firme y sus más cercanos aseguran que no está en sus planes romperla.

Por esos días de septiembre, lo único que hizo Altamirano -el hombre que en los 70 llamaba a avanzar sin transar- fue ir el día 13 a declarar ante el juez Mario Carroza, en el marco de la investigación judicial por el origen del Golpe Militar.

En lo íntimo, la conmemoración de esa fecha fue un trago amargo para el ex secretario general del PS. Lo relata su hijo: "Ha sido un momento de mucha tristeza e impotencia. Una vez más ha tenido que escuchar a ciertos políticos que lo culpan a él, como chivo expiatorio. Es algo que aún le duele".

Le duele y también le molesta que se concentren en su papel en la Unidad Popular y no en que durante los 80 fue el padre de la renovación socialista, clave para el nacimiento de la Alianza Democrática y el triunfo del No en el plebiscito.

"Quedarse callado y renunciar", dice Altamirano Celis. Ese es el lema de su padre. "El ha renunciado varias veces en su vida: a sus privilegios de familia acomodada; al trato de jefe de Estado que le concedieron en Alemania Oriental; y desde 1991 a la fecha, a la política. Es consciente de que su figura genera conflictos y debates".

Eso, sin embargo, no significa que esté desconectado de lo que ocurre.

El socialista sigue de cerca la política nacional. Le pide al cuidador de su parcela -quien, junto a su señora, vive en una pequeña casa junto a la de Altamirano- que le compre los diarios y todos los jueves recibe en su casa el semanario The Clinic. Sigue siendo un crítico del tipo de transición chilena, del acuerdo entre la DC y el PS, y del camino que ha tomado su partido: "El socialismo chileno, en vez de sabor a empanadas y vino tinto, hoy tiene gusto a Coca-Cola y McDonald's", dijo hace unos años. A nadie de su círculo le extrañaría que en las próximas elecciones vote por Marcel Claude, una figura que le parece interesante.

Con el PS no tiene mayores vínculos. Conserva algunas amistades en el partido, de todas las tendencias, pero son relaciones personales que tienen poco que ver con el andamiaje institucional. Se ve con el ex senador Núñez -yerno de su amiga Carmen Waugh- y con el ex canciller y ex embajador socialista Juan Gabriel Valdés.

Desde hace un par de años, tras la muerte de Paulina, su amigo Manuel Valenzuela, ex presidente del directorio del diario La Nación, organiza reuniones semanales. Cada viernes, él y su esposa ofrecen un almuerzo en su casa en Vitacura, al que asisten, además de Altamirano, algunos viejos compañeros, como el escritor Eduardo Trabucco y Darko Hojhman, además del ex socialista y ex candidato presidencial Jorge Arrate.

Pero ha habido acercamientos con el PS, como el que sucedió el pasado 19 de abril. La directiva del partido lo incluyó en la nómina de 80 figuras socialistas a las que se les entregó una medalla por las ocho décadas de la colectividad. Entró al salón de honor de la sede del Congreso en Santiago acompañado de Núñez. Pensó que, como siempre, algunos militantes lo iban a pifiar. Siempre ocurre: parte de los dirigentes socialistas todavía lo culpan por su papel en la UP y lo manifiestan con silbidos. Ese viernes, sin embargo, en el salón lleno de socialistas, no se escuchó ningún abucheo. Sólo aplausos. "Fue un reencuentro emotivo con una parte del PS", relata Núñez. "Luego fuimos solos a comer, a un restaurante de avenida Italia, y estaba francamente contento".

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El silencio público de Altamirano contrasta con su nutrida vida social, tanto con amigos como con su círculo familiar más cercano. Ahí se convierte en un conversador innato, culto y con opinión sobre todos los temas contingentes.

"Ahora me interesan las informaciones del nuevo Papa, argentino y jesuita. Por el momento da buena impresión, gran defensor del mundo pobre. Parece auténtico. El nombre que eligió -Francisco- es significativo. No se inspiró en ningún Borja, esos grandes fornicadores", señala en la entrevista que concedió para la reciente reedición de Altamirano, de la periodista Patricia Politzer. Allí se cuenta que el socialista habla de China, del sistema económico del PC y de que el gigante asiático superará a EE.UU. como primera potencial mundial. Se pregunta: "¿Será mejor un chino que un norteamericano gobernando el mundo?... No lo sé".

Entre sus amigos con quienes se reúne regularmente está el ex embajador Luis Jerez. También la propia Patricia Politzer, a quien conoció en 1989, cuando ella escribió la primera edición del libro. "Con Carlos nos reímos mucho, porque tiene un humor sarcástico muy entretenido. Vamos a restoranes ricos, otras veces almorzamos en su casa, pero siempre come súper sano; pescado, ensaladas, comida mediterránea", cuenta la periodista.

También se ve con frecuencia con Pablo Dittborn, uno de los dueños y gerente general de The Clinic. Suelen ir a restaurantes, donde Altamirano acostumbra a sentarse de espaldas a la gente para que no lo reconozcan y observar a las mujeres lindas. A una de las que admira por su belleza es a la comunista Camila Vallejo.

También se visita con el ex senador Carlos Ominami y con Jorge Arrate, quien probablemente es uno de sus amigos más cercanos y queridos. "Nos une una vieja amistad", corrobora Arrate desde Nueva York. "Hace casi medio siglo que lo conozco. Tuvimos mucho contacto durante la Unidad Popular, y fui uno de los primeros en verlo cuando salió de Chile y apareció en 1974. De ahí en adelante convivimos mucho en el exilio. Yo viví dos años en la RDA, colaboré estrechamente con él y viajamos mucho juntos como secretario internacional del PS. Por mi parte, está el reconocimiento a la influencia intelectual y política que tuvo en mí. El 2009 me apoyó con entusiasmo en mi candidatura presidencial".

En las reuniones de los viernes en la casa de Manuel Valenzuela, las charlas son largas. "El almuerzo dura varias horas", cuenta Trabucco. "Hablamos de temas internacionales. Desde hace un tiempo viene hablando de los 'cambios epocales'. Habla de Medio Oriente, Obama, el nuevo Papa, China y, especialmente, los cambios en Francia".

Las conversaciones sobre contingencia también aparecen en sus reuniones familiares, especialmente cuando se reúne con sus sobrinas por el lado de su primer matrimonio. La cantante Cecilia Echenique Celis está casada con el presidente de la DC, Ignacio Walker. Otra de sus sobrinas, Angélica Echenique, es la mujer de Juan Gabriel Valdés. "La relación con los Echenique se da no sólo en su casa en Lo Cañas, sino también en torno al Pangue, la propiedad de mi tío Juan entre Zapallar y Cachagua", cuenta Carlos Altamirano hijo.

A Juan Gabriel Valdés y su mujer también los ha ido a visitar a Valdivia. La última vez, en el verano del 2012, la aprovechó para reunirse con militantes socialistas locales, conversar con pescadores a orillas del Calle Calle y relajarse en el salón de té Entrelagos. "Ahí me di cuenta de que en la calle lo reconocen más de lo que uno cree. Un pescador se acercó para saludarme a mí, pero con la clara intención de abrazarlo a él. Otro señor, en cambio, nos dijo: 'Parece que los diablos andan sueltos'", cuenta Valdés, entre risas.

Su hijo Carlos rescata el cariño que su padre provoca en la familia: "Se relaciona bien con los nietos, pero pesa mucho que nuestra familia esté dividida en tantos países". Alejandra Altamirano vive en Londres, junto a su hija Luciana y dos nietos, mientras que Francisca Altamirano vive en México con sus hijas y nietos. Ambas se turnan para venir a ver a su padre. Alojan en su casa.

Los domingos, el ex secretario general del PS se junta a almorzar con los nietos que tiene en Chile: Micaela (19) y Sebastián (16) Altamirano Guelfenbein. Le llena de orgullo que la niña esté cursando primer año de Derecho, la misma carrera que él estudió.

También en Chile está su hijastro Julio Donoso, fotógrafo que hoy se dedica al negocio del vino. "Yo lo quiero mucho a él, regularmente lo voy a ver o lo llamo, y siempre le pregunto: '¿Cómo estás, Carlos?'. Y él contesta lo mismo: 'Aún estoy vivo'. Como que se sorprende de estar aquí aún", cuenta Julio.

Con su hijo se ve todas las semanas. "Tenemos una relación bastante íntima y fluida; claro, dentro de las relaciones que se pueden dar con personas del siglo pasado, donde las conversaciones versan más sobre temas intelectuales y políticos que emocionales".

También sigue viendo a su ex nuera Carla Guelfenbein. Se llevan muy bien. "Llega a mi casa con ostras y vino banco, que sabe que me encantan", señala la escritora. La conoce desde niña -era amigo de su padre, un arquitecto socialista- y conversan largamente. Guelfenbein recuerda que hace dos veranos, en unas vacaciones en el lago Ranco, ella le pidió a Altamirano que la ayudara en retratar a su amigo Salvador Allende. Charlaron horas y ella iba anotando en un cuaderno. Las pláticas siguieron en Santiago. Parte de ese material -lleno de detalles- se puede leer en Nadar desnudas, su última novela. "Tengo un relato de Allende por Altamirano. Una joya. Algún día lo voy a usar extensamente", adelanta Carla. Quizá sea ese el último testimonio de Carlos Altamirano sobre el amigo y el político que cambiaría para siempre su destino.

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Miércoles 2 de octubre. Si en la mañana hubo pilates, en la tarde -como todas las tardes- toca salir a pasear a los perros. Un poco antes de las seis, Carlos Altamirano abre el viejo portón de metal que hay en su pandereta y sale junto a sus tres mascotas. El se apoya en su bastón de madera, muy rústico: no es otra cosa que un palo cuya parte inferior, de seguro para ganar equilibrio, va unida a un trozo de árbol más grueso. Como caminar apoyado en una T invertida.

Altamirano camina sin apuros, cerca de un canal, por un sendero pequeño que se pierde entre la vegetación. Observa el paisaje. Cada cierto rato se detiene a mirar la cordillera que se divisa más allá, a su mano izquierda.

A veces les grita a los perros para que no se vayan de su lado.

Luego, vuelve el silencio.